1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo
como prácticas habituales de consumo en la cultura intelectual y libresca de la época.
La confrontación de ideologías y el análisis de los problemas sociales son puestos en común por una generación que quiere cambiar el mundo y el estado de las cosas, por lo menos en las intenciones y discursos. El malestar generalizado es visible en universidades de grandes y pequeñas urbes; movilizaciones y protestas se toman las calles de las más importantes capitales del mundo. 1968 es el año de la cresta de esta ola; una válvula de escape para la juventud rebelde y una forma de rechazo a todo tipo de autoritarismo. “Prohibido prohibir” es una de las consignas que más se escucha; movimientos culturales como el de los hippies cambian las formas de vestir, de escuchar música, de comportarse y de consumir drogas y alucinógenos. La libertad sexual rechaza los valores tradicionales, las mujeres salen a las calles en minifalda, los jóvenes rompen cánones y arengan a la multitud contra el orden imperante.
1968 es el año del movimiento revolucionario francés, a juicio de historiadores y sociólogos contemporáneos, el más visible y mejor estudiado hasta el momento, pero no el único de esta onda expansiva. Tal vez no todos los jóvenes en el mundo que protestan o que simpatizan con las manifestaciones saben con exactitud por qué o contra quién dirigen su malestar, lo cierto es que quieren cambiar el modo de vida, la situación de sus pesadas existencias1. Hay simultaneidad de acontecimientos en naciones de Europa, Asia y América: crece la inconformidad política contra la Unión Soviética y otros países de la denominada Cortina de Hierro; el asesinato de Martin Luther King el 4 de abril de 1968 en la ciudad de Memphis sobrecoge a la sociedad norteamericana, pero no mueren las proclamas por la igualdad de derechos para los afroamericanos; la masacre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 –tan solo a diez días de los XIX Juegos Olímpicos, bautizados como ‘la olimpiada de la paz’– estremece a la sociedad mexicana; el levantamiento obrero, apoyado por estudiantes, en 1969 en Córdoba, conocido como el Cordobazo, paraliza la ciudad y pone en jaque a la dictadura de Juan Carlos Onganía; la invasión a Vietnam desata voces y más voces de rechazo mientras prosigue la confrontación de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos de América ocupan una posición de hegemonía y predominio en todo el mundo; el país del tío Sam incide directa o veladamente en los destinos de todo el mundo; se establece el Plan Marshall como estrategia para la reconstrucción de una Europa devastada y sucesivos tratados de seguridad como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca [Tiar] y la Alianza para el Progreso, todas estrategias para contener el fantasma revolucionario comunista que se cierne sobre Latinoamérica; la Revolución cubana y el alinderamiento hacia la Unión Soviética determinan el intervencionismo americano de manera frontal. En consonancia estratégica se elabora la Doctrina de Seguridad Nacional para contener a los enemigos internos y garantizar el control de Estados Unidos en todo el continente. La invasión norteamericana en Guatemala [1954]; Bahía Cochinos [1961], en Cuba, y al año siguiente la Crisis de los Misiles en la misma isla son solo tres momentos de las consecuencias de la confrontación entre Estados Unidos y la Unión Soviética en América Latina2.
En aquella época, para la mayoría de los colombianos no es fácil reconocer los intereses de la geopolítica internacional. Universitarios, sindicalistas e intelectuales denuncian la política norteamericana del “buen vecino”. Estados Unidos es para Latinoamérica su propio peor enemigo. Esta paradoja hace que el impacto de los acontecimientos de los años sesenta y del intervencionismo norteamericano llegue a una ciudad provinciana como Bucaramanga y a un municipio tan distante como San Vicente de Chucurí, en el departamento de Santander, Colombia.
En el área rural de San Vicente de Chucurí, en la vereda La Fortuna, nace en 1964 el Ejército de Liberación Nacional [ELN], con su marcha al cerro de los Andes y la posterior toma de la población de Simacota en el mes de enero del año siguiente. En el mismo año de 1964 los estudiantes de la Universidad Industrial de Santander [UIS] marchan casi quinientos kilómetros a pie desde Bucaramanga hasta Bogotá para protestar contra el rector de la alma máter y la imposición del modelo norteamericano de universidad. Y es en este mismo año del sesenta y cuatro, cuando un éxodo de autodefensa campesino, que se moviliza desde Marquetalia hacia el sur del país, entre las tierras bajas de la Orinoquía y el piedemonte de la cordillera Oriental, da origen a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia [Farc].
