El profeta pródigo. Timothy Keller

El profeta pródigo - Timothy Keller


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tiene una idea precisa sobre quién es el Dios de Jonás. Es probable que solo espere una oración a algún ser poderoso sobrenatural. Sin embargo, del mismo modo que Hugh Martin argumenta, las críticas aún son reales. Jonás no aporta los recursos de su fe para soportar el sufrimiento de sus compatriotas. No les está diciendo cómo relacionarse con el Dios del universo, ni tampoco confía en sus propios recursos espirituales en Dios, amando y satisfaciendo las necesidades prácticas de su prójimo. Dios pide a todos los creyentes que hagan ambas cosas, pero él no realiza ninguna. Su fe privada no sirve a ningún bien común.

      Quizás alguien objete que el mundo no tiene ningún derecho de reprender a la iglesia, pero hay una justificación bíblica para esta acción. En el Sermón del Monte, Jesús dijo que el mundo vería las buenas obras de los creyentes y glorificaría a Dios (Mateo 5:16). El mundo no verá quién es nuestro Señor si no vivimos como deberíamos. Según dice un libro, somos “la iglesia ante un mundo que observa”.7 Merecemos la crítica del mundo si la iglesia no exhibe de forma visible amor en las buenas obras. El capitán tenía todo el derecho del mundo de reprender a un creyente que hacía caso omiso a los problemas de las personas a su alrededor y que no hacía nada por ellos.

      Reconocer la gracia común

      También aprendemos que los creyentes deben respetar y aprender de la sabiduría que Dios da a aquellos que no creen. Los marineros paganos son una representación gráfica de lo que los teólogos han denominado “gracia común”.

      En [este] episodio, la esperanza, la justicia y la integridad no residen en Jonás […] sino en el capitán y en los marineros […]. Aunque las víctimas inocentes, los marineros, nunca se quejan de que sea una injusticia. Se encuentran en una situación de peligro que no es culpa suya, tratan de resolverla por el bien de todos. Nunca se regodean en la autocompasión, ni amonestan a un dios furioso […], ni condenan al mundo arbitrario, ni se ceban con el culpable, Jonás, por venganza, ni promueven la violencia como respuesta.8

      La doctrina de la gracia común es la enseñanza de que Dios confiere los dones de sabiduría, comprensión moral, bondad y belleza entre toda la humanidad, sin importar la raza ni la creencia religiosa. Santiago 1:17 dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, donde está el Padre que creó las lumbreras celestes”. Esto quiere decir que Dios, en última instancia, posibilita cualquier acto de bondad, sabiduría, justicia y belleza, sin importar quién lo lleve a cabo. Isaías 45:1 habla de Ciro, un rey pagano, al que Dios unge y usa en el liderazgo mundial. Isaías 28:23-29 nos habla de que cuando un agricultor recoge fruto, es Dios quien le ha mostrado cómo hacerlo.

      Por tanto, toda expresión artística buena e increíble, el cultivo, los gobiernos eficaces y los avances científicos son regalos de Dios a la raza humana. Son regalos de la misericordia y la gracia de Dios que no merecemos. También son “comunes”. Esto significa que se distribuyen a cualquiera y entre todos. No hay ninguna indicación de que el monarca o el agricultor que Isaías menciona hayan aceptado a Dios por la fe. La gracia común no regenera el corazón, no salva al alma y no crea una relación personal y de pacto con Dios. Sin embargo, sin ella el mundo se convertiría en un lugar donde sería imposible vivir. Es una expresión maravillosa del amor de Dios por todas las personas (Salmo 145:14-16).

      Sin duda, la gracia común estaba mirando a Jonás directamente a los ojos. Jonás mismo era receptor de lo que se ha denominado la “gracia especial”. Había recibido la Palabra de Dios, una revelación de su voluntad que no estaba al alcance de ninguna mente o sabiduría humana, por muy grande que fuese. Jonás era seguidor del Señor, el Dios verdadero. Así que, ¿cómo era posible que los paganos eclipsaran a Jonás? La gracia común significa que a menudo los no creyentes actúan con más rectitud que los creyentes a pesar de no tener fe, mientras que los creyentes, llenos del pecado que subsiste, a menudo actúan mucho peor que lo que su fe correcta en Dios nos hace creer. Todo esto implica que los cristianos deben ser humildes y respetar a quienes no comparten su fe. Deberían apreciar el trabajo de todo el mundo, ya que saben que los no creyentes tienen mucho que enseñarles. Jonás está aprendiendo esta realidad por las malas.

      ¿Quién es mi prójimo?

      Jesús enseña acerca de las dos ideas sobre la importancia de la gracia común y del bien común en la famosa parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37). Jesús usa la exhortación de “amar a tu prójimo” aparentemente ordinaria y le da el significado más radical posible. Nos dice que todos aquellos que padecen necesidad, incluidos los de otras razas y creencias, son nuestro prójimo. También nos muestra que la manera de “amar” al prójimo no es simplemente de forma sentimental, sino a través de la acción práctica, costosa y sacrificial de satisfacer las necesidades materiales y económicas. El pasaje indica que Jonás se negó a hacer nada o incluso a hablar con los marineros paganos. El profeta malo, Jonás, es todo lo contrario al Buen Samaritano. No se preocupa para nada del “bien común”, no respeta a los no creyentes a su alrededor. En el libro de Santiago en el Nuevo Testamento, el autor argumenta que si tienes una relación con Dios que se basa en su gracia y ves a personas que “no tienen con qué vestirse y carecen del alimento diario” (Santiago 2:15) y no haces nada para ayudar, solo demuestras que tu fe está “muerta”, que no es verdadera (versículo 17).9 Es por esta razón por lo que Santiago puede decir: “porque habrá un juicio sin compasión para el que actúe sin compasión” (versículo 13). La ausencia de misericordia en la actitud y las acciones de Jonás hacia otros revela que en su corazón desconocía la misericordia y la gracia salvadoras de Dios.

      Aceptar al otro

      

      Los marineros, por su parte, se dijeron unos a otros: “¡Vamos, echemos suertes para averiguar quién tiene la culpa de que nos haya venido este desastre!”. Así lo hicieron, y la suerte recayó en Jonás. Entonces le preguntaron: “Dinos ahora, ¿quién tiene la culpa de que nos haya venido este desastre? ¿A qué te dedicas? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿A qué pueblo perteneces?”. “Soy hebreo y temo al Señor, Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra firme”, les respondió. Al oír esto, los marineros se aterraron aún más y, como sabían que Jonás huía del Señor, pues él mismo se lo había contado, le dijeron: “¡Qué es lo que has hecho!”. Jonás 1:7-10

      ¿Quién eres?

      Los marineros concluyen que la tormenta era el castigo por algún pecado y echan suertes para descubrir quién es el culpable. Cuando la suerte recae sobre Jonás, empiezan a acribillarle con preguntas. En esencia, preguntan tres cosas: su propósito (¿A qué te dedicas?), su lugar (¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país?) y su raza (¿A qué pueblo perteneces?).1

      Son preguntas sobre la identidad. La identidad de una persona tiene múltiples aspectos. “¿A qué pueblo perteneces?” indaga acerca del aspecto social. No solo nos definimos como individuos, sino también por la comunidad (familia, grupo racial, partido político) con el que más nos identificamos. “¿De dónde vienes?” apunta hacia el lugar y espacio físico en el que mejor nos encontramos en casa, dónde sentimos que pertenecemos. “¿A qué te dedicas?” insinúa cuál es nuestro sentido en la vida. Todo el mundo hace muchas cosas: trabajar, descansar, casarse, viajar, crear, pero ¿para qué estamos haciendo todo eso? Todos estos aspectos conforman la identidad, un sentimiento de transcendencia y de seguridad.

      Conocí a Mike hace años. Cuando le pregunté quién era, me dijo que era un irlandés que llevaba viviendo en Estados Unidos veinte años y que se había mudado allí en busca de un buen trabajo. Trabajaba en la construcción y eso había permitido que proveyese y sustentase a su familia, que era “lo que me caracteriza”, dijo Mike. Sin embargo, tenía la esperanza de regresar a Irlanda ya que era allí donde mejor se sentía en casa. También conocí a su hijo, Robert, un abogado recién graduado que trabajaba para una organización sin ánimo de lucro que representaba


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