Tres veces te engañé. Fedro Carlos Guillén
que lo abordan con la seriedad analítica que me es ajena, y encontrará usted, querido lector, querida lectora, un par de entrevistas realizadas a dos importantes terapeutas mexicanas, así como un cuestionario que respondieron de manera anónima algunas personas que han sido infieles y que aquí nos confían sus motivaciones.
Este libro debería estar dedicado a Paquita la del Barrio, a la que le hemos robado parte del título, pero en realidad lo dedicaré, como siempre, a mis hijos María y Fedro, a los que quiero más que mis ojos.
Entremos, pues, en materia, teniendo en cuenta que un tema tan complejo y multifactorial no admite explicaciones simples y lineales, y que los valores y las dinámicas de cada pareja son únicos y singulares. Quien busque un tratado riguroso y especializado sobre el tema se ha equivocado de libro. Gran parte de los planteamientos que se presentan a continuación, si bien se han documentado en muy diversas fuentes, se nutren también de las intuiciones de un ensayista de mediana edad que trata de entender el mundo en el que vive, y que a veces acierta y a veces no.
Si nos atenemos a los principios bíblicos, los seres humanos deberíamos practicar rigurosamente la monogamia y evitar de manera literalmente religiosa el incesto, ya que en ambos existen mandamientos y prohibiciones (que a veces se cumplen y a veces no). Por supuesto, anticipadamente declaro que no es mi intención juzgar estos espinosos aspectos de la conducta humana, en los que cada quien debe tomar sus propias decisiones en la soledad de su criterio y sus creencias personales. Mi único propósito es entender los caminos que la evolución ha moldeado con respecto a comportamientos animales que en los hechos encuentran equivalencias en los humanos, aunque también están muy distantes uno de otro en un sentido que no es nada trivial. El recurso de explicar conductas humanas complejas exclusivamente a partir de su naturaleza biológica a veces nos hace patinar sobre hielo muy delgado. Evidentemente somos seres vivos y estamos sometidos a las reglas biológicas, pero esto no supone que nuestros comportamientos estén determinados de manera inexorable por nuestra carga genética. Un hospital, por ejemplo, es un monumento que atenta contra los principios de selección natural darwinianos. Un animal que nace ciego no tendría ninguna posibilidad de sobrevivir en la naturaleza, mientras que nosotros, gracias a procesos culturales y sociales como la compasión, permitimos que personas con una condición de desventaja física tengan la posibilidad de salir adelante. Valores como la solidaridad o el cuidado de los enfermos están sencillamente ausentes en poblaciones naturales donde la simple regla es: sobrevivirá el más apto. Por otro lado, es posible —y hay que demostrarlo— que algunas conductas humanas tengan un origen común con las de otros seres vivos. Es un tema complejo que quizá se simplifique con un ejemplo: nuestras conductas potenciales son “cerraduras” que se encuentran latentes y se activan en el momento que se presenta alguna “llave” adecuada. Esto nos permite sugerir que lo que hacemos y dejamos de hacer tiene una base genética, claro, pero también una ambiental.
Diversos estudios confirman que sí hay elementos biológicos en la atracción sexual. Por ejemplo, un estudio llevado a cabo de manera conjunta entre el Departamento de Antropología de la Universidad Estatal de Pensilvania y la Universidad de Missouri, en Estados Unidos, y la Universidad de Sterling, en Escocia, demuestra que el cambio hormonal en las mujeres alrededor del periodo de ovulación tiene efectos sutiles pero que pueden advertirse, como transformaciones en el rostro y en el tono de la voz. Estudios previos ya habían demostrado que en la ovulación aumenta el deseo sexual, así como la preferencia por varones con mandíbula prominente. Los investigadores, con David Puts a la cabeza, tomaron fotografías y grabaron las voces de 202 mujeres y realizaron determinaciones hormonales en dos momentos diferentes del ciclo menstrual. Después, más de 500 varones puntuaron el atractivo facial y oral de los dos momentos, y encontraron un mayor atractivo cuando los niveles de estrógenos estaban elevados y los de progesterona en su nivel más bajo. Se interrogó igualmente a más de 500 mujeres sobre el atractivo de las otras mujeres estudiadas, y su evaluación coincidió con la de los varones. Es decir, tanto en varones como en mujeres existe la percepción de que el atractivo femenino aumenta durante el momento del ciclo menstrual donde más probable es conseguir un embarazo en caso de tener relaciones sexuales.
