La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968. vvaa
sentaban en primera fila para adular al maestro. Y el maestro el primer día habló del enfermo blanco, el segundo día habló del enfermo azul y el tercer día del enfermo amarillo, sacando cada día a un compañero al que interrogaba sobre la anemia, la hipoxia o la hiperbilirrubinemia. No puedo olvidar que cuando sacó el tercer día a una compañera, alguien, que no me puedo acordar de quien fue, le dijo a Piniés que “ya estaba bien de enfermos de colorines”. Se armó la marimorena y terminamos abandonando el aula. Don Luis no volvió a aparecer por clase en los pocos días en los que la Facultad estuvo abierta ese año. Protestamos por todo. Lo docente y lo político. Y las fuerzas del orden nos cerraron la Facultad intermitentemente desde noviembre a mayo.
Yo, que venía de un colegio donde la disciplina era férrea y la formación política más bien escasa, no alcanzaba a comprender el motivo de las manifestaciones y huelgas que algunos compañeros, que tenían más inquietudes políticas que yo, organizaron a lo largo de nuestra estancia en la Universidad, aunque también estaba en contra del régimen dictatorial que teníamos. Así, en primero tuvimos que enfrentarnos por primera vez a los grises que, tras una manifestación en los jardines de la Facultad, nos hicieron entrar en clase en manada y salir de uno en uno con el DNI en la mano, y en cuarto nos cerraron la Facultad prácticamente siete meses del curso. Los acontecimientos políticos que coincidieron en ese año, como el juicio de Burgos, justificaban de sobra muchas de nuestras protestas.
Durante los dos últimos cursos estos problemas bajaron mucho en intensidad porque la dificultad de estudiar las asignaturas, que en otras facultades de Medicina se realizaban en tres cursos, nosotros las hicimos en dos y el asunto se transformó en una gymkhana para tratar de aprobar todas las asignaturas. Cuestión que conseguimos solo treinta y tantos de los 250 alumnos que empezamos en 1968.
No me olvidaré de que durante el cuarto curso, Marije Rúa y yo intentamos realizar algunas prácticas en el Servicio de Medicina Interna que dirigía el Dr. Piniés porque conocíamos al Dr. Salinas, que trabajaba allí y que amablemente cargó con nosotros mientras pasaba visita, hasta que un día, que apareció Piniés, y tras hacer como que no nos veía, nos echó de su Servicio “porque para hacer prácticas allí, era necesario tener aprobada la patología general”
También fue importante para mí la manera de empezar la asignatura de Ginecología. El Dr. Usandizaga se presentó en clase con una palangana en la que yacían los restos de un feto en el que hubo que realizar una basiotripsia y empezó sus enseñanzas diciendo “esto es la obstetricia” Los alumnos sufrimos un shock que para mí fue determinante porque estuvo a punto de acabar con mi vocación de ginecólogo, pero que se transformó en que mi ideal fuera desde entonces realizar una obstetricia en la que aquello no ocurriera nunca jamás. Y así he dedicado toda mi vida profesional a que los fetos se conviertan en recién nacidos lo más sanos posible.
Otro profesor que dejó huella fue Don Manuel Hernández. A mí me parecía de una exigencia inhumana. A las ocho en punto comenzaba su clase de Pediatría y cuando acababa se iba a su Servicio seguido de todos los médicos que trabajaban con él, y al que había estado de guardia toda la tarde y noche para las urgencias de puerta, las plantas y los partos, se le requería para ser examinado de todas sus actuaciones de la jornada. He visto llorar a más de uno. Luego invitaba a un café.
En su Servicio veía a los pacientes de la Seguridad Social y a sus enfermos privados durante la misma jornada. Cosas del Hospital de Basurto de 1973.
Lo que a mí me pareció el colmo de su manera de ser jefe de Pediatría, fue cuando mi novia le solicitó plaza de agregado (forma de trabajar como interno, pero sin cobrar) para especializarse en Pediatría, y se la negó porque había observado que salía conmigo y suponía que querríamos casarnos, lo que era incompatible con hacer la especialidad en su Servicio.
Me lo encontré en un congreso años más tarde cuando era jefe de Servicio de Pediatría en un Hospital de Madrid y me confesó que no entendía nada. Yo creo que era un gran médico, un gran profesor y que tenía buenas intenciones, pero era un producto de la época.
