Tigresa Acuña. Alma de Amazona. Gustavo Nigrelli

Tigresa Acuña. Alma de Amazona - Gustavo Nigrelli


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pero no era algo que me importara. Creo que ni siquiera pensaba en eso.

      Lo único que sé es que, a los 8 meses de haber empezado, ya cagaba a palos a todas las chicas de mi edad, por lo que Ramón empezaba a ponerme con los varones o con gente más grande primero para no lastimar a nadie, y luego para que pudiera entrenar tranquila sin limitarme.

      Yo tenía 7 años, y Ramón 30. Siempre lo vi como el profe, como mi maestro, respetuosa y obediente de todo lo que me decía. No me daba tampoco tanta bola, porque tenía a los chicos más avanzados, a los más grandes, y él se tenía que dedicar un poco más a los que de repente competían, o tenían alguna pelea o exhibición cercana.

      Pero al año de haber entrado, recuerdo que hice mi primera exhibición. Fue en agosto, para el Día del Niño, en el playón del barrio Guadalupe, a unas 10 cuadras del La Paz. La hice con César, el segundo hijo del primer matrimonio de Ramón, que también practicaba y en ese entonces tenía 7 años, uno menos que yo, que ya tenía 8.

      Fue pareja. Con César, al ser casi de la misma edad, pero él varón, nos dábamos con un caño. Siempre hacíamos exhibiciones y entrenábamos juntos, pero nuestras peleas eran palo y palo, yo más con las manos, porque siempre tenía la tendencia de pegar piñas, y él con las piernas, porque tenía buena patada.

      Pero Ramón también sabía que siendo su hijo tenía más confianza y no nos íbamos a lastimar, aunque de alguna manera lo sorprendía que siendo mujer estuviera a su altura.

      Creo que allí recién descubrí yo que era fuerte, que me la bancaba, al tener que pelear contra varones porque con mujeres de mi edad no podía, ya que las superaba. Y al poder soportar golpes de alguien que además de su género masculino era más grandote que yo, pese a tener un año menos.

      Fue entonces a los 9 años, cuando ya comencé a hacer exhibiciones siempre contra varones que Ramón me bautizó con el apodo de Tigresa. Y así me quedó. “La Tigresa”, me decía. Por lo agresiva, por lo indómita, por lo salvaje.

      Tanto pegó mi apodo que al poco tiempo mi viejo me hizo hacer una remera estampada con la imagen de un tigre, que yo usaba generalmente para hacer las exhibiciones, como a modo de bata con la que suben los boxeadores. Era para remarcar mi apodo, y dejar bien en claro que ahí venía La Tigresa, con remera y todo. Fue mi primer merchandising.

      Y así siguió mi historia, cada vez más abocada en el deporte del full contact, que era hasta ese momento lo único que podía hacer de contacto y con el cual competía, no solamente practicaba y hacía exhibiciones.

      También eso incrementó en algo mi pequeña fama casera, porque de alguna manera comenzaron a identificarme con el nombre de Tigresa más que de Marcela, lo cual me otorgó cierto respeto y consideración, además del aprecio de los cercanos.

      Pero a la vez algún que otro contratiempo, como el que prometí contar más adelante hace unos párrafos arriba.

      Siempre fui tranquila fuera del gimnasio, como lo soy ahora abajo del ring, y no tuve que aplicar nada de lo que sé sobre peleas en la calle, porque además no me gusta, no es mi personalidad, no soy de discutir mucho.

      Sin embargo, una vez, en el secundario, a los 13/14 años, estábamos en el centro de estudiantes, discutiendo entre nosotros de varias cosas. Un compañero de curso quería sobresalir, ser el delegado, el capo, y encima era el más acalorado de todos. Casi nadie lo quería, y yo menos, así que de repente me vi envuelta en una discusión personal con él.

      Palabra va, palabra viene, la cuestión fue que de pronto me insultó. Cuando me insultó yo me paré, y él me empujó. Entonces agarré y ahí nomás le metí un trompazo que lo tiré para atrás, y ahí se terminó todo. Él era de esos que siempre quiere tener razón y está en desacuerdo con todo, y como nadie le dice nada se aprovecha.

      Vinieron las autoridades, porque no sé cómo se enteraron, y enseguida se corrió la versión de que fue la Tigresa Acuña.