Los expertos consideran que la metodología y el número de casos estudiados demuestran de manera concluyente la influencia de las hormonas sobre factores que pueden condicionar el comportamiento. Ya otro estudio había demostrado que las bailarinas eróticas conseguían mayores propinas durante la fase fértil del ciclo menstrual. Uno de los más interesantes presenta las primeras pruebas científicas de una manifestación económica en la sensibilidad de los hombres hacia los cambios en el ciclo menstrual de las mujeres, y en concreto en su atractivo sexual. Durante dos meses midieron las propinas diarias que recibían bailarinas de clubes nocturnos (donde bailan topless) en función del día de su ciclo menstrual (durante la menstruación las bailarinas utilizan tampones, que se cambian cuando retornan al camerino entre coreografía y coreografía). Estas bailarinas están muy motivadas para comportarse de la forma más atractiva posible todos los días, ya que sus propinas dependen de ello. El resultado es sorprendente. Las bailarinas en los días de mayor fertilidad reciben considerablemente más propina que el resto de sus competidoras (entre 5% y 30%, dependiendo del club).
Los seres vivos están moldeados por un mecanismo evolutivo descubierto por Charles Darwin, expuesto en su libro El origen de las especies, que vio la luz el 24 de noviembre de 1859. En este texto clásico, el naturalista inglés describió el mecanismo por medio del cual los seres vivos cambian en el tiempo, es decir, evolucionan. El diseño teórico de Darwin —apoyado por numerosísimas observaciones a lo largo de su vida— es de una sencillez y elegancia asombrosas: Darwin observó que en toda población existen variaciones de forma, tamaño, color y conducta, y dedujo correctamente que estas variaciones pueden representar ventajas o desventajas para sus poseedores (por ejemplo, si hay depredadores, ser rápido es ventajoso). Los organismos con ventajas tienen mayores probabilidades de sobrevivir y, en consecuencia, de reproducirse. Esto implica que sacarán más “copias genéticas” de sí mismos, con lo que a la larga la variable ventajosa se extenderá en una población. La moneda con la que se mide el éxito de un individuo es lo que los biólogos llaman adecuación, que no es otra cosa que su representación genética en las siguientes generaciones, es decir, el número de descendientes directos o indirectos (los sobrinos también llevan sus genes) que tiene a lo largo de su vida.
Ahora podemos ver por qué la monogamia no parece una buena idea en el mundo animal y por qué de hecho tan pocas especies la practican. Un individuo monógamo tiene menores posibilidades de copiarse a sí mismo que aquel que ejerce la poligamia (lo siento, así son las cosas).
Es obvio, entonces, que a un bicho de cierta especie no le conviene emplear tiempo y energía cuidando crías que no son las suyas, y en consecuencia trata de tener la mayor certidumbre parental posible. Los machos de algunas especies de culebras bloquean la cloaca de la hembra después de la cópula para evitar adulterios inesperados, o para poner un ejemplo más dramático, los leones que conquistan una manada matan a las crías del macho perdedor para poder fecundar con su propio material genético a las hembras, que de otra forma (con crías a las cuales cuidar) no serían receptivas al apareamiento. Los datos son aplastantes: sólo una fracción marginal de los mamíferos del planeta practican la monogamia, debido en gran medida a la fertilidad permanente de los machos, en contraste con la limitación de las hembras a continuar reproduciéndose cuando quedan preñadas. Hay excepciones, por supuesto: muchas aves, como los pingüinos, los cisnes o el águila real, son monógamas. Esto posiblemente se explicaría porque en monogamia, y con la colaboración de la pareja, hay más certidumbre de conseguir sacar adelante a una cría (es más difícil que un progenitor lo logre por sí solo). Con todo, estudios de ADN con algunas aves han arrojado resultados asombrosos: 90% de los nidos revisados en un experimento tenían crías procreadas por un macho diferente del que las cuidaba. Aquí la hembra manifiesta otra estrategia evolutiva, consistente en aparearse y reproducirse con un macho vigoroso, y “engañar” a otro macho, dispuesto a acompañarla en el cuidado de los polluelos. Como se puede apreciar, en todo el reino animal los polígamos se inventan toda clase de astucias para evitar ser sorprendidos.
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