Tigresa Acuña. Alma de Amazona. Gustavo Nigrelli

Tigresa Acuña. Alma de Amazona - Gustavo Nigrelli


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sentí avergonzada, más que nada, porque yo era la campeona y me estaban filmando para hacer los avances para la TV. Pero bueno, en la pelea por suerte todo volvió a la normalidad, estuve concentrada y le gané bien por puntos.

      La segunda defensa fue ante Mary Potenza, que luego después fue boxeadora profesional y nos enfrentamos en el boxeo.

      Eso fue en Rosario, a 5 rounds de 2 por 1, y también le gané por puntos. Mary era una gran artista marcial, durísima, y campeona mundial de taekwondo.

      La tercera fue ante Daniela Rodríguez, una rubia campeona mundial de karate de gran calidad, mucha destreza, que también era la favorita, porque tenía más experiencia que yo. Sin embargo, fue pareja, dura, y finalmente dieron un empate en 5 rounds, siempre de 2 por 1, y sentí que la gente hasta se sorprendió. Fue ya en el ’92, y fue la única que recuerdo haber empatado. Nunca perdí en full contact.

      Después de eso al poco tiempo tuve que interrumpir porque quedé embarazada, primero de Maxi, luego de Josué, y reaparecí a los 19 años, meses después de tener a Josué. Las peleas que hice después de mis embarazos y partos, fueron ganadas todas por KO. Habrán sido 3 ó 4, pero volví con todo.

      Y ya sentí un límite, porque el siguiente paso era ir a los Estados Unidos, a buscar un título mundial, pero eso era algo ya imposible por la lejanía. Y ellos no iban a fijarse ni a contratar a una chica de acá, para ir a pelear allá. ¿Con qué objeto?

      Nada. Esa era una barrera infranqueable para mí, y fue que empecé a pensar en otra cosa, a mirar boxeo, a ver a Christy Martin, y a querer ser como ella, o a hacer lo que hacía ella.

       CONTRA UN VARÓN

      (Boxeo vs full contact)

       Quería demostrar que, a pesar de ser mujer, con la técnica los podía igualar.

      Tal era la fama que se me había hecho –a nivel interno, se entiende- que en el Polideportivo La Paz comenzaron a acudir no sólo más alumnos, sino que a diario venían bandas de pibes, en teoría con la idea de mirar los entrenamientos, pero en el fondo con el objetivo de desafiarme, ya sea por un antojo personal de alguno, o a veces, por alguna picardía de los chicos, de mandar al frente a alguien contra mí y luego mofarse.

      Pibes de 16/17 años, adolescentes grandes en grupos, se quedaban al costado como para comprobar si era cierto lo que se decía, hasta que Ramón los invitaba a hacer algún round de exhibición conmigo, adivinando sus intenciones. Y si no, directamente ellos encontraban a un “candidato” para mandarlo a probarse y experimentar en carne propia las bondades del arte del full contact, para regocijo de los presentes.

      Tras algunos movimientos, con alguna patada, o alguna mano bien puesta, los pibes terminaban contra algún rincón, alguna pared, o simplemente, al sentir los primeros golpes se rendían y se iban, en medio de las risas de sus amigos y la admiración de algunos otros, que se iban dando fe de lo que habían ido a ver.

      Eso sucedía a diario, semanalmente. Siempre se repetía una situación similar, salvo una vez, que vino un pibe más grande, que además sabía algo.

      Vino con “mala leche”, a lastimar, y al comenzar a pelear tiró patadas fuertes.

      Hicimos un round, yo lo aguanté, pero al finalizar la primera vuelta, Ramón le dijo: ahora hacé con éste: y le puso a César, su hijo, con quien yo ya había dejado de medirme, porque a eso de los 12 ó 13 años, cuando César empezó a desarrollar, la potencia que tenía en sus patadas ya era demasiada.

      Y bueno, en pocos movimientos César lo hizo arrodillar, y entonces Ramón le hizo ver que si quería pelear en serio no era de hombres hacerlo contra una mujer, encima en ventaja de peso. Si quería pelear, que lo hiciera contra alguien como él. El pibe pidió perdón y se fue.

