1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo

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universitaria, la defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra, el antiimperialismo y la búsqueda de una sociedad más justa e igualitaria.

      d) Si bien a partir de la segunda mitad del siglo XX la “lucha de clases” es una representación de la inconformidad y protesta de los estudiantes, sus actuaciones no se pueden enmarcar en esta categoría para explicar su acción social colectiva ni mucho menos sus posiciones ideológicas, algunas de las cuales –pese al debate y la confrontación de ideas en escenarios participativos de entrega y toma de la palabra– derivan caen en el mesianismo, el autoritarismo [el mismo que tanto se critica] o el elitismo de izquierda, sin descontar que la mayoría opta por la movilidad social y muy pocos por la revolución.

      e) La confrontación entre estudiantes, asociaciones sindicales educativas, directivos universitarios y Gobierno crea escenarios físicos y simbólicos de amplia participación política, pero también de conflicto y violencia, mediados por discursos excluyentes o de negación del otro.

      f) La presión de sectores medios universitarios sobre el Estado por la modernización educativa no logra finalmente una reforma incluyente y de abajo hacia arriba. Por lo contrario, se impone un modelo educativo modernizador estatal sobre la base de una racionalidad instrumental profesionalizante, esto es, un modelo que privilegia los medios sobre los fines y desconoce valores, afectos y tradiciones en la cultura.

      Cuando se compara el salto educativo de Colombia en los años sesenta y setenta con el de Europa y Estados Unidos, las diferencias son abismales, sobre todo porque en estas naciones se consolidan sistemas de educación superior de cobertura y calidad. Hasta mediados del siglo XX la educación superior en Europa seguía siendo para las élites, pero la cobertura en la década de 1960 promueve un salto generacional sin precedentes y obliga a los Gobiernos a reformar los sistemas de educación. En Estados Unidos, después de la Segunda Guerra Mundial, su sistema educativo se consolida como el mejor del mundo. Debido a este salto cualitativo no sorprende que en los años sesenta se discuta en las universidades norteamericanas el tema de los derechos civiles de la población negra, o que el Mayo francés de 1968 sea el escenario de los acontecimientos más importantes en la historia de la cultura del siglo XX, pero no el único.

      Sin desconocer los otros ámbitos o dimensiones de la revolución cultural de Occidente, en esta investigación se enfatiza en las transformaciones sociales, simbólicas y discursivas que se experimentan en el mundo universitario colