En la cresta de la ola. Группа авторов

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historia inmediata, sería difícil utilizarlo porque define lo mismo que historia del presente, pero sin haber logrado hegemonía, y porque, consideramos, estuvo ligado en sus orígenes con la inmediatez (el instante) y no con un espacio de tiempo referido a la coetaneidad.

      III

      Los diversos ensayos que componen este libro abarcan las complejidades tanto prácticas como epistemológicas de la historia del tiempo presente; el conjunto pone de relieve lo que quizá sea una de las características de este campo historiográfico: el debate y la explicitación de sus condiciones de posibilidad, epistémicas y políticas. Los textos están organizados en tres grandes secciones, que dan cuenta de las principales temáticas del debate en torno a la historia del tiempo presente: epistemología, heurística y construcción de un campo interdisciplinario.

      En la primera sección, “Debates y definiciones”, los trabajos hacen un recuento sobre los principales debates en torno a la definición del campo historiográfico, que acá nombramos historia del tiempo presente, y avanzan en la identificación de los conflictos epistémicos, así como en nuevos usos, categorías y entronques interdisciplinarios que fortalecerán su reflexión y práctica.

      Ilán Semo vuelve a la reflexión sobre la experiencia de tiempo, y teje el debate sobre el concepto de historia del tiempo presente, no sólo de las condiciones teórico-políticas que hicieron posible la emergencia de un concepto que reintegra el presente en el tiempo histórico, sino de las condiciones epistemológicas que permiten la aprehensión de una experiencia del tiempo particular, marcada tanto por la representación de esa experiencia como por lo que el autor denomina “experiencia desnuda”. En el análisis de sus condiciones epistemológicas, Semo va estableciendo los lindes de la historia del tiempo presente frente a otros conceptos con los que podría sugerirse una cierta duplicidad, como el concepto de lo contemporáneo y aquella región de la historiografía que se encargó de su explicación, la “historia contemporánea”. Semo expone las diferencias y la fractura de lo contemporáneo como experiencia fundamentalmente de la subjetividad moderna, que no puede superar el quiebre de los relatos universales, y por eso la necesidad de un concepto y práctica como la historia del tiempo presente que asume que “el estudio de los horizontes de expectativas encuentra el límite de lo que podemos saber o no; es decir, dónde se origina un fenómeno, pero no cómo ni cuándo acabará por tomar su cuerpo distintivo”.

      Eugenia Allier Montaño hace un análisis de la emergencia del concepto de historia del presente dentro de las ciencias sociales en Europa y su implantación en el campo historiográfico. No sólo recupera los itinerarios de este concepto, sino que presenta la discusión epistemológica de sus principales componentes: la idea de generación como elemento de identificación del presente histórico, la coetaneidad como experiencia de lo pasado-presente, la interdisciplina como abordaje que genera reflexiones más orgánicas respecto al objeto de estudio y las demandas sociales y políticas, que no sólo se presentan ante una historiografía de este tipo, sino que la moldean como campo. Asimismo, pone en diálogo el concepto de historia del tiempo presente con otras definiciones cercanas que también tratan sobre la historización de acontecimientos cercanos: historia reciente, historia inmediata, historia vivida, entre otros. A través del análisis de los componentes, de su diferenciación conceptual y contextual, así como de los debates sobre la posible historización del presente, logra establecer los marcos epistemológicos para sostener la legitimidad de un campo historiográfico particular.

      Guadalupe Valencia en su contribución para este libro sostiene que el tiempo no es un objeto más para la investigación; más bien, es una de las dimensiones de la vida. Partiendo de esa premisa, se interroga sobre las condiciones de posibilidad para la compresión del tiempo y los fenómenos que suceden temporalmente, sin reducir la mirada a un enfoque disciplinario. Lo relevante, sostiene, es discernir sobre las peculiaridades, escalas y preguntas pertinentes “a las diversas temporalidades de los mundos que hemos vuelto inteligibles”. A través del análisis de los principios epistémicos y las metáforas producidas en distintos campos disciplinarios, avanza en la construcción de una propuesta integral y compleja para el análisis de lo temporal.

