Entre el amor y la lealtad. Candace Camp
—Olivia se mostró de acuerdo mientras se sentaba en el otro extremo de la cama—. ¿Quién es? ¿Dónde lo conociste? ¿Te salvó de ser arrollada por un carruaje que circulaba sin control? ¿Te rescató de un bandido, o…? —Olivia era una gran lectora de novelas.
—Se sentó a mi lado durante la conferencia.
—Vaya, qué decepcionante —Olivia pareció desinflarse.
—No seas tonta —Kyria puso los ojos en blanco—. Thisbe no es tan estúpida como para ponerse delante de un carruaje en marcha. Ni lleva nada que merezca la pena ser robado. Adelante. Sigue. ¿Se sentó él a tu lado o fue al revés?
—Está visto que queréis conocer todos los detalles —Thisbe también se sentó en la cama de su hermana, entre las dos, que se volvieron hacia ella de inmediato. La escena se repetía en numerosas ocasiones, las tres hermanas acomodadas para una prolongada charla, aunque esa noche era diferente, como si se respirara cierta importancia, cierto… resplandor—. Él se sentó a mi lado. Lo cierto es que llegó tarde, y no había muchas sillas vacías.
—Aunque solo hubiera habido dos, es significativo que te eligiera a ti.
—Supongo que algo querrá decir, la mayoría de los hombres parecen tener miedo de sentarse a mi lado.
—¿Cómo se llama? ¿Lo conozco? —preguntó Kyria.
—Lo dudo. No se mueve en tu círculo. Trabaja en una tienda.
—¿Es un comerciante? —incluso Kyria pareció decepcionada ante la noticia—. ¿Es viejo?
—A papá le va a decepcionar saber que no es un intelectual —apuntó Olivia.
—Papá lo encontraría perfectamente adecuado —Thisbe rio—. Bueno, tan adecuado como puede ser un hombre incapaz de distinguir un jarrón etrusco de un tarro de aceitunas romano. Desmond es científico, y muy listo. Y no es viejo. No es el dueño de la tienda, trabaja allí para mantenerse. En cualquier caso, la aprobación de papá no es ningún problema aquí, no es que esté pensando en casarme con ese hombre.
—Yo no estaría tan segura. Es el primer hombre del que te he oído hablar nunca, salvo por algún viejo científico, que suele estar muerto —puntualizó Kyria—. Desmond —pronunció exageradamente el nombre—. Es un buen nombre.
—Me alegra que te guste.
—¿Qué aspecto tiene? ¿Qué tiene de especial? —preguntó Olivia, insistiendo en los detalles.
—Es bastante alto, tanto como Theo, quizás incluso más, aunque es más delgado. No tan atlético.
—Eso está bien —decidió Kyria—. Un científico no necesita ser capaz de remar contracorriente por el Amazonas.
—Tiene el cabello oscuro, demasiado largo y desastrado, y todo revuelto, aunque quizás se debiera a que iba con prisas porque llegaba tarde. No paraba de caerle sobre la cara mientras hablaba, y él se lo apartaba con la mano, así, consiguiendo que se le revolviera más —Thisbe sonrió al recordarlo—. Su rostro es más ovalado que cuadrado, y su barbilla es firme. Su boca es perfecta, ni demasiado ancha ni demasiado estrecha. Tiene una sonrisa adorable, aunque permanece muy serio casi todo el rato. Sus ojos son de un intenso color marrón, como el chocolate, y las pestañas son tan espesas que es injusto que pertenezcan a un hombre —mientras hablaba, Thisbe miraba al vacío, recordando todos los detalles de Desmond y, cuando volvió a mirar a sus hermanas, las encontró mirándola, boquiabiertas.
—Nunca te había oído describir a nadie con tanto detalle —aseguró Olivia.
—La semana pasada ni siquiera recordabas si el señor Barlow era rubio o de cabellos marrones —añadió Kyria.
—¿Quién es el señor Barlow?
