Tres veces te engañé. Fedro Carlos Guillén

Tres veces te engañé - Fedro Carlos Guillén


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A finales de 1837, un circunspecto Darwin se sentó en su escritorio, pluma en mano, a sopesar un tema vital: ¿casarse o no casarse? Los elementos a favor de casarse eran la compañía en la vejez y el amor por la música y las conversaciones femeninas, mientras que entre las objeciones pesaba mucho la pérdida de tiempo y los compromisos económicos que supondrían sacar adelante una familia. Darwin escribió las siguientes líneas al final de su reflexión:

      “Dios mío, es insoportable pensar en pasarse toda la vida como una abeja obrera, trabajando, trabajando, y sin hacer nada más. No, no, eso no puede ser. Imagínate lo que puede ser pasarse el día entero solo en el sucio y ennegrecido Londres. Piensa sólo en una esposa buena y cariñosa sentada en un sofá, con la chimenea encendida, y libros, y quizá música... Cásate, cásate, cásate”.

      Y lo hizo. La mujer con la que Charles Darwin se casó el 29 de enero de 1839 era una encantadora dama de la incipiente sociedad victoriana y se llamaba Emma Wedgwood. Todo parecía ir sobre ruedas; sin embargo, había un problema, asociado justamente con la endogamia: Emma era su prima hermana, y la madre de ésta, hija de un primo tercero de Charles.

      Un reporte publicado en la revista Bioscience rastreó a los hijos y a veinticinco familiares de los Darwin y encontró datos muy reveladores: tres de los diez hijos de la pareja fallecieron prematuramente un cuarto hijo, muerto de escarlatina, luce en las fotos familiares con deformidades corporales. Otros tres hijos, a pesar de haberse casado, nunca tuvieron descendencia. La conclusión es rotunda: “El perjuicio genético causado por la consanguinidad de la pareja pudo complicar la salud de la descendencia y elevar su mortalidad”.

      Se entiende, pues, que las relaciones sexuales consanguíneas son muy costosas y que la evolución no debería favorecerlas. En un artículo publicado en la revista Nature la investigadora Debra Lieberman y sus colaboradores conjeturaron que un mecanismo para evitar el incesto son los sistemas sociales que permiten identificar a quienes comparten los genes, como cuando los hermanos mayores ayudan en el cuidado de sus hermanos más pequeños. En el mismo sentido, la convivencia parece reforzar la aversión sexual. Se han documentado casos en los que hermanos separados al nacer pueden sentir una mutua atracción sexual, que probablemente no experimentarían de haber crecido juntos .

      Bien, ya vimos que una de las posibles razones por las cuales el padre de una cría no abandonaría a su pareja es que es preferible tener un descendiente vivo que diez muertos.

      El papel de protección, cuidado y alimentación eran vitales en las parejas de cazadores-recolectores, y se sabe como los divorcios. Un segundo factor que podría propiciar la monogamia en los seres humanos tiene que ver con que somos completamente anómalos en lo que toca al establecimiento de relaciones sexuales y a la fisiología femenina.

      En efecto, la enorme mayoría de los mamíferos que conocemos cuentan con periodos de celo en los que se encuentran aptos para la reproducción y que son vistosamente anunciados por medio de mecanismos químicos, visuales o conductuales durante el periodo de cortejo. Es un proceso muy complejo y lleno de rituales mediante los cuales los potenciales miembros de una pareja deciden si realizar o no el apareamiento. Las cornamentas de los alces, las colas de los pavorreales o los sacos de colores que portan en el cuello muchas aves son un ejemplo de la forma en que las especies intentan atraer una pareja. Existen danzas de cortejo que pueden tomar literalmente horas, como la de la araña pavorreal (Maratus volans), una especie que apenas mide unos milímetros pero que recurre a un fascinante ritual de cortejo en el que durante un par de horas levanta sus patas delanteras, golpea el tronco en el que habita y despliega la parte posterior de su cuerpo (llamado opistoma), plagada de colores brillantes y llamativos.

