El profeta pródigo. Timothy Keller

El profeta pródigo - Timothy Keller


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acerca de su misión, su lugar y su pueblo. La identidad de cualquier persona tiene varias capas. El trabajo de Robert era la capa central de su identidad. El verdadero sentido de su vida era ser un profesional formado y hacer justicia por los pobres. Cuando hablé con él en aquel entonces, no tenía ningún interés en casarse o en formar una familia, ya que estaba muy absorto en su trabajo. Por otra parte, el trabajo de Mike no era la capa central de su identidad. Era tan solo una fuente de ingresos para su misión principal en la vida, en concreto, proveer y sustentar bien a su familia. Si bien Robert valoraba sus orígenes irlandeses, no tenía ninguna intención de mudarse a Irlanda. Su lugar era Estados Unidos. Las identidades de ambos, padre e hijo, consistían en una misión, lugar y raza, pero el orden que le daban era distinto.

      Las preguntas de los marineros muestran una buena comprensión de cómo conformamos nuestra identidad. Preguntar por el propósito, el lugar y el pueblo de una persona es una manera perspicaz de preguntar: “¿Quién eres?”.

      ¿De quién eres?

      No obstante, los marineros no realizan estas preguntas solo para permitir que Jonás se exprese, como hacemos en la cultura occidental moderna. El objetivo urgente que tienen es entender al Dios al que han enfurecido para decidir qué deberían hacer. En la Antigüedad, todo grupo racial, todo lugar y toda profesión tenía su propio Dios o dioses. Para descubrir a qué deidad había ofendido Jonás, no tenían que preguntar: “¿Cómo se llama tu dios?”. Todo lo que tenían que preguntar era quién era él. En su mente, los factores de la identidad humana estaban inseparablemente unidos a lo que adorabas. Quién eras y a qué adorabas eran dos caras de la misma moneda. Era la capa central de tu identidad.

      Quizás hoy en día nos sintamos tentados a decir algo como “las personas ya no creen en los dioses e incluso no creen en ningún Dios. Por lo tanto, esta perspectiva supersticiosa, de que tu identidad se basa en lo que adoras, es irrelevante en la actualidad”. Decir esto sería cometer un error garrafal.

      Sin duda, los cristianos estarían de acuerdo en que no hay múltiples seres sobrenaturales, personales y conscientes unidos a cada profesión, lugar y raza. En realidad, el dios romano Mercurio, dios del comercio, a quien deberíamos sacrificar animales, no es real. Sin embargo, nadie duda de que el beneficio económico se pueda convertir en un dios, un objetivo primordial incuestionable tanto para un individuo como para toda una sociedad, al que sacrificamos personas, estándares morales, relaciones y comunidades. Y, aunque la diosa de la belleza, Venus, no existe, un número incalculable de hombres y de mujeres están obsesionados con su imagen o están esclavizados con una idea imposible de satisfacción sexual.

      Por lo tanto, los marineros no se han equivocado en su análisis. Todo el mundo adquiere su identidad a partir de algo. Todo el mundo tiene que decirse a sí mismo: “Soy importante debido a esto” y “soy aceptado porque ellos me aceptan”. Pero, entonces, sea lo que sea esto y sean quienes sean ellos se convierten en dioses para nosotros y en las verdades más profundas de quiénes somos. Se convierten en cosas que necesitamos en todo momento y bajo cualquier circunstancia. Hace poco hablé con un hombre que había estado en reuniones en las que una entidad financiera decidió invertir en una tecnología. En privado, los participantes admitieron que tenían objeciones serias sobre el efecto de la tecnología sobre la sociedad. Pensaban que eliminaría un gran número de trabajos por cada trabajo que produciría y quizás sería perjudicial para los jóvenes que iban a ser los principales usuarios. Pero rechazar el acuerdo supondría dejar miles de millones de dólares sobra la mesa. Y nadie podía pensar en hacer eso. Cuando el éxito económico exige una lealtad incondicional que no se puede cuestionar, funciona como un objeto religioso, un dios, incluso una “salvación”.2

      La Biblia explica por qué esto es así. Fuimos creados “a imagen de Dios” (Génesis 1:26-27). No puede existir una imagen sin un original del que la imagen es reflejo. “Ser a imagen de” significa que los seres humanos no fueron creados para valerse por sí mismos. Debemos encontrar nuestro sentido y seguridad en algo de un valor supremo fuera de nosotros. Ser creados a imagen de Dios significa que debemos vivir para el Dios verdadero o que tendremos que convertir algo más en Dios y que nuestras vidas orbiten alrededor de ello.3

      Los marineros sabían que la identidad tiene su base en las cosas que pretendemos que nos salven, las cosas a las que prometemos nuestra máxima lealtad. Preguntar “¿Quién eres?” es preguntar “¿De quién eres?”. Saber quién eres es saber a qué te has entregado, qué te controla y en qué confías de verdad.