      Rogelio Ruiz se pregunta de qué manera puede abordarse desde la historia aquello que se inscribe en “un no-tiempo u otro-tiempo, y otras formaciones particulares que operan con sus propias temporalidades, sin quedar supeditado al rasero eurocéntrico que trazó en términos lineales y evolutivos el tiempo histórico”. En su contribución despliega los distintos análisis que sobre el tiempo histórico han acompañado a la propia formación de la historia como disciplina, y a las ciencias en general, por los desafíos epistémicos y metodológicos que representa esta dimensión constituyente de la experiencia humana. Plantea esta discusión a partir de la manera en que los historiadores se han posicionado o se han excusado de brindar explicaciones sobre el tiempo como concepto y experiencia. En primer lugar, sobre el tiempo histórico, en contraposición al tiempo natural, cuya existencia como el tiempo propio de la historia obliga a definiciones conceptuales y a los criterios que lo definen. En segundo lugar, presenta las particularidades de distintas posibles temporalidades, expresadas en las tensiones entre historia y memoria, que pueden encontrar un arreglo fructífero en la historia del tiempo presente, donde esta relación tiene la oportunidad de disipar teórica y metodológicamente las confusiones entre ambas.

      Cecilia Macón, por su parte, también vuelve sobre la distancia temporal como problema epistémico de la historia del tiempo presente y propone su análisis desde el “giro afectivo”. Para Macón, “esa superposición de distancia y cercanía con el pasado en términos afectivos constituye un punto de vista privilegiado a la hora de dar cuenta de la historia del presente exhibiendo las tensiones, pero también la apertura a una respuesta”. Destaca el papel central de emociones y afectos no sólo en la forma en que entendemos el pasado, sino también en la forma que se constituyen las temporalidades, de ahí su importancia para el análisis histórico del presente, pues es un elemento que fustiga la concepción lineal del tiempo y, con esto, el precepto de “distancia histórica” en las operaciones historiográficas.

      Frédérique Langue sostiene, en “Memoria y emociones de un tiempo presente latinoamericano”, que los usos políticos del pasado se han convertido a lo largo de esta última década en un tema clave para el historiador del tiempo presente. Insertándose en debates historiográficos recientes, incluyendo el de la historia pública, este breve ensayo busca historiar y resaltar la labor del historiador de oficio, contraponiéndola a determinadas formas de instrumentalización de los pasados nacionales. Se trata aquí de tomar en cuenta las historias oficiales, así como el régimen emocional que en adelante conlleva el “régimen de historicidad” característico de algunos países del cono sur.

      Gabriela Rodríguez Rial propone en su contribución revisar los itinerarios de la historia conceptual y la historia del tiempo presente, destacando sus intersecciones, particularmente las temporalidades, en tanto que concepto y campo de análisis. En estas imbricaciones, destaca algunos elementos que podrían fortalecerla, desde la historia conceptual: la definición de las condiciones de posibilidad del tiempo presente, en que uno de los problemas fundamentales es “encontrar un concepto-problema para narrar nuestra experiencia histórica coetánea que nos permita comparar los procesos políticos que el mundo en general y América Latina en particular vienen experimentado desde los años setenta”. Otro elemento es el uso de herramientas conceptuales para el trabajo heurístico como “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativas”. El instrumental de la historia conceptual, plantea, puede contribuir a la historia del tiempo presente “para comprender mejor los pasados y los futuros pasados que persisten en los procesos políticos y sociales que nos son coetáneos”.

      Eugenia Allier Montaño, en “Ética y política en el historiador del tiempo presente”, señala que el historiador del tiempo presente, al abordar pasados recientes, “calientes” y vivos, enfrenta el problema de la “demanda social” de “peritaje” sobre el pasado, por lo que se ve en la necesidad de asumir posicionamientos éticos y políticos no conocidos antes, que se expresan en dos ámbitos diferentes: “el de la justicia (al ser llamado a declarar como ‘testigo experto’) y el de su intervención en comunidad sin una demanda social expresa (enfrentándose a memorias sociales y vivas)”. De esta manera, afirma que


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