      En cambio, en los seres humanos el periodo fértil de la mujer, salvo excepciones muy contadas, no se anuncia de ninguna forma. ¿Qué implicaciones tiene esto? La más evidente es que el hombre no sabrá si en el momento de la cópula su pareja está en condiciones de procrear, y en consecuencia no tiene la certeza de que en efecto se haya producido una fecundación. Por lo mismo, y por el tiempo que media entre la cópula y las primeras señales de un embarazo, tampoco tiene la certeza de su paternidad. Una vez más, sería muy mal negocio evolutivo participar en la crianza de un hijo que no es de uno. Los investigadores sugieren que este enmascaramiento de la fase fértil es otra de las razones para el establecimiento de parejas monógamas en los seres humanos.

      Iniciamos esta sección con la epístola de Melchor Ocampo, que en el siglo XXI presenta más boquetes que el costado del Titanic 6, y que sin embargo habla de la fidelidad como un precepto a seguir. La fidelidad tiene motivos religiosos y morales, pero no necesariamente biológicos, como veremos un poco más adelante.

      El hijo de tu hija es tu nieto, el hijo de tu hijo no sé.

      Proverbio Judío

      Hay maridos tan injustos que exigen de sus mujeres una fidelidad que ellos mismos transgreden; se parecen a los generales que huyen cobardemente del enemigo, quienes, sin embargo, quieren que sus soldados sostengan el puesto con valor.

      Plutarco

      Piense por un momento, querida lectora, querido lector, ¿qué tienen en común las siguientes profesiones: paparazzi, bioquímicos, compositores de boleros, detectives privados, prostitutas y prostitutos, genetistas, terapeutas? Encontramos la respuesta en una de las más humanas conductas que existen: la infidelidad. Los paparazzi, esos sabuesos de la escoria, se encargan de documentar con la tenacidad de un cangrejo los deslices cometidos por la gente crípticamente llamada famosos y sus recurrentes faltas a un compromiso amoroso. Los detectives, a su vez, son contratados por personas con celotipia para que documenten, pero de forma privada, las deslealtades de su pareja. El imaginario los representa con gabardina y sombrero entregando un sobre con fotografías comprometedoras. Los prostitutos y prostitutas (entendidos como personas que consienten en tener actividad sexual a cambio de un pago) han sido un refugio histórico de hombres (y en menor medida mujeres) con una pareja estable. Los genetistas, a partir del hallazgo de Watson y Crick en 1953, crearon pruebas inapelables de paternidad basadas en el ADN, y los terapeutas invierten horas y horas en sesiones donde personas que tienen pareja confiesan que fueron débiles y quieren enmendarse (hay quien recurre a los sacerdotes por los mismos motivos).

      El término infidelidad puede tener muchas acepciones. Por ejemplo, los cristianos durante las cruzadas llamaban infieles a quienes no creían en su Dios. Asimismo, los viejos gobernantes esperaban fidelidad de su pueblo, y los amos de sus sirvientes. Estas acepciones no son útiles en este ensayo, así que para los propósitos de este libro entenderemos la infidelidad como la transgresión de un compromiso establecido por una pareja (heterosexual u homosexual, y no necesariamente casada) con el fin de mantener una relación alternativa, ya sea esporádica o estable.

      Ya hemos revisado algunos antecedentes biológicos y sociales de la monogamia. En su obra El origen de la familia, la propiedad privada el Estado, Friedrich Engels, el famoso filósofo alemán que hizo mancuerna con Karl Marx, propuso un origen económico al establecimiento de parejas, basado en la idea de que al establecerse la propiedad privada, trajo consigo la monogamia entre parejas, justamente para proteger y heredar esas propiedades. Los enlaces de alguna forma garantizarían una satisfacción patrimonial y cierta certeza de paternidad por parte de los hombres.

      Junto con la monogamia nacen otros conceptos sociales, como el de adulterio, asociado a penalizaciones civiles y vetos religiosos, y con una importante tendencia a ser permisivos con los hombres, mientras a las mujeres, encargadas del resguardo de los hijos, se les exige una fidelidad a rajatabla. Es notable cómo en sus orígenes la palabra adulterio tenía una carga peyorativa que ha perdido en años recientes. Prácticamente ya nadie en estos días lo usa; el término ha sido reemplazado por el de infidelidad, en el que se advierte un matiz de enjuiciamiento ante la falta al compromiso de pareja, o bien por la expresión más neutra de relaciones extramaritales.

      La historia de las leyes muestra que los castigos a la infidelidad se sustentan en premisas de enorme inequidad: siempre han sido mucho más cruentos para las mujeres, en gran medida debido al afán de tener certeza sobre la paternidad y por el engaño que


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