Entre el amor y la lealtad. Candace Camp

Entre el amor y la lealtad - Candace Camp


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momento. La tienda era pequeña, situada entre dos edificios más grandes. Sobre la puerta un cartel rezaba: «Barrow e Hijos». Para cuando llegaron, la luz empezaba a escasear y la tienda estaba cerrada, pero Desmond sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta. Tras encender una vela, invitó a Thisbe a entrar.

      El espacio era pequeño y solo contaba con un estrecho mostrador tras el cual había un armario de madera.

      —Aquí no exponemos el género como se hace habitualmente en las tiendas. La gente suele acudir a nosotros en busca de algo muy concreto, y a menudo hay que fabricarlo por encargo —le explicó Desmond mientras se acercaba hasta una puerta a un lado del mostrador y la abría.

      Estaba claro que allí era donde se desarrollaba la acción. Thisbe nunca había estado en un taller, y miró a su alrededor con gran interés. Las paredes de la estrecha estancia estaban repletas de estanterías. Había varias mesas, cada una con dos o tres banquetas, la mayoría cubiertas por lo que parecían proyectos en proceso. Desmond la condujo hasta la última mesa de trabajo y encendió la lámpara de gas. A diferencia de los demás espacios de trabajo, el suyo estaba muy ordenado y las herramientas colocadas a un lado sobre una bandeja.

      Se agachó y empezó a revolver en una caja bajo la mesa hasta encontrar un caleidoscopio. Thisbe lo contempló y miró por él mientras giraba el otro extremo para ver los dibujos.

      —Es precioso. Los colores son muy brillantes.

      —Gracias —él sonrió—. Nuestras lentes son las mejores. A mí siempre me gusta emplear colores vívidos —tomó otro caleidoscopio—. Esto es un tomoscopio. Utilícelo para mirar algún objeto sobre la mesa —la animó mientras disponía las herramientas y la llave de la puerta directamente bajo el foco de luz—. He estado trabajando en esto últimamente.

      Thisbe sostuvo el instrumento junto a su ojo.

      —¡Oh! No parece una llave —pasó de un plano al siguiente—. Esto es maravilloso —bajó el instrumento y sonrió.

      —Me alegra que le guste —una tímida sonrisa asomó al rostro de Desmond.

      —Desde luego que me gusta —Thisbe volvió a alzar el tomoscopio, dirigiéndolo hacia otro objeto—. Esto será precioso a la luz del día, ¿verdad? Se podrán ver las flores o un paisaje a lo lejos o, bueno, casi cualquier cosa.

      —Lléveselo.

      —¿Qué? —ella bajó el tomoscopio y se volvió hacia él.

      —Es suyo. Se lo regalo.

      —Oh, pero… no, yo no pretendía… no estaba insinuando que me regalara uno. Esto sin duda habrá sido fabricado por encargo de alguien.

      —No —Desmond sacudió la cabeza—. Es mío, lo he estado haciendo por mi cuenta.

      —Pero no está bien que lo acepte —ella alargó el tomoscopio hacia él.

      —No, quiero que se lo quede —Desmond cerró la mano de Thisbe sobre el instrumento y empujó suavemente hacia ella—. Por favor, quédeselo.

      Estaba tan cerca, y la miraba de tal manera que Thisbe sintió que se quedaba sin aliento. Sin darse cuenta, se inclinó hacia él, y él hizo lo mismo. Y la besó.

      Capítulo 5

      Sin duda era de lo más apropiado, pensó Thisbe, que su primer beso tuviera lugar en un lugar tan mundano como un taller. Pero en el beso no había nada mundano. Solo duró unos instantes, pero la hizo sentir como si el corazón estuviera a punto de saltar de su pecho.

      Desmond levantó la cabeza con la mirada algo nublada.

      —¡Oh, Dios mío! —exclamó mientras se erguía—. ¡Lo siento! —sus manos, que se habían cerrado en torno a las caderas de Thisbe, se apartaron de golpe mientras él daba un paso atrás y seguía balbuceando—. No debería haber… jamás quise… le dije que no me aprovecharía, y voy y… lo siento.

      —Pues yo no lo siento —Thisbe alzó la mirada hasta sus ojos, dio un paso al frente y lo besó mientras le rodeaba el cuello con los brazos.