A pesar de las dificultades de la improvisación y las carencias, que sin lugar a duda las hubo, nuestras prácticas fueron mucho mejores de lo esperado. El hecho de ser pocos alumnos y la ilusión que pusieron muchos de los profesores, hizo que nos acogieran con entusiasmo y que fueran muy cercanas a los enfermos y a los profesores que nos impartían las diferentes asignaturas.
En el verano entre quinto y sexto surgió la posibilidad de hacer una oposición a alumno interno y me pareció una gran oportunidad. Conseguí sacarla junto con Luis Larrea, y me presenté al Dr. Usandizaga que me introdujo en el Servicio de Ginecología. Allí, además de hacer buenos amigos, me facilitaron realizar guardias como si fuera un interno de la época y aunque me ocupó todos los sábados de aquel año, me permitió hacer mis primeros trece partos, lo que me dio una gran ventaja cuando al terminar la carrera empecé a realizar la especialidad.
SUCEDIDOS
Durante el tiempo que duró la carrera me sucedieron muchas más cosas que el estudio de las asignaturas. Es cierta esa aseveración que dice que, aunque no se apruebe ni una asignatura el hecho de estar sentado seis años en un pupitre da una visión diferente de la vida.
Lo primero que tengo que contar es que en Selectivo empecé a relacionarme con Marije Rúa. Yo ya la conocía porque habíamos coincidido en Larrabasterra durante un veraneo allá por 1964, pero desde que la vi entrar en clase, decidí poner todo mi empeño en salir con ella y, al terminar la carrera y conseguir el primer puesto de trabajo, nos casamos. No me he arrepentido. Ella me enseñó a estudiar y me dio el apoyo necesario para terminar la carrera.
El curso en el que más sucedidos me ocurrieron fue el sexto. Durante ese año propuse a la clase organizar un viaje de estudios y conseguir el dinero necesario para realizarlo. Intentamos sacar pasta de todas partes. Organizamos una cena con profesores, directores del Hospital y gente importante de la Universidad a los que solicitamos su colaboración. Nos pusimos en contacto con laboratorios farmacéuticos y con empresas de Bilbao como Radio Ortega y hasta fuimos a entrevistarnos con Pilar Careaga, por entonces alcaldesa de Bilbao, a la que también le sacamos su aportación.
También nombramos a la hija de Olaso, presidente de la Junta de Caridad del Hospital de Basurto, Madrina del Curso. Este fue el tema que más vergüenza me ha hecho pasar en mi vida. Yo le pedí a la tuna de Medicina, por medio de Pachi Layuno, que fuesen a tocar la serenata a casa de Olaso y este organizó una fiesta en su casa. Desconozco los motivos, pero una hora antes de acudir, Pachi me dijo que no irían y yo tuve que comunicárselo a Olaso, que suspendió la fiesta. ¡Horrible!
Conseguimos un montón de dinero que nos permitiría hacer el viaje que habíamos pensado, llegando a Suecia que, en aquel momento, con Olof Palme pidiendo limosna en la calle para los presos políticos españoles y teniendo en la cabeza que Suecia era como en la novela “Suecia Infierno y Paraíso” de Enrico Altavilla, era lo que los españolitos de los años 70 creíamos el ideal político al que aspirábamos cuando se terminara el franquismo. Pero en esos momentos varios compañeros nuestros fueron arrestados, no sé por qué, y tuvimos que pagar la fianza para sacarles de la cárcel, con lo que hubo que recortar el viaje y solo pudimos llegar hasta Holanda. De todas formas, el recuerdo del viaje es que nos lo pasamos estupendamente, aunque también hubo algún problema como el día que teníamos programado ir a visitar la fábrica de Philips en Eindhoven por gentileza de Radio Ortega. Nos mandaron un autobús Mercedes de 40 plazas, pero solo nos presentamos cinco, con lo que tuvimos que oír que para eso nos hubieran puesto un taxi.
Otra anécdota que me sucedió al final del curso, fue cuando Víctor Bustamante me llamó a su despacho y me pidió que propusiera a la clase hacer un diploma en el que los alumnos de la primera promoción reconociéramos los muchos méritos que tenía él para ser catedrático de Patología Médica. Con gran sorpresa por mi parte, a aquella clase tan poco dada a los convencionalismos le pareció bien, y yo le encargué a mi padre, que trabajaba en Imprenta Industrial, que nos hiciera ese diploma y todos los alumnos firmamos y se lo entregué al Dr. Bustamante.
El último sucedido que protagonizamos fue la negativa de algunos a realizar la famosa orla. Yo la echo de menos.