La Tradición Constitucional de la Pontificia Universidad Católica de Chile. José Francisco García G.

La Tradición Constitucional de la Pontificia Universidad Católica de Chile - José Francisco García G.


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(segunda parte), Cea y Peña, el aporte de esta tradición intelectual en sus 130 años de existencia al constitucionalismo chileno bicentenario va evolucionando y sofisticándose a la par del que experimentan este, sus reglas constitucionales y la práctica constitucional. También está marcada por la evolución de la Doctrina Social de la Iglesia y la tradición intelectual católica en general –sobre la base de la influencia decisiva del Concilio Vaticano II o de encíclicas como Mater et Magistra, Pacem in Terris, Centecimus Annus, entre otras–, y de principios y valores específicos, como la dignidad humana, la subsidiariedad o la solidaridad. Es también un periodo marcado fuertemente por el constitucionalismo de posguerra, lo que importa el declive (y descrédito) del positivismo legalista y la soberanía de la ley; por la cultura de los derechos fundamentales; por la idea de democracia constitucional, de la mano de la supremacía y rigidez constitucional, su eficacia directa y la necesidad de contar con “guardianes” de la Constitución; y por movimientos intelectuales que promueven que los textos constitucionales deben contener principios y valores que informen el pacto político, idea que, en general, termina imponiéndose en Europa continental y Latinoamérica.

      Así, esta tradición constitucional ha reflexionado respecto de aspectos esenciales del constitucionalismo: la idea de Constitución, el Estado de derecho, los derechos fundamentales, la soberanía y sus límites, la democracia, el régimen de gobierno y la revisión judicial de la ley. Pero, más importante aún, ha contribuido al constitucionalismo chileno con elementos propios que forman parte de su identidad. Entre ellos, la dignidad humana como valor esencial y base de los derechos fundamentales; y la naturaleza social del hombre y sus implicancias normativas para concebir la sociedad política, el Estado y su fin instrumental a la persona, base para pensar la subsidiariedad, la solidaridad y el bien común como fin del Estado. De lo anterior se desprende la importancia de distintos derechos, como la libertad de asociación, en tanto expresión de la naturaleza social del hombre; un concepto robusto de libertad de enseñanza, en su sentido más amplio; el derecho de propiedad, aunque sujeto a las limitaciones propias de la vida en comunidad, relevándose su función social; y la libertad religiosa, de lo cual se desprende una posición especial de la Iglesia Católica (y las iglesias) en la sociedad y su proyección en el sistema jurídico. A ello se suma la autonomía comunal, expresión de la subsidiariedad, de la asociación y cooperación de quienes forman parte de una microcomunidad, primera escuela cívica de los ciudadanos que forman parte de la comunidad política. Lo ha hecho, además, con una contribución significativa a la dogmática constitucional sobre la base de los estándares más altos de calidad académica y científica, y contribuyendo en nuestro país al perfeccionamiento de su enseñanza al más alto nivel.

      Junto con el objetivo general antes descrito, este segundo volumen aborda tres objetivos específicos, dos de los cuales han quedado planteados en la introducción del primer volumen de esta investigación, cuyo desarrollo quedó entonces entregado a este. En primer lugar, para fines de los años 70 la tradición constitucional de la Universidad Católica se complejiza y, manteniendo acuerdos importantes respecto de su núcleo esencial, mediante un proceso de ramificación ya comienzan a perfilarse subtradiciones o escuelas al interior de la tradición constitucional de la UC, destacando las de Jaime Guzmán y de Silva Bascuñán. Más adelante vendrá una nueva ramificación; se trata de una al interior de la “Escuela Silva Bascuñán”, que da forma a la “Escuela Cea”.1 En segundo lugar, busco identificar la parte de la Constitución de 1980 que constituye el aporte específico de la tradición constitucional UC. Ello me llevará a examinar los factores externos e internos que consolidan y fortalecen el influjo de la tradición constitucional UC en la práctica constitucional vigente, al punto de que sea considerada la interpretación hegemónica de la Carta Fundamental. Ello me permitirá adicionalmente ofrecer una respuesta tanto a la crítica del profesor Ruiz-Tagle respecto del extravío del constitucionalismo chileno a partir de la influencia de las “doctrinas pontificias”, como a los nuevos cuestionamientos a esta tradición constitucional que se formulan desde el denominado constitucionalismo crítico.

