En la cresta de la ola. Группа авторов
antropología o el periodismo.
Por su parte, Timothy Garton Ash publicó History of the Present en 1999, en donde convergen historia, periodismo y literatura para dar cuenta de los acontecimientos ocurridos en Europa en los años noventa. El autor critica algunas de las objeciones comunes para hacer historia del presente, particularmente la carencia de fuentes y la incapacidad para conocer las consecuencias de los hechos actuales. Y, por el contrario, señala que el historiador dispone de una gran cantidad y variedad de fuentes y que el desconocimiento de las consecuencias de los hechos estudiados podría convertirse en una ventaja, ya que cuando alguien escribe “al calor” de los acontecimientos deja constancia de muchas cosas que seguramente se habrían perdido de no haberse escrito. Así, la historia del presente resulta ser una práctica radicalmente diferente de la historia de periodos más antiguos.
En 2004 se publicó uno de los libros que se volverían referencia obligada sobre el tema: La historia vivida, de Julio Aróstegui. Su importancia radica en que ofrece probablemente una de las definiciones más certeras y completas de este campo. La Historia del Tiempo Presente, como prefiere denominarla el autor, es una historia de lo inacabado, de lo que carece de perspectiva temporal, una historia que se liga con la coetaneidad del propio historiador. En este sentido, cuando el historiador estudia un periodo del que existe al menos una de las tres generaciones que vivieron el acontecimiento está haciendo una historia de la coetaneidad, de un tiempo que aún es vigente; es decir, el historiador está investigando un presente histórico.
Hasta aquí algunos de los libros que abordan el campo en tanto historia del presente. Sin embargo, la historización de acontecimientos cercanos ha sido denominada de diversas maneras: presente, inmediata, reciente, vivida, actual, coetánea. De éstas, historia reciente y la historia inmediata son las que han contado con más aceptación. Por esto, vale la pena mencionarlas.
En algunos países de América del sur, historia reciente es el concepto que se ha utilizado con mayor frecuencia para designar el estudio del pasado próximo, en muchas ocasiones con un acento particular en el periodo de violencia política y autoritarismo estatal de la segunda mitad del siglo XX. En torno a este término se ha conformado un importante campo de estudio en la región, y el libro de Marina Franco y Florencia Levín, Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción (2007) ha sido considerado un clásico para quienes se interesan en el tema en Argentina, Uruguay y Chile. En una tónica similar también se encuentra Historizar el pasado vivo en América Latina, editado por Anne Pérotin-Dumon, que reúne 34 trabajos de carácter multidisciplinario con el objetivo de “alentar en el continente el estudio histórico de las rupturas catastróficas del pasado nacional cuya memoria sigue viva” (Pérotin-Dumon, 2007).
El otro término con el que se ha designado a esta parcela historiográfica es historia inmediata, como en el libro de Jean-François Soulet, L’histoire immédiate. Historiographie, sources et méthodes (2009). Para este autor, la historia inmediata se caracteriza por “la existencia de testigos de los acontecimientos descritos, las condiciones de acceso a ciertas fuentes, la particularidad de algunas de ellas, la necesaria colaboración con las otras ciencias sociales […]. Muchos elementos que contribuyen a orientar a la historia inmediata hacia determinados objetos, ciertas problemáticas y ciertas metodologías” (Soulet, 2009: 39).2 Sin duda, menciona muchos de los aspectos que hemos estado abarcando como historia del presente. Sin embargo, esta idea de inmediato no añade nada a la cuestión de historizar el presente, pues al hacer referencia al pasado más cercano no da cuenta del proyecto de “historiar la vida coetánea”, de abordar las generaciones vivas del presente, como lo sugería Aróstegui. Respecto a esta cuestión, Frédérique Langue subraya:
la historia del tiempo presente no se centra de forma exclusiva en unos acontecimientos en particular, aunque puedan éstos desempeñar un papel de catalizadores tanto en el ámbito académico como en la sociedad civil. Abarca más bien procesos considerados en el tiempo largo, así como sus respectivos ecos en el presente, a diferencia de otras opciones historiográficas centradas en lo ‘inmediato’, la historia inmediata (Langue, 2015: 14).
