1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo
especializado y aislado. Los diálogos entre disciplinas son posibles y emergen para enfocar de manera distinta los problemas de conocimiento. Sin esta revolución cultural que se produce a finales de los 60 no es posible pensar y hablar de multi-, inter-, pluri-, trans- y unidisciplinariedad20. La emergencia de ‘lo social’ permite que la historia amplíe su ámbito disciplinario, así se hable de una disciplina en crisis por estar contaminada del giro lingüístico. Los cambios citados corren paralelos a las modificaciones que experimenta la espacialidad del conocimiento. La alteración se aprecia entre la producción central y periférica de conocimiento. Para el caso de la historia, Aguirre Rojas señala los desplazamientos que comienzan a efectuarse desde el 68:
[…] pasaron de la historia de las estructuras a la historia de los actores; de la historia de las realidades económicas y sociales a la historia de la subjetividad y las percepciones culturales; de la historia del poder a las historias de las resistencias y la insubordinación; de las historias generales a las historias locales y regionales; de los procesos macrohistóricos a los universos microhistóricos; de la historia de las leyes y las normas a la historia de los atípicos casos individuales y las desviaciones, y de la historia de los grupos establecidos y centrales a la historia de las minorías, los marginales y pequeños grupos21.
El 68 crea nuevas prácticas sociales en las que la teoría revolucionaria marxista, propia de aquella época, no da respuesta a las demandas que presentan diferentes sectores sociales más allá de las clases. La renovación del saber académico es indeclinable, de la misma manera que la apertura a temas como las relaciones entre los sexos y entre los padres y los hijos, el papel de la mujer en la vida productiva y en la esfera pública, las luchas por el reconocimiento de la orientación sexual y, en general, todas aquellas demandas por la diferencia como base de los derechos. El 68 es el acontecimiento que anuncia una ruptura que sobrevendrá décadas después y a la que el conocimiento social da cierto alcance creando nuevos lenguajes, conceptos y teorías. Esto supone también el cuestionamiento frontal a la Modernidad clásica y su pretensión universalista. Nuevos pensadores como Foucault proponen alternativas para la comprensión del ser humano22.
El legendario año representa una revolución cultural planetaria en la cual se transforman de manera radical y silenciosa instituciones y estructuras culturales como la familia, la escuela, los medios de comunicación. El 68 también implica una serie de mutaciones epistemológicas, en la que las representaciones culturales y los símbolos del lenguaje emergen como un campo de saber en continua renovación. Paralelo a los cambios sociales, instituciones como la universidad o prácticas culturales como los impresos registran transformaciones vertiginosas sin las que no se puede comprender la contemporaneidad. La juventud como categoría cultural salta del anonimato y los jóvenes protagonizan esta revolución.
Los jóvenes: sujetos emergentes y actores sociales
La categoría de juventud expresa, en primer lugar, una clasificación de los seres humanos de acuerdo con la edad. Este supuesto, en segundo lugar, entraña la definición de límites y la producción de un orden social que determina el lugar que ocupan los sujetos en la sociedad. Sin embargo, el sociólogo francés Pierre Bordieu se pregunta por los efectos de poder que están incluidos en la definición de juventud, a propósito de quien se considera o no joven. La reflexión de Bourdieu se dirige a explicar cómo las nociones de ‘juventud’ o ‘vejez’ son relacionales, es decir, que la división de la población en generaciones depende de los referentes que se tomen para definir cada categoría. En palabras de Bourdieu: “la juventud y la vejez no están dadas, sino que se construyen socialmente en la lucha entre jóvenes y viejos”23.
La categoría cultural que sugiere Bourdieu en la definición de ‘juventud’ reconoce que el contenido de la palabra puede variar en el tiempo, y que es el resultado de una lucha de poder entre los distintos actores del campo social interesados en definir qué se entiende por ser joven. Aunque la edad se refiere a una condición “natural”, a la cual acuden los defensores de la idea de juventud como etapa preparatoria para la adultez, Bourdieu identifica que, junto a esta concepción, la edad es sobre todo un asunto social. Las relaciones entre la edad social y la biológica son muy complejas: “[…] la edad es un dato biológico socialmente manipulado y manipulable; muestra que el hecho de hablar de los jóvenes como de una unidad social, de un grupo constituido, que posee intereses comunes, y de referir estos intereses a una edad definida biológicamente, constituye en sí una manipulación evidente”24.
