Gesta de lobos. Thomas Harris
originarios de las Indias Occidentales, cuando aún No era esta Putamérica de hoy, los portentosos conquistadores Del imperio peninsular de España. Deberás aprender a oler, A aguzar tu olfato aún más, a obliterar tu instinto de sangre Por el instinto del oro, que ambos, sangre y oro, son Portadores del Poder y la Muerte. Ergo, Lupus Áureo, si me permites que te llame así, Deberás hacerte de una stultifera navis y un puñado De tus bráder lupinos y enfilar la negra cóncava nave hacia Las Indias de las que te hablo, una tierra que día a día decae más: La tierra de los muertos, la tierra de los cactos, Donde las imágenes de piedra se levantan y la mano De un muerto implora bajo el parpadeo de las estrellas Que se les van en sus ciudades donde los labios han olvidado besar Y el amor se acurruca bajo las fauces de neón, temblando El castigo del cuerpo, en su sueño de perro. No te confíes sólo de la luna a la que tanto has aullado de amor y odio, Ni del cielo agujereado de estrellas, lo primero que viste Al ser parido en lo más umbrío de tu bosque natal, Porque las estrellas en altamar son cambiantes en su Cielo borracho, no como las del bosque, fijas en su Elemento, el humus y los erguidos pinares. Por eso te obsequiaré esta rosa, es la rosa de Paracelso, Una rosa transmutada en el elemento de tu búsqueda. Sus pétalos dorados te guiarán hacia las madrigueras del oro, Allá, en el cada vez más desolado y transparente Nuevo Mundo. Hazte de un puñado de lobos hambrientos y marcados Ya sea por las trampas herrumbrosas o por las balas de Plata de esos Cazadores del Deseo que siempre los han acosado. Esta estrategia te proporcionará una manada licántropa Que no dudará en morder al primer aullido, por su ira Acumulada. Escucha, Lupus Enamorado, la ira será Tu más deletérea arma, la ira y el amor perdido serán El alma salvaje de tus colmillos y de los colmillos De tu tripulación lobuna, y el Deseo, te lo repito, El Deseo, vuestra causa teñida de sangre y crueldad.
Palabras de despedida de Tiresias Dupin a Lobo
Ahora que serás un lobo de mar,
Recuerda que el mar no es tu elemento,
Pero guarda el odio como un amuleto sagrado,
Como un espejo de luna,
Donde refulgirá el marfil de tus colmillos.
Verás amaneceres y espejismos en el viaje,
Imaginarás liebres acosadas en los
Peces voladores, teas temblorosas
Como mil crepúsculos ardiendo en el horizonte,
Relinchos de caballos de montería en el
Rugir de las olas, y cuando las ganas de morder
Arrecien, en la baba dorada por el sol
Que caiga de tus fauces, recuerda que vas
Tras el oro y de lo que te brinde el bello viaje,
Y que el viaje y el oro son tan crueles
Como la sangre derramada por el
Venado herido y sus espasmos en la agonía.
El holograma de Tiresias se le aparece a Lobo en las Indias Occidentales y le da consejos estratégicos
Deberás buscar aliados en estas tierras extrañas, Lobo.