      Desmond emitió un extraño ruido antes de abrazarla con fuerza. Sus labios eran suaves y cálidos, la presión aumentando a medida que el beso se volvía más apasionado. Ella se agarró con fuerza, casi mareándose con las sensaciones. Sensaciones de la fuerza con la que él la abrazaba, cómo sus manos se posaban sobre ella, sensaciones como el indefinible olor de su cuerpo, y con esa boca… ¡esa boca! Sus labios se movían sobre los suyos, la lengua entrando en su boca. Bueno, eso sí que le resultó algo sorprendente y consiguió que todo su interior saltara, pero a continuación comenzó a derretirse contra él, apretándose contra su largo y fibroso cuerpo.

      Le pareció que había transcurrido una eternidad antes de que Desmond interrumpiera el beso, pero cómo odió que terminara. Desmond levantó la cabeza y la miró a la cara con sus ojos oscuros y profundos.

      —Thisbe.

      ¿Cómo era posible que la excitara tanto oírle pronunciar su nombre? Resultaba tan placentero que decidió devolverle el gesto.

      —Desmond —Thisbe retiró los cabellos que habían caído sobre la frente de Desmond, cuyo rostro respondió con un sutil cambio. Qué extraño y excitante que su caricia ejerciera algún efecto en él. Tentativamente, posó una mano sobre su mejilla y, en esa ocasión, sintió aumentar la temperatura de su piel.

      Desmond posó una mano sobre la de Thisbe, sujetándola contra su rostro durante un instante antes de tomarla y levantarla para besarle suave y dulcemente la palma.

      —Yo… nosotros… deberíamos marcharnos.

      —Sin duda tienes razón.

      Él asintió, pero no se movió. En cambio inclinó la cabeza y volvió a besarla, lentamente, prolongadamente, antes de apartarse y hundir las manos en los bolsillos de su chaqueta. Se mantuvo en silencio mientras cruzaban la tienda y salían por la puerta. Thisbe tampoco dijo nada. No había nada y al mismo tiempo tantas cosas que decir, la emoción entre ambos demasiado frágil para romperla con palabras.

      Desmond la acompañó hasta la parada del ómnibus, donde ella repitió la misma pantomima hasta acabar finalmente sentada en el carruaje que la condujo hasta su casa. Durante todo el trayecto se abrazó al recuerdo del beso de Desmond. Era un momento demasiado íntimo, demasiado nuevo, para compartirlo, ni siquiera con sus hermanas. Quizás más tarde lo analizara y considerara su significado. Pero de momento solo quería deleitarse en su recuerdo.

      Al cruzar el umbral de Broughton House, Thisbe encontró a su madre junto a la mesa del vestíbulo, mirando con el ceño fruncido una carta sellada que descansaba sobre la mesa. Alta y con la espalda muy recta, bastaba con echarle un vistazo a la duquesa para saber cuál sería el aspecto de Kyria cuando alcanzara la mediana edad. El flamígero cabello rojo estaba salpicado de hebras grises, y su figura se había engrosado un poco alrededor de la cintura, pero aún conservaba su belleza innata. Era la mujer más intimidante que Thisbe hubiera conocido jamás. Leal a sus creencias y de propósito firme, Emmeline rara vez permitía que algo se interpusiera en su camino. Por tanto no era habitual verla con esa expresión indecisa, incluso recelosa, ante una sencilla carta.

      —¿Madre? ¿Va todo bien?

      —Es de la duquesa viuda.

      —Ya —Thisbe lo comprendió de inmediato. La madre del duque no era muy prolífica en su correspondencia, y casi nunca escribía a su nuera, salvo para criticar u ofrecer algún consejo no solicitado, normalmente ambas cosas a la vez. También era la única persona, que supiera Thisbe, capaz de poner nerviosa a Emmeline—. Más vale que acabes con ello cuanto antes.

      —Lo sé —la duquesa suspiró y rompió el sello—. Es que hoy ha sido un día tan agradable. Kyria y Olivia han dedicado casi toda la tarde a perseguir a Alex y a Con por los jardines, y han agotado tanto a los pequeños que se fueron directamente a la cama después de cenar. Puede que me hayan


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