Además del evidente llamado de atención de este pensador francés sobre la categoría de juventud, es preciso decir que en la década del sesenta aquella franja de la población denominada como joven da cuenta de un estado caracterizado por el desasosiego. De acuerdo con Antonio Padilla y Alcira Soler, en una publicación sobre los mundos juveniles en América, la juventud de los años sesenta y setenta condensa “[…] lo que el hombre y una sociedad han llegado a ser y lo que podría ser”. La juventud se representa mejor a partir de la imagen del movimiento, de la acción permanente en pos de redondear su vida25.
Este enfoque sintetiza la noción de juventud en la ya clásica obra del historiador británico Eric Hobsbawm sobre el corto siglo XX. Según este autor, la juventud como una realidad de consumo y producción emerge a partir de la década del sesenta como parte de un proceso mucho más amplio, denominado’revolución cultural’. Frente a las transformaciones en el tipo de familia predominante y de las relaciones entre los géneros, por primera vez la juventud se erige como un grupo social independiente. Esto implica presentar ciertas alteraciones significativas en la manera como las generaciones se relacionan entre sí. En lugar de hablar de una juventud, Hobsbawm prefiere hablar de la emergencia de una ‘cultura juvenil autónoma’, convertida en la matriz de la revolución cultural, en el sentido más profundo del cambio de comportamientos y costumbres.
Los cambios experimentados por la juventud se dan en tres dimensiones. En primer lugar, deja de ser vista como una fase preparatoria hacia la vida adulta para ser asumida y pensada como un momento culminante del pleno desarrollo humano. La expresión “no se puede confiar en nadie mayor de treinta años” deja ver, en cierta manera, todo lo que hay de ímpetu y arrojo en esta nueva concepción de la juventud. El deporte o el espectáculo son escenarios de acción privilegiada para esta juventud; el rendimiento y éxito físico son de los jóvenes. Un campo de acción social como los negocios o la política financiera son una aspiración de significativa realización. Los jóvenes rechazan el control de una generación mayor que domina el mundo: Fidel Castro asume el poder con apenas treinta y dos años.
La cultura juvenil se convierte en un sector dominante de las economías de mercado, más aún cuando su capacidad de poder adquisitivo aumenta. Los espacios de socialización, con cada vez más crecientes niveles de tecnología, separan aún más las relaciones con los mayores. Incluso la relación de aprendizaje se modifica: las generaciones predecesoras no son las únicas que imparten educación, ahora los jóvenes tiene mucho que enseñar a sus padres. Los ordenadores, que ya empiezan a tener una gran incidencia en la producción de la vida social, son elaborados por jóvenes, quienes se convierten en los alfabetizadores tecnológicos de algunos padres.
Una de las características más importantes de la aparición de esta cultura juvenil es su asombrosa internacionalización en los centros urbanos. Aunque la hegemonía cultural no es nueva, la década del sesenta ve surgir un predominio del american way of live: los jóvenes de varios rincones del mundo imponen el uso de los jeans y la difusión de un género musical como el rock. El cine, la televisión, la radio, además de las redes universitarias y el turismo juvenil, cumplen un papel de primer orden en esta globalización de la cultura juvenil. La mundialización de los consumos juveniles se da en el marco de los años gloriosos del capitalismo. Un crecimiento económico que vendrá a fortalecer nuevas formas de producción al constituir mercados segmentados: productos de uso personal para hombres y mujeres o desarrollo de la industria de la música, en especial en el pop y el rock.
El énfasis en el estilo hace que esta generación se preocupe con inusual insistencia en parecer diferente. La ropa, el peinado, el maquillaje se convierten en una importante marca de identificación generacional y política. Por otro lado, el estilo de la música se transforma en una peculiaridad de la época,