Como en el caso de San Vicente de Chucurí, Bucaramanga o en el sur del país, los efectos de esta revolución cultural llegan a muchas poblaciones de América Latina, algunas distantes de Europa o de las grandes capitales del mundo. La insurrección cubana y la figura emblemática del Che repercuten en todo el continente y en otras latitudes del planeta. Después de la muerte en 1967 del legendario guerrero de barba desaliñada y boina negra, su fama se incrementa hasta convertirse en un ícono universal. En Colombia la figura de Camilo Torres empuñando las armas en las filas insurgentes del ELN también alcanza renombre y fama. Las movilizaciones estudiantiles comienzan a descentralizarse de la capital desde principios de los años sesenta, a tal punto que para 1971 el país se ve paralizado por la simultaneidad de las protestas que atraviesan casi la totalidad de universidades del país.
Si una generación se configura en respuesta a determinadas vigencias, valores, condiciones materiales y cotidianidad de una época, el interés investigativo de este libro por los años sesenta y setenta en Colombia y el mundo responde tanto a la posibilidad de entender el presente como a la necesidad de situar un acontecer de tensiones entre lo local y lo universal, entre la propia experiencia vital y un contexto de violencias estatales y contraestatales, entre la cultura universitaria y una generación minoritaria, rebelde y en tránsito del campo a la ciudad, que accede por primera vez a la educación superior. No hay que olvidar que en Colombia una infancia de provincianos de clase media por primera vez hace ruptura con la tradición.
Es posible que Mayo del 68 no pase de ser en Europa una revolución eurocéntrica del estilo en la moda, la música, la cultura visual, el consumo, las drogas alucinógenas y el sexo, pero en América Latina sus repercusiones tienen profundos significados políticos y culturales. Eric Hobsbawm destaca que hasta entonces ningún movimiento revolucionario poseía en sus filas tantas personas que leyeran y escribieran libros3. Kurlansky recuerda que en ese momento, Francia, epicentro de las protestas más representativas, atesora una población de 8 millones de estudiantes, nada menos que el 16,1 % del total de la población nacional francesa4.
En cada región del globo las implicaciones de Mayo del 68 no son las mismas: en América Latina hay una visible agitación política y social; en Estados Unidos se presentan constantes manifestaciones por los derechos civiles y protestas contra la guerra en Vietnam; en el entorno soviético surgen expresiones de inconformidad en Checoslovaquia y Polonia. Muchas naciones vibran con proclamas y utopías que expresan un malestar generalizado por el estado de cosas existentes. Las universidades, aglomeradoras de jóvenes inconformes y ávidos de construir su propia identidad, son el centro por excelencia de estas manifestaciones5. El ícono más representativo de este fenómeno es el Mayo francés del 68. En Colombia tanto este año como el corto periodo comprendido entre 1971 y 1972 son de gran visibilidad por las arengas revolucionarias en las universidades contra el pacto político bipartidista del Frente Nacional [protestas estudiantiles, consolidación de grupos armados, discusión y crítica de nuevos saberes en las ciencias sociales] y la aplicación de una política modernizadora educativa orientada hacia el modelo de educación superior norteamericano [Plan Atcon, Plan Básico para Educación Superior, Plan de Desarrollo del Banco Interamericano de Desarrollo].
La universidad se encuentra circunscrita al ámbito cultural de la sociedad en que se constituye, sin establecer una interrelación puramente jerárquica. Las principales influencias del ámbito universitario colombiano en los años posteriores a Mayo del 68 no provienen únicamente, ni en todos los casos, de estudiantes y profesores de los centros de educación superior; intelectuales y escritores nacionales o foráneos más importantes del momento también influyen en el panorama cultural de esta época.
La protesta universitaria y la producción literaria de los años sesenta y setenta en Colombia se sintonizan con los acontecimientos ocurridos en el mundo durante Mayo del 68. El entorno de las universidades es el