Desde la tradición anglosajona poco se ha debatido sobre la pertinencia de historizar el presente y la validez que una historia de ese tipo; esto no significa que este campo historiográfico no sea amplio, al contrario, se ha trabajado mucho y desde hace décadas, pero no se debate. En 2012 fue publicado el libro Doing Recent History: On Privacy, Copyright, Video Games, Institutional Review Boards, Activist Scholarship, and History that Talks Back, editado por Claire Bond Potter y Renee C. Romano, que justamente señala que a pesar de que se trata de un campo cada vez más nutrido, no cuenta con libros de reflexión. Para estas dos historiadoras, el pasado reciente sería aquel que tiene, como máximo, cuarenta años. De hecho, la serie que dirigen se llama “Since 1970. Histories of Contemporary America”. Llama la atención que en ningún momento explican por qué tendrían que ser específicamente cuarenta años.
En la última década se han publicado dos libros muy interesantes. En primer lugar, el texto de Hugo Fazio, quien desde Colombia realizó un valioso aporte a la discusión con La historia del tiempo presente: historiografía, problemas y método (2010). Para el autor, esta subdisciplina no puede estar exclusivamente identificada con las generaciones vivas, sino que debe ser entendida desde los tres conceptos que la delimitan:
Se debe considerar como historia en cuanto es un enfoque que pone énfasis en el desarrollo de los acontecimientos, situaciones y procesos sobre los que trabaja. Es tiempo en la medida en que se interesa por comprender la cadencia y la extensión diacrónica y sincrónica de esos fenómenos analizados. Es presente, entendido como duración, como un registro de tiempo abierto en los extremos, es decir, que retrotrae a la inmediatez ciertos elementos del pasado (el espacio de experiencia) e incluye el devenir en cuanto expectativas o futuros presentes (el horizonte de expectativa) (Fazio, 2010: 140).
Considera, asimismo, que debe ser una historia que tome en cuenta las transformaciones que ha vivido la sociedad contemporánea. Afirma que la perspectiva diacrónica que la caracteriza es la que la diferencia de otras miradas provenientes de las ciencias sociales. En este sentido, también destaca su carácter global transdisciplinario. Es decir, recobra la vieja propuesta de Marc Bloch acerca de realizar trabajos que incluyan a historiadores de distintas latitudes y con perspectivas disciplinarias variadas. En síntesis, Fazio considera que “la historia del tiempo presente representa la ruta cartográfica de la historia global” (Fazio, 2010: 148).
Por su parte, Henry Rousso, uno de los primeros historiadores en hacer historia del tiempo presente, publicó La dernière catastrophe. L’histoire, le présent, le contemporain en 2013, en donde hace un importante esfuerzo por definir y trabajar teóricamente el concepto. Rousso afirma que la particularidad de esta parcela historiográfica es que se interesa en un presente que es el suyo mismo, en un contexto donde el pasado no está ni acabado, y donde el sujeto de la narración es un “todavía-ahí”, mientras que su final, por definición, es móvil. Entre las principales características de la historia del presente señala: a) la centralidad del testigo (y por consecuencia de la memoria); b) la existencia de relaciones conflictivas con el poder, religioso o político, y c) el lugar central del acontecimiento, la existencia de una demanda social, donde el historiador se ha convertido en un experto, porque la historia del presente se ha transformado en un campo de “experticia”. Además, y ésta es su principal hipótesis de trabajo, el interés por el pasado cercano parece ligado a un momento de violencia paroxístico, y sobre todo a su “después”, al tiempo que sigue al acontecimiento “deflagrador”, necesario para la comprensión, la toma de conciencia, la toma de distancia, pero también marcado por el traumatismo, y por fuertes tensiones entre la necesidad del recuerdo y el señuelo del olvido. Menciona, entonces, que un rasgo característico de esta historia es afrontar las fases de amnesia, al mismo tiempo que busca sus propias bases epistemológicas. Desde esta perspectiva, señala que el historiador del presente ha tenido por tarea hacerse cargo de un doble movimiento: hacer pasado el presente y hacer presente el pasado.
Para nosotros, hay que insistir en la conveniencia de utilizar historia del presente como definición que permite especificar que el estudio de la subdisciplina es el presente (en cuanto coetaneidad) y no un periodo de la historia de cada país, vinculado con una catástrofe, el