      Un tercer objetivo específico se relaciona con una cuestión prospectiva. ¿En qué condiciones llega esta tradición intelectual más que centenaria al debate sobre una nueva Constitución? ¿Qué capacidad de influir en la definición de la filosofía constitucional inspiradora de una nueva carta fundamental tendrá esta escuela de pensamiento, en un contexto en que bases esenciales de la misma han sido cuestionadas y no parecieran tener los grados de legitimidad, adherencia ni aprecio que hasta hace muy poco parecían dar una posición hegemónica a la interpretación de esta tradición intelectual? Son preguntas que, por supuesto, serán respondidas factualmente en el futuro cercano, pero que, hacia el final de este volumen, esperamos que encuentren algunas claves interpretativas o los senderos que permitan anticipar sus respuestas.

      SOBRE LAS IDEAS DE TRADICIÓN INTELECTUAL, RAMIFICACIÓN Y TRADICIÓN CONSTITUCIONAL (COMO ESCUELA DE PENSAMIENTO)

      Las ideas de Adaslair MacIntyre sobre las tradiciones intelectuales, especialmente la forma en que ha presentado la tradición aristotélica-tomista, su racionalidad y coherencia interna, y su evolución frente a tradiciones rivales han sido una importante fuente de inspiración para pensar esta cuestión, como ha quedado plasmado en el primer volumen de esta investigación. Es por ello que quisiera volver sobre algunos aspectos específicos para recordar su importancia, especialmente para los lectores que no han tenido a la vista aquel texto.

      En primer lugar, destaco las tres etapas con las que el autor describe la evolución y desarrollo de una tradición. Una primera está marcada por eventos históricos contingentes que definen sus elementos centrales: por un lado, sus convicciones, prácticas e instituciones; por el otro, textos y alguna autoridad que los interpreta, enseña y transmite. En una segunda etapa es identificada una serie de deficiencias en la tradición, aunque no sus soluciones. En la tercera se encuentran soluciones a estas, las que implican reformulaciones, reevaluaciones y nuevas aproximaciones para hacerles frente, superando sus limitaciones teóricas y prácticas. Cuando se llega a esta tercera etapa, los adherentes a dicha tradición son capaces de contrastar la tradición en su versión perfeccionada respecto de la versión original. Esto permitirá, en consecuencia, depurar aquellas incoherencias e inconsistencias, superando planteamientos que ahora se estimarán, en relación con la versión original, incorrectos o falsos.2

      La capacidad de las tradiciones de pensamiento de ir depurando sus planteamientos, resolviendo sus deficiencias e incoherencias, son fundamentales para dar cuenta de su capacidad de evolución y progreso, o de su estancamiento.3 Dicho estancamiento puede, en realidad, obedecer a una crisis epistemológica, marcada típicamente por la disolución de las certezas esenciales de la tradición que marcaron su fundación en un determinado momento histórico. Superar una crisis epistemológica puede implicar la búsqueda de nuevas tesis y teorías que busquen resolver aquellos conflictos de la tradición que no habrían podido ser resueltos sin estas. Y si bien ello implica en parte reescribir la historia de la tradición, también representa ganar en profundidad reflexiva, especialmente si ha podido emerger en el proceso lo mejor de la historia de dicha tradición.4 Por otro lado, si una tradición no supera su crisis epistemológica, puede desaparecer o bien quedar desacreditada desde la perspectiva de su propia racionalidad interna frente a tradiciones rivales.5

      Y así como una etapa posterior de una tradición se entiende superior a una anterior solo en la medida en que es capaz de superar las limitaciones y fracasos de la versión anterior, la superior racionalidad de esta tradición respecto de tradiciones rivales se estima que reside tanto en su capacidad de identificar y caracterizar las limitaciones y fracasos de las tradiciones rivales de acuerdo a los estándares fijados por esta –dando cuenta de la incapacidad de la tradición rival para explicar o comprender las limitaciones y fracasos que la afectan–, como en la de explicar y entender aquellas limitaciones y fracasos en una forma precisa. Asimismo, también debe ocurrir que la tradición rival no es capaz de identificar, caracterizar y explicar las limitaciones y fracasos de la tradición que la critica y cuestiona.6

      Finalmente, otro elemento que desarrollo a partir de la obra de MacIntyre es la importancia que asigna a la figura del aprendiz, ayudante o alumno al interior de una tradición intelectual. El maestro no solo lo va introduciendo en la teoría y práctica de la tradición sobre la base de su auctoritas, sino


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