1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo

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especializado y aislado. Los diálogos entre disciplinas son posibles y emergen para enfocar de manera distinta los problemas de conocimiento. Sin esta revolución cultural que se produce a finales de los 60 no es posible pensar y hablar de multi-, inter-, pluri-, trans- y unidisciplinariedad20. La emergencia de ‘lo social’ permite que la historia amplíe su ámbito disciplinario, así se hable de una disciplina en crisis por estar contaminada del giro lingüístico. Los cambios citados corren paralelos a las modificaciones que experimenta la espacialidad del conocimiento. La alteración se aprecia entre la producción central y periférica de conocimiento. Para el caso de la historia, Aguirre Rojas señala los desplazamientos que comienzan a efectuarse desde el 68:

      El legendario año representa una revolución cultural planetaria en la cual se transforman de manera radical y silenciosa instituciones y estructuras culturales como la familia, la escuela, los medios de comunicación. El 68 también implica una serie de mutaciones epistemológicas, en la que las representaciones culturales y los símbolos del lenguaje emergen como un campo de saber en continua renovación. Paralelo a los cambios sociales, instituciones como la universidad o prácticas culturales como los impresos registran transformaciones vertiginosas sin las que no se puede comprender la contemporaneidad. La juventud como categoría cultural salta del anonimato y los jóvenes protagonizan esta revolución.

      Los jóvenes: sujetos emergentes y actores sociales

      Este enfoque sintetiza la noción de juventud en la ya clásica obra del historiador británico Eric Hobsbawm sobre el corto siglo XX. Según este autor, la juventud como una realidad de consumo y producción emerge a partir de la década del sesenta como parte de un proceso mucho más amplio, denominado’revolución cultural’. Frente a las transformaciones en el tipo de familia predominante y de las relaciones entre los géneros, por primera vez la juventud se erige como un grupo social independiente. Esto implica presentar ciertas alteraciones significativas en la manera como las generaciones se relacionan entre sí. En lugar de hablar de una juventud, Hobsbawm prefiere hablar de la emergencia de una ‘cultura juvenil autónoma’, convertida en la matriz de la revolución cultural, en el sentido más profundo del cambio de comportamientos y costumbres.

      Los cambios experimentados por la juventud se dan en tres dimensiones. En primer lugar, deja de ser vista como una fase preparatoria hacia la vida adulta para ser asumida y pensada como un momento culminante del pleno desarrollo humano. La expresión “no se puede confiar en nadie mayor de treinta años” deja ver, en cierta manera, todo lo que hay de ímpetu y arrojo en esta nueva concepción de la juventud. El deporte o el espectáculo son escenarios de acción privilegiada para esta juventud; el rendimiento y éxito físico son de los jóvenes. Un campo de acción social como los negocios o la política financiera son una aspiración de significativa realización. Los jóvenes rechazan el control de una generación mayor que domina el mundo: Fidel Castro asume el poder con apenas treinta y dos años.

      La cultura juvenil se convierte en un sector dominante de las economías de mercado, más aún cuando su capacidad de poder adquisitivo aumenta. Los espacios de socialización, con cada vez más crecientes niveles de tecnología, separan aún más las relaciones con los mayores. Incluso la relación de aprendizaje se modifica: las generaciones predecesoras no son las únicas que imparten educación, ahora los jóvenes tiene mucho que enseñar a sus padres. Los ordenadores, que ya empiezan a tener una gran incidencia en la producción de la vida social, son elaborados por jóvenes, quienes se convierten en los alfabetizadores tecnológicos de algunos padres.

      Una de las características más importantes de la aparición de esta cultura juvenil es su asombrosa internacionalización en los centros urbanos. Aunque la hegemonía cultural no es nueva, la década del sesenta ve surgir un predominio del american way of live: los jóvenes de varios rincones del mundo imponen el uso de los jeans y la difusión de un género musical como el rock. El cine, la televisión, la radio, además de las redes universitarias y el turismo juvenil, cumplen un papel de primer orden en esta globalización de la cultura juvenil. La mundialización de los consumos juveniles se da en el marco de los años gloriosos del capitalismo. Un crecimiento económico que vendrá a fortalecer nuevas formas de producción al constituir mercados segmentados: productos de uso personal para hombres y mujeres o desarrollo de la industria de la música, en especial en el pop y el rock.

      El énfasis en el estilo hace que esta generación se preocupe con inusual insistencia en parecer diferente. La ropa, el peinado, el maquillaje se convierten en una importante marca de identificación generacional y política. Por otro lado, el estilo de la música se transforma en una peculiaridad de la época,


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