      Por eso de vez en cuando Ramón recibía desafíos de otros lados para enfrentar a algunas chicas. Pero un día, el desafío que le llegó fue para enfrentar a un muchacho que practicaba boxeo.

      Era para ir a Las Lomitas, a 300 km de Formosa. A 6 rounds, de 2 por 1, y nos pagaban.

      Él 19 años, y 57 kg, con boxeo. Yo 17 años –ya era campeona sudamericana de full contact desde los 14-, 53 kg, con mi deporte, el full.

      Fue la primera y única vez que enfrenté oficialmente a un hombre, sin tener en cuenta los entrenamientos, claro.

      En el 1° round el pibe me metió una derecha y me sentó de culo, literalmente. Me sorprendió. Me quedé atónita. Fue casi sobre el final del round, por lo cual terminó enseguida.

      El pibe volvió al rincón sonriendo, como canchereando, como subestimando la situación de pelear contra una mujer, y como si fuera una fácil tarea.

      Al volver yo a mi esquina, Ramón me dice: “está agrandado, se te va a venir a definir ciegamente, lo agarramos con el giro. Acordate, con el giro de derecha lo agarrás. Y así hice.

      Con un giro de mano derecha lo agarré con el codo y lo corté en la ceja. Y ahí nomás volví a girar y con el otro puño, el izquierdo, lo calcé en la nariz. Lo sangré todo.

      Así ensangrentado el árbitro la detuvo para preguntarle si quería seguir, pero el pibe le dijo que no y se retiró. Gané por KOT 2. Nadie lo podía creer, y menos teniendo en cuenta cómo empezó la pelea.

      Pobre, se ve que el pibe ahora es algo en Formosa, funcionario, o no sé qué, porque un día, estando con Sergio Massa allí, uno de sus asistentes me dice: “allá hay un muchacho que no tiene un buen recuerdo tuyo, ja”. Yo me pregunté quién era, qué habré hecho, porque de entrada no lo relacioné, hasta que este hombre me aclaró que el mal recuerdo era deportivo, porque una vez habíamos peleado y le rompí la nariz.

      “Ah, ya sé quién es”, le dije sonriendo. Pero al final no pude verlo. Hubiese querido ir a saludarlo y pedirle disculpas. Espero no me guarde rencor.

06

      Octubre del ’97, antes de ser boxeadora, y de pelear contra Martin, en una nota cuenta sus victorias frente a los hombres, donde el de la presente anécdota está incluido.

      Para entonces, ya Ramón era mi novio o, mejor dicho, mi pareja, porque estábamos juntos conviviendo. Una historia que vale la pena contar, que es más allá de lo deportivo, el corazón y el eje central de mi vida.

      Porque creo que el boxeo, los títulos mundiales, la fama y demás son consecuencias de mi relación con Ramón.

      Varias veces me pregunté, y me preguntaron si de no haber sido por él yo hubiese sido no sólo campeona mundial de boxeo, sino boxeadora. Y una y otra vez me respondo que no.

      Sin dudas. Yo sin Ramón no sólo no hubiese sido campeona, tampoco hubiese sido boxeadora.

      Y sin mí quizás aún no hubiese existido el boxeo femenino acá en Argentina, que tantas trabas tenía y tanto me costó hacer que se reglamente, en la lucha más grande que afronté en mi vida, porque fue torcer las conciencias, las costumbres, las creencias –incluso científicas- de mucha gente, de toda una sociedad que pensaba que la mujer no podía pelear, que no podía boxear, y que argumentaba que los golpes en las mamas traerían consecuencias.

      Que también sucedería lo mismo con la maternidad, que podría ser factor de innumerables abortos, y qué sé yo cuántas cosas más, que luego se comprobaron que eran simples mentiras.

      Excusas machistas y conservadoras para prohibir algo que no les gustaba, o que no aceptaban. Prejuicios y tabúes que se escondían detrás de la ciencia, o de la opinión supuestamente especializada, para poder imponerse sin ser cuestionados, para evitar cualquier discusión alguna.

      Era un modo camuflado de represión, tan grave y comparable a la de los abolicionistas del boxeo, que siempre usan como caballito de batalla a la salud humana, a los golpes, sin ver la parte positiva, que es el desarrollo físico y mental, la


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