      Terminé en la Dirección, con amonestaciones, aunque quien empezó la agresión fue él. Yo lo que hice fue devolvérsela, pero claro, ya era “La Tigresa” Acuña, todos sabían que practicaba artes marciales, y supuestamente tenía “la mano prohibida”, ja. Se suponía que no podía usarla contra nadie, ni siendo mujer y habiendo sido la agredida.

      De todos modos, mis compañeros salieron a favor mío y el pibe al poco tiempo se fue del colegio y no lo volvimos a ver más.

      LAS PRIMERAS PELEAS

      Cada tanto a Ramón le pedían pibes para hacer exhibiciones, y él usaba sus contactos que le habían quedado desde Capital Federal para llevarlos. Fue así que a los 11 años fuimos a la Federación de Box, en mi caso a pelear contra una piba de La Plata, del profesor Cañón.

      Cañón no sé cuánto, así lo conocíamos, por el profe Cañón. Eran exhibiciones, pero en realidad eran peleas, porque nadie regulaba. Nos dábamos en serio y a querer ganar, aunque no había fallo o, mejor dicho, los fallos eran empate. Pero fue ésa la primera vez que pisé la FAB, en el ’87. Igual sé que a la pibita le di para que tenga.

      CAMPEONA SUDAMERICANA DE FULL CONTACT

      Exhibición tras exhibición, internamente se corrió mi fama entre la gente del full contact, y fue así que desde Paraguay lo contactaron a Ramón para ir a hacer una pelea contra la campeona sudamericana de la Asociación Americana de Karate-Full Contact, una paraguaya de 32 años llamada Graciela Mujica.

      Corría el ’91 y yo por entonces tenía 14 años, pero aún no éramos novios con Ramón. Lo contactó un tal Miguel Ángel Zen.

      En realidad, como siempre, íbamos un grupo a pelear contra otro grupo de allá, pero ya se sabía que como organizaban ellos, te robaban las peleas y las fallaban a favor de los locales.

      Entonces Ramón se le plantó a Miguel Ángel sabiendo que iba yo, que realmente podía llegar a hacer carrera, y le dijo: “Voy, pero con la condición de que no me robes. Si gano, gano, si pierdo, pierdo. Y pase lo que pase, hacemos la revancha en Formosa dentro de dos meses y que Marcela vaya por el título sudamericano contra tu pupila”.

      El tipo aceptó, entonces fui a pelear contra la campeona, Graciela Mujica. La cagué a palos, pero no la pude noquear. Igual me dieron la victoria por puntos en 4 asaltos.

      Dos meses después, tal como quedamos, hicimos la revancha en Formosa, ya por el título. Eran 7 rounds de 2 por 1, como casi siempre en los combates importantes. Ahí sí, le gané por KOT 2. Ya la tipa abandonó, no aguantó más. Y así fue como me hice campeona sudamericana. Qué emoción…

      Poco después sí, nos pusimos de novios. Yo ya tenía 15 años.

      LAS DEFENSAS

      Ya como campeona sudamericana me tocaron las primeras defensas, pero la primera de todas fue quizás la más preocupante, contra Graciela Coronel, una morochita re fibrosa, muy linda, que también era de Formosa y con la que a veces entrenábamos en el gimnasio.

      Fue también en el ’91, porque en full contact no es como en el boxeo. Allí todo se hace rápido, en pocos meses. Ella tenía un año más que yo, unos 16, y lo curioso es que fue como semifondo de una pelea del correntino Héctor Echavarría, ¿se acuerdan? Ese artista marcial que surgió en lo de Gerardo Sofovich y se hizo tan mediático que hasta filmó películas, como Brigada Cola, Los Extermineitors, al menos las que más recuerdo.

      Fue en Obras Sanitarias, y fue la primera velada televisada a nivel nacional de artes marciales, por América TV, donde además estaba el actor estadounidense Bill Wallace, campeón mundial de kick boxing.

       Si mal no recuerdo allí me hacen la primera nota escrita de mi carrera, que la hizo el periodista formoseño Alfredo Domínguez. Calculo que fue porque gané, y por haber peleado por TV y en Buenos Aires, siendo mujer y formoseña.

      Digo que fue la más preocupante, porque


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