El ministerio de la bondad. Elena Gould de White
el juego de la vida para apoderarse de cada alma. Sabe que la simpatía práctica es una prueba de la pureza y de la abnegación del corazón, y hará todo esfuerzo posible para cerrar nuestro corazón a las necesidades ajenas y lograr que al fin no nos conmueva la visión del dolor. Introducirá muchas cosas para impedir la impresión del amor y la simpatía. Así fue como arruinó a Judas. Éste se dedicaba constantemente a hacer planes para beneficiarse a sí mismo. En esto representa a una gran clase de quienes profesan ser cristianos hoy. Por lo tanto, necesitamos estudiar su caso. Estamos tan cerca de Cristo como él lo estaba. Sin embargo, si, como sucedió con Judas, la asociación con Cristo no nos hace uno con él, si no cultivamos dentro de nuestro corazón una simpatía sincera hacia aquellos por quienes Cristo dio su vida, corremos como Judas el peligro de quedar separados de Cristo y de ser objeto de las tentaciones de Satanás.
Necesitamos protegernos contra la primera desviación de la justicia; una transgresión, una negligencia en cuanto a manifestar el espíritu de Cristo, abren el camino a otra y aun otra, hasta que la mente queda dominada por los principios del enemigo. Si se cultiva un espíritu de egoísmo, llega a ser una pasión devoradora que nada sino el poder de Cristo puede subyugar (JT 2:502, 503).
La religión pura es realizar obras de misericordia y amor. La verdadera piedad se mide por la obra que se hace. La profesión no es nada; la posición no es nada; un carácter como el de Cristo es la evidencia que hemos de mostrar de que Dios ha enviado a su Hijo al mundo. Quienes profesan ser cristianos y sin embargo no proceden como lo haría Cristo si estuviera en su lugar, dañan grandemente la causa de Dios. Representan falsamente a su Salvador y están bajo una falsa bandera...
La religión pura y sin mácula no es un sentimiento, sino la realización de obras de misericordia y amor. Esta religión es necesaria para la salud y la felicidad. Entra en el templo contaminado del alma y con un látigo echa a los intrusos pecaminosos. Ocupando el trono, consagra todo con su presencia, iluminando el corazón con los brillantes rayos del Sol de justicia. Abre las ventanas del alma hacia el cielo, permitiendo entrar la luz del sol del amor de Dios. Con ella entran la serenidad y la compostura. Aumentan el poder físico, mental y moral, porque la atmósfera del cielo, como un agente viviente y activo, llena el alma. Cristo es formado en lo íntimo, la esperanza de gloria (RH, 15-10-1901).
Convertirse en un obrero que persevera pacientemente en este bienhacer que implica labores abnegadas, es una tarea gloriosa sobre la cual sonríe el Cielo. El trabajo fiel es más aceptable por parte de Dios que el culto más celoso y considerado más santo. El verdadero culto es trabajar juntamente con Cristo. Las oraciones, las exhortaciones y los discursos son frutos baratos que con frecuencia están vinculados entre sí; pero los frutos que se manifiestan mediante buenas obras, en la atención de los necesitados, los huérfanos y las viudas, son frutos genuinos y crecen naturalmente en un buen árbol (TI 2:23, 24).
¿Somos los hijos de Dios? No es el servicio caprichoso lo que Dios acepta; no son los espasmos emotivos de piedad los que nos hacen hijos de Dios. Él demanda que trabajemos movidos por principios verdaderos, firmes y permanentes. Si Cristo se forma en lo íntimo, la esperanza de gloria, él se revelará en el carácter, que será semejante a Cristo. Hemos de representar a Cristo al mundo, como Cristo representó al Padre (RH, 11-1-1898).
Debemos mostrar el calor y la cordialidad cristianos no como si estuviéramos haciendo algo maravilloso, sino tan sólo lo que esperaríamos que hiciera cualquier cristiano verdadero en nuestro caso si estuviera colocado en circunstancias similares (Carta 68, 1898).
No nos cansemos en el bien hacer. Muchas veces nuestros esfuerzos por otros pueden no ser tomados en cuenta e indudablemente se pierden, Pero esto no debiera ser una excusa para que lleguemos a cansarnos de hacer el bien. ¡Con cuánta frecuencia ha venido Jesús a buscar fruto en las plantas que él cuida y no ha encontrado sino hojas! Quizá nos desanimemos por los resultados de nuestros mejores esfuerzos, pero esto no debiera inducirnos a ser indiferentes ante los ayes de otros y no hacer nada. “Maldecid a Meroz, dijo el ángel de Jehová; maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron al socorro de Jehová, al socorro de Jehová contra los fuertes” [Juec. 5:23] (T 3:525).
Al hacer por otros estamos haciendo por Cristo. De acuerdo con lo que se me ha mostrado, los observadores del sábado se vuelven más egoístas a medida que aumentan sus riquezas. Su amor por Cristo y su pueblo disminuyen. No ven las necesidades de los pobres, ni sienten sus sufrimientos ni sus pesares. No se dan cuenta de que al descuidar al pobre y a quienes sufren descuidan a Cristo, y que al aliviar las necesidades y los sufrimientos de los pobres hasta donde les sea posible, están sirviendo a Jesús...
“Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles: Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá, diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mat. 25:41-46).
Jesús se identifica con la gente que sufre. “Yo tenía hambre y sed. Yo era forastero. Yo estaba desnudo. Yo me hallaba enfermo. Yo me encontraba en prisión. Mientras ustedes disfrutaban del abundante alimento extendido sobre sus mesas, yo padecía hambre en la choza o en la calle, no lejos de ustedes. Cuando cerraron sus puertas delante de mí, mientras estaban desocupadas vuestras bien amuebladas habitaciones, yo no tenía dónde reclinar mi cabeza. Vuestros guardarropas estaban repletos de trajes y vestidos para cambiarse, en las cuales se habían malgastado innecesariamente mucho dinero, que podrían haber dado a los necesitados; yo estaba desprovisto de ropa adecuada. Mientras disfrutaban de salud, yo estaba enfermo. La desgracia me arrojó en la cárcel y me aherrojó con grillos, deprimiendo mi espíritu, privándome de libertad y esperanza, mientras ustedes andaban de aquí para allá, libres”. ¡Cómo se identifica aquí Jesús mismo con sus discípulos sufrientes! Se pone en lugar de ellos. Se identifica como si él hubiera sido en persona el doliente. Noten, cristianos egoístas: Cada descuido del pobre necesitado, del huérfano, del que no tiene padre, es un descuido de Jesús en persona.
Conozco a personas que hacen gran profesión de piedad, cuyos corazones están tan encasillados en el amor al yo y el egoísmo, que no pueden apreciar lo que estoy escribiendo. Toda su vida han pensado y vivido únicamente para sí mismos. No entra en sus cálculos el hacer un sacrificio para el bien de otros, el perjudicarse por favorecer a otros. No tienen la menor idea de que Dios requiere esto de ellos. El yo es su ídolo. Semanas, meses y años preciosos pasan a la eternidad, sin que se registre en el Cielo que hayan realizado actos de bondad, de sacrificios por el bien de otros, de alimentar al hambriento, vestir al desnudo o amparar al forastero. No es agradable hospedar a forasteros al azar. Si supieran que son dignos todos los que buscan compartir sus bienes, entonces podrían sentirse inducidos a hacer algo en ese sentido. Pero hay virtud en correr cierto riesgo. Quizá hospedemos a ángeles (TI 2:23-25).
1. El lector debe tener en cuenta que la expresión “obra médico-misionera”, frecuentemente empleada por Elena de White, iba mucho más allá de los límites de un servicio médico profesional, y abarcaba todos los actos de misericordia y bondad desinteresados.–Los compiladores.
CAPÍTULO
5
La parábola del buen samaritano
Ilustración de la naturaleza de la religión verdadera. En la historia del buen samaritano, Cristo ilustra la naturaleza de la religión verdadera. Muestra que ésta no consiste en sistemas, credos o ritos, sino en la realización de actos de amor, en hacer el mayor bien a otros, en la bondad genuina...
La lección no se necesita menos hoy en el mundo que cuando salió de los labios de Jesús. El egoísmo y la fría formalidad casi han extinguido el fuego del amor y disipado las gracias que podrían hacer fragante el carácter. Muchos de quienes profesan su nombre han perdido de vista el hecho