Entre el amor y la lealtad. Candace Camp
—Mi trabajo está relacionado con instrumentos y componentes ópticos: lentes, termómetros y esas cosas. Trabajo, sobre todo, con caleidoscopios.
—¿Caleidoscopios? ¿Los fabrica?
Desmond asintió.
—Y también investigo en los avances en ese campo, utilizando diferentes objetos, o usándolos de diferente manera, desarrollando nuevas ideas. En particular, me interesan los tomoscopios.
—¿Y eso qué es? No me resulta familiar —al principio las preguntas de Thisbe habían estado dirigidas a hacerle hablar, pero él había despertado su curiosidad.
—Ya sabrá cómo funciona un caleidoscopio. Está formado por una caja que contiene pedacitos de cristales de colores de diferentes tamaños y formas. Esa cajita está conectada al tubo que tiene un visor en el otro extremo.
—La luz atraviesa la cajita —ella asintió—, y unos espejos situados en diferentes ángulos crean el efecto.
—Eso es. Pues lo que hace un tomoscopio es crear diseños del mismo modo, pero utilizando los objetos que nos rodean. Una flor, por ejemplo, queda fracturada y genera distintos diseños. Al girar la cajita, los diseños cambian dándole una apariencia totalmente distinta.
—Eso es fascinante —Thisbe se inclinó un poco hacia delante—. Me gustaría verlo.
—Se lo puedo mostrar —le ofreció Desmond—. Por desgracia, no llevo ninguno conmigo —fijó la mirada en sus manos mientras continuaba hablando—. Quizás, si le apetece verlo, podría venir a la tienda, eh, después de la conferencia. Sin duda no será la clase de lugar que frecuente habitualmente, pero no habrá nadie allí —levantó bruscamente la mirada y se sonrojó—. Lo que he querido decir es que no se sentirá avergonzada por estar en un local lleno de hombres. Pero no se me ocurrió que… no es lo más decoroso. No pretendía insinuar nada inapropiado. No intentaba atraerla hacia, pues, hacia, es decir, una situación comprometida. Espero que no…
La expresión del joven era tan compungida, tan sincera, que Thisbe posó una mano sobre su brazo.
—No pasa nada. He entendido perfectamente qué quería decir, no necesita preocuparse por eso. Cualquiera que me conozca podrá decirle que no me siento fácilmente cohibida. Estoy acostumbrada a la compañía de los hombres. Tengo cuatro hermanos, y a menudo soy la única mujer presente en las conferencias —sonrió y se le formó un hoyuelo en la mejilla mientras los ojos le brillaban traviesos. Por Dios santo, sin duda estaba flirteando.
Y, al parecer, él era de la misma opinión, pues sus ojos también brillaron y su sonrisa expresó tanto alivio como coqueteo.
—Me alegra que no se haya ofendido.
—Tampoco creo que sus intenciones hacia mi virtud sean maliciosas. Soy buena juzgando a los demás. Me encantaría ver su tienda y el tomoscopio.
De hecho, Thisbe estaba más que encantada de poder prolongar el tiempo en su compañía, aunque no iba a decirle tal cosa, no era tan osada. Desde luego estaba el problema del coche y su conductor. Iba a tener que convencer a Thompkins para que no la recogiera tras la conferencia, pero él se negaría obstinadamente. Recibía órdenes del duque, no de ella, y hasta su distraído padre insistía siempre en que tomara el carruaje cuando fuera sola a alguna parte. Sin embargo, había conseguido que Thompkins accediera a no acercarse a ella hasta que lo avisara. Thisbe confiaba en que el coche la siguiera sin molestar, dado lo bien que había resultado la última vez.
—¿Se preocupará su familia si tarda en regresar a casa?
—No, están todos ocupados con sus respectivos intereses, y están acostumbrados a mi comportamiento. En cualquier caso, voy bien armada —ella levantó la mano y sacó uno de los alfileres de sombrero de Kyria, mostrándolo en alto para que lo viera.