Lee con atención este libro que ahora te cito:
Relación de la conquista de México, su autor, El tan diestro en ardides como Odiseo, Hernán Cortés, Pero tan colérico en la guerra, como Aquiles, Y tan ansioso del oro como Cristofhoro Columbus Tu ahora mágico y precioso metal. Adéntrate en sus páginas y aprende sus estrategias, Mas no cometas sus errores, Lobo, en tus correrías. No quemes tus naves ni traiciones a los traidores. Busca en las Indias Occidentales a tus hermanos, Los náhual, cada uno de ellos es un doble animal, Pero tienen dominio sobre los humanos a los que replican. No son como los Doppelgänger de tu burgo post-medieval, Más bien mantienen la herencia del animal que los Habita y su doble condición los hace inapresables Para trampas humanas y no son objetos de cacería; Busca a los pumas, a lobos americanos, y a los náhual Del aire, águilas y murciélagos, pero no desdeñes a los perros Ni a los coyotes; te servirán en tu causa si sabes Hermanarte en sus respectivas naturalezas; No son asesinos, pero si te enfrentas a ellos sucumbirás A su magia, porque están en hermandad con los cielos Y la tierra, con las flores que se agostan por las Noches y con el sol que despunta el oro bermellón De cada madrugada donde se aparea la vida y la muerte. En alguna urbe perdida, entre las abras de las torres Relumbrantes de neón, en las ya fulgurantes ciudades, Debes buscar una hembra humana que te guarezca De los hombres. En las Indias también te temen, Lobo, los hombres. Aquella hembra debe ser una Aborigen de estas tierras, una Malinche urbana. La reconocerás por su fulgor crepuscular, Por su conocimiento de la noche y las calles ciegas, Por su frágil silueta negra como a punto de desaparecer Al primer atisbo de luz solar; Se llama, como siempre, Aurelia, y dirá de sí misma Je sui l' otre, recordando a su amante suicidado En una miserable callejuela de París, Ese príncipe de Aquitania de la torre abolida. Su cuerpo es una extensión de geoglifos y pinturas rupestres, En llanuras como las de Nazca y grutas como las de Lascaux, Donde deberás leer no el mapa sino sus sinuosidades, No el cuerpo, sino el camino hacia el oro. Su náhual, el animal que la duplica, no sé cuál es, Eso deberás leerlo con tus garras En sus geoglifos y pinturas rupestres, o en los temblores de Su carótida que palpitará 7 veces 7, Cuando le cites el desgarro fatal de Nerval: Sí, soy yo, pero póstumo; Porque en una grieta de su mente Que decae prematuramente en su deseo, Como todo en este Nuevo Mundo en el que ahora husmeas, Lobo, los románticos tardíos se le pueden haber Infiltrado clandestinos por un sueño de madrugada Donde le oprimió el pecho un súcubo de Nerval. Tal vez lleve el verso que hará de sortilegio a su doble Marcado a fuego en algún confín remoto de su cuerpo, No sé en qué lengua, si en nauatl, quechua, sáncrito, Mapundungun, arameo, latín bajo o splanglish; Esas que susurraban el Primer Día de la Creación, acá; Aurelia será tu Beatrice de las Indias, Circe y Calipso a la vez, mas debes ser cauto, Lobo, y no clavar Tus colmillos en su cuello: ya alguna vez fue mordida Por un vampiro de estas tierras del confín, En un amanecer Mood Indigo como la melodía. Por lo tanto, no podrás contaminarla por segunda vez: India, vestal, monja, puta, santa o fantasma, Si hallas el verso adecuado, sin duda, reconocerá Tu licántropa condición y te llevará por los laberintos De las Indias que conducen a tu implacable talismán: El oro. Pero, como Odiseo, Lobo, no debes dejarte Atrapar por sus dádivas ni sus negras sábanas. Recuerda que es como cualquier náhual de las Indias, Un recurso para liberar a Loba del Hades Lupus. Debes ser despiadado y cruel, el cuchillo y la herida a la vez. Sedúcela con tus colmillos, sácale el mapa del oro, Y abandónala después en un cementerio clandestino O en una carretera perdida, con esas gasolineras de Hopper, Tan tristes, pero eficaces para los amores despiadados.
Lobo toma posesión de las Indias Occidentales
Nuestra Stultifera Navis quedó al pairo En una rada demente de este continente que se hunde En el barro santificado de su tormento. En la panza del navío una hueste peluda y babeante Resoplaba su sueño de venados y niños. Un humo azulino bañaba la jauría, Un organismo primordial en mortífera latencia. Entonces, me escabullí en el más sigiloso silencio, Apostando lo más feroz de mis garras por la cubierta, Y salté sediento de misterio a la amura, Y permanecí allí deslumbrado por el destello De la primera ciudad de las Indias que se abría Como tumba sin descanso en sus palpitaciones de miedo, Como si rumiara las ascuas del último fuego, El brillo de la sangre perlando el pedernal del sacrificio. Entonces, salté a la superficie del planeta desolado Que hedía a incienso y sándalo azumagado Y creí que era la luna, la argentina superficie cenicienta Del satélite muerto como un ojo fuera de su órbita Arrancado por mis garras, al caer furtivo como el que soy En la vasta tierra viuda y desconocida. Fugaz cruzó el primer náhual, en su forma sin forma, Brillante suceso incandescente, como fuego fatuo. Me detuve, erguido sobre mis grupas, erizada mi pelambre, Tensados mis belfos, estalactitas mis colmillos, Aguzados como el falo del dios errante, Acezando de locura lunar, de hambre sin objeto e Ira por Loba muerta y mis perdidos gemelos