Gesta de lobos. Thomas Harris
de los Que murieron, abrazando la piedra y la demencia. Quise aullar, pero retuve el cántico de la noche. Quise aullar, pero me sumí en la metafísica del Vacío. Quise aullar, pero de mis fauces sólo asomó otra noche, Mi noche interior que se sumó a la noche de las Indias. Yo era el lobo del Viejo Mundo pisando esta tierra virgen Con mis garras, mancillándola como a una puta Impúber, rasgándola para siempre con mis uñas negras, Pero apenas, para que la niña estuprada No despertara de su desgarro y gritara la herida entreabierta. Doce riachuelos de sangre manaron de la superficie De la brea orgánica que pisaba y, entonces, nuevamente, Fugaz, cruzó el primer náhual, en su forma sin forma, Brillante suceso incandescente, como fuego fatuo. Y sentí en mis entrañas el despojo muerto de Loba asesinada, Y sentí en mis entrañas un hambre de otro tiempo, En mis entrañas se debatía el cadáver de Loba por venganza, En mis sesos de animal se alojó el delirio de las Indias Y mi verga roja y chorreante se tensó en un mástil De alabastro y carne, y sentí el ardor y el derrame, Y aullé hacia adentro para mantenerme clandestino, oculto aún, Y mis grupas y mi cuello crujieron dislocados, Y mis costillas se ensancharon y mis fauces espejearon el paisaje, Y me erguí como el falo santo en dos patas. Entonces mi pelambre se erizó como el trueno Y fulguró como las ascuas de los sacrificios rituales Y aullé, aullé todas mis ganas que agrietaron la superficie De la tierra recién parida, porque yo, Lobo, Oriné el oro de mis entrañas tomando posesión De la landa impúber que gimió niña bajo mi peso asesino.
La lluvia dorada
Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa, como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada… Pablo Neruda: Tango del viudo.
Cuando aullé con mis garras horadando
La tierra núbil de las Indias, un continente abierto a la muerte,
Cayó la primera lluvia dorada, sobre los cuerpos abatidos,
Y ese oro líquido penetró por las llagas de los cadáveres,
Esos espejos áureos que se abrieron exudando el vapor
Sexual de los peces y los tigres;
Y los cuerpos desmembrados se volvieron a reunir,
Las llagas abiertas por los cruentos pedernales
Invirtieron el curso del torrente sanguíneo, ya coagulado,
Y los torsos destazados cicatrizaron sus heridas
En los altares de piedra; y continuó vertiendo el cielo
Azul manchado de azul, la tibieza de la lluvia dorada,
Que arreció sobre la mesnada de cadáveres ya violáceos
Que invirtieron la lividez en flujo, y el flujo en rosáceas
Carnes resucitadas, y el vapor alquímico que arropó
Todas esas muertes, aulló también el canto de la noche,
Aullido a aullido, y la lluvia dorada arreció 40 días y 40 noches,
Y nuevamente las vulvas sacrificadas secretaron el deseo,
Y nuevamente los falos agostados por el pedernal cruel,
Se irguieron y eyacularon oro líquido sobre la muerte
Derrotada por el crepúsculo de la tarde, que
Permaneció sobre la piel que alfombró el bosque
De estatuas palpitantes, áureas, en una nueva vida
Para el deseo de estos pámpanos crepusculares de las Indias,
Donde el sacrificio era la mácula, y el pedernal
El falo fiero, y sobre las charcas de raso núbil
Continuó arreciando la espléndida lluvia dorada,
Mientras yo, Lobo, aullaba, aullaba, aullaba, el aullido
Más rapaz y pletórico, en una alborada del tercer día
De la resurrección de todos los cuerpos sacrificados a
Un Dios pétreo, que huyó por el corredor del Vacío
Hacia el cóncavo espejo amarillo que devoró su horror vacui.
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