—Eso sin duda anularía cualquier impulso poco caballeroso que yo pudiera sentir —Desmond contempló el sombrero—. Me preguntaba cómo se sujetaría en su sitio. Es bastante pequeño.
—Le dije a Kyria que era de lo más inútil —Thisbe estuvo de acuerdo con él.
—Quizás, pero resulta encantador.
—Entonces Kyria estaba en lo cierto. Verá, es su sombrero.
—¿Kyria es su hermana? ¿Una amiga?
—Bueno, yo diría que ambas cosas. Es más joven que yo y bastante distinta. A ella no le interesa la ciencia, ni los libros. En ese sentido se parece a Theo.
—Su mellizo.
—Theo y yo nos parecemos en algunas cosas —ella asintió—, supongo que en el carácter. Los dos somos resueltos y obstinados, y a menudo hay quien dice que somos demasiado directos. Pero a él nunca le ha gustado estudiar o leer. Theo quiere viajar. Explorar. Quiere verlo todo, mientras que yo quiero saberlo todo.
—¿Y los demás qué? Dijo que había otros dos gemelos.
—Sí. Los bebés… aunque supongo que ya no son tan bebés. Pronto cumplirán tres años. Se llaman Alexander y Constantine, nosotros los llamamos »Los Grandes».
—¿Por los emperadores? —Desmond soltó una carcajada.
—Sí, ellos también pueden resultar bastantes imperiosos. Son unos auténticos diablillos.
—Pues da la impresión de estar muy encariñada con esos diablillos —él volvió a reír.
—Y lo estoy. Por suerte son tan adorables como movidos. Verlos resulta fascinante. Tienen su propio lenguaje.
—Debe de estar bromeando.
—No. Es verdad. Cuando empezaban a hablar, incluso antes de hablar con nosotros, ya se comunicaban entre ellos. Los demás no teníamos ni idea de qué estaban diciendo. A veces siguen haciéndolo, pero lo más espeluznante es que solo con mirarse actúan al unísono, como si lo hubiesen planeado.
—Cree que son capaces de comunicarse a través del pensamiento, a través del aire…
—Supongo que suena algo descabellado —admitió Thisbe.
—No más descabellado que pensar que es posible que haya espíritus a nuestro alrededor que no pueden ser vistos ni oídos —contestó él con los ojos brillantes.
—De acuerdo —ella soltó una carcajada—. Ahí me ha pillado. Intentaré tener la mente más abierta. Aunque no me imagino cómo va a conseguir demostrarlo, o lo contrario.
—Algún día le mostraré nuestro laboratorio. Así verá en qué estoy trabajando.
—Eso me gustaría —estaban haciendo planes juntos, asegurándose de volver a verse. Lo que el primer día había parecido solo una posibilidad empezaba a tomar cuerpo.
—Hábleme del resto de su familia. ¿Dijo que su padre es un erudito?
—Sí. Y el tío Bellard, que vive con nosotros, es un apasionado historiador. Es tremendamente brillante y muy tímido. Pero, si le hace una pregunta sobre historia, conseguirá que hable durante horas.
Siguieron charlando, ignorantes del resto del mundo, mientras la sala de conferencias se iba llenando a su alrededor. La conversación iba del señor Odling, el conferenciante, al carbono, el tema de su conferencia, y al reciente descubrimiento de un nuevo elemento, llamado helio. Thisbe casi lamentó que el orador subiera a la tribuna, aunque llevaba días ansiosa por escuchar su charla.
Tuvo serias dificultades para concentrarse en la presentación, demasiado consciente de la presencia de Desmond a su lado. Las conferencias navideñas siempre contaban con una gran asistencia de público y los asientos eran más pequeños, y estaban más próximos que en Covington, para así poder acomodar a todo el mundo. En la anterior ocasión él había estado a unos centímetros de su silla, pero allí su hombro casi rozaba el suyo. Si uno de los dos se moviera en el asiento, sus brazos sin duda se tocarían. No era fácil mantener una actitud calmada y atenta cuando