—A eso me refería —Kyria echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada—. Estuvo aquí la semana pasada, pero tú apenas lo recuerdas.
—No lo recuerdo en absoluto —contestó Thisbe—. Yo no llevo la cuenta de tus pretendientes, Kyria. Ocuparía demasiado espacio en mi cerebro.
—Entonces contéstame a otra pregunta, ¿de qué color tiene los ojos, Willis, el lacayo? —Kyria desafió a su hermana.
—Yo, eh, ¿marrones?
—Son azules —contestó triunfante Kyria—. Y lleva aquí años. Lo ves cada noche durante la cena. No prestas la menor atención al aspecto de nadie.
—Normalmente me interesa más lo que tienen que decir.
—Y sin embargo recuerdas hasta el último detalle de ese hombre. Rápido, ¿qué llevaba puesto?
—Una chaqueta y pantalones, todo muy sencillo, de color grisáceo. Los zapatos eran negros y bastante estropeados —ella sonrió—. Se había olvidado el abrigo y el sombrero, y había perdido los guantes.
—¡Es igual que papá! —gritó Olivia y las tres estallaron en carcajadas.
—No me extraña que dijeras que papá lo aprobaría —añadió Kyria—. Y menos mal, porque estás gravemente enamorada.
—¿Enamorada? ¿Es verdad? —Thisbe sonrió débilmente—. Me preguntaba cómo se llamaría. Era de lo más extraño. Sentía este… este calambre por todo el cuerpo cada vez que me miraba. Y una… una conexión, supongo, casi como si ya lo conociera, solo que no era así, por supuesto, pero se parecía. Solo con mirarlo, ya tuve la sensación de conocerlo. ¿Tiene todo esto algún sentido?
—En absoluto, pero es que yo no conozco el amor —le explicó Kyria—. Me gustan varios hombres, algunos más que otros. Me gustaría poder bailar con Howard Buckley más de dos veces en un baile, pero solo porque es un excelente bailarín, y lord Highsmith me hace reír. Pero no siento la menor inclinación a enamorarme de ninguno de ellos —frunció el ceño—. ¿Crees que me pasa algo malo?
—Solo que tienes una superabundancia de pretendientes —contestó Thisbe—. ¿Cómo vas a poder encontrar a alguien especial entre todos ellos? Es tu primera temporada, y apenas ha comenzado. No te imagino encontrando el amor nada más celebrar tu puesta de largo.
—Cierto —Kyria sonrió—. De hecho creo que fastidiaría la diversión.
—¿Y a quién le importa la temporada de bailes? —protestó Olivia mientras hundía un dedo en la pierna de Kyria—. Quiero oír más sobre el enamorado de Thisbe.
—Yo también —su hermana asintió, aunque hizo una pausa para pellizcar el brazo de Olivia—. ¿Qué te dijo cuando os conocisteis?
—Nada. Fui yo la que inició la conversación. Tuve que agarrarlo del brazo para llamar su atención.
—¿No se fijó en ti? —preguntó Kyria sorprendida.
—Claro que se fijó en mí —Thisbe rio—. No paraba de mirarme de reojo mientras tomaba notas, así —les hizo una demostración.
—Eso es bueno —Kyria asintió sabiamente.
—Pero no dijo ni una palabra. Creo que es algo tímido… incluso se ruborizó.
—Qué monada —opinó Olivia.
—De modo que le pregunté si le gustaría tomar prestadas mis notas, y lo hizo, y a partir de ahí fue mucho más fácil conversar.
—¿Y de qué hablasteis?
—Bueno, pues de los estudios, y de la teoría de los naftalenos de herr Erlenmeyer.
—¡Naftalenos! —exclamó Kyria boquiabierta—. En serio, Thisbe, ¿hablasteis de química?
—Y de espectrometría. Oh, y de fotografías de espíritus… en eso no estuvimos muy de acuerdo.
—¿Discutiste con él?
—No fue exactamente una discusión. Fue más una conversación animada,