      Una identidad espiritualmente superficial

      Jonás finalmente comienza a hablar. En el barco se ha mantenido lo más apartado posible de los paganos impuros. Cuando el capitán le insta a orar a su Dios, Jonás responde manteniéndose en silencio. Solo cuando la suerte recae sobre él y todo el barco le confronta, por fin recibimos la respuesta del profeta reticente.

      Aunque la pregunta sobre la raza es la última en la lista, es la que Jonás responde en primer lugar. “Soy hebreo”, dice, antes que nada. En un texto en el que las palabras no sobran, el hecho de que cambie el orden y sitúe la raza en primer lugar como la parte más importante de su identidad es significativo. Según hemos visto, la identidad tiene varios aspectos o capas, algunas de las cuales son más esenciales para la persona que otras. Así lo explica un erudito: “Debido a que Jonás se identifica a sí mismo primero en el plano étnico y después en el religioso, podemos deducir que la etnia es lo principal en su identidad”.4

      Aunque Jonás tenía fe en Dios, no parece que fuese tan intensa y esencial para su identidad como la raza y la nacionalidad. Muchas personas en el mundo añaden la religión, por así decirlo, a su identidad étnica, que es la más importante para ellos. Por ejemplo, alguien podría decir: “¿Cómo? Por supuesto que soy luterano, ¡no ves que soy noruego!”, aunque luego nunca vaya a la iglesia.

      El hecho de que la raza era más importante para Jonás que su fe en la imagen que tenía de sí mismo explicaría por qué se oponía tanto a llamar a Nínive al arrepentimiento. La posibilidad de llamar a otras naciones a tener fe en Dios no podría ser atrayente bajo ningún concepto para alguien con una identidad espiritualmente superficial. La relación de Jonás con Dios no es tan fundamental para su sentido personal como la raza. Por esa razón, cuando la lealtad a su pueblo y la lealtad a la palabra de Dios parecen estar en conflicto, decide apoyar a su nación en lugar de llevar el amor y el mensaje de Dios a una sociedad nueva.

      Por desgracia, muchos cristianos hoy en día tienen esta misma actitud. Y no es solo consecuencia de recibir una educación deficiente o de ser cerrado de mente en el plano cultural. Por el contrario, su relación con Dios a través de Cristo no ha llegado hasta lo profundo de sus corazones. Del mismo modo que en la vida de Jonás, Dios y su amor no son la capa central de su identidad. Por supuesto, la raza no es lo único que puede bloquear el desarrollo de la autocomprensión cristiana. Por ejemplo, es posible que creas de forma sincera que Jesús murió por tus pecados, pero tu valor y seguridad pueden basarse más en tu carrera y tu dinero en lugar de en el amor de Dios a través de Cristo.

      Las identidades cristianas superficiales explican por qué cristianos profesos pueden ser racistas y materialistas avariciosos, adictos a la belleza y al placer o llenos de ansiedad y propensos a trabajar en exceso. Todo esto se debe a que el amor de Cristo no es la base de nuestra identidad, sino que lo son el poder, la aprobación, el bienestar y el control de este mundo.

      Una identidad que se ciega a sí misma

      Una identidad superficial es también la que impide que veamos cómo somos en realidad. Aquí está Jonás, un profeta de Dios con una posición privilegiada en la comunidad del pacto, que a cada paso está obcecado, absorto en sí mismo, es intolerante y ridículo. Sin embargo, parece que no se da cuenta de ello. De hecho, parece estar más ciego que nadie ante cualquiera de sus defectos. ¿Cómo puede ser así?

      Jonás nos recuerda a otro personaje bíblico: Pedro. También ocupaba un lugar de privilegio en la comunidad de la fe. Era uno de los amigos íntimos de Jesús y estaba bastante orgulloso de ello. Antes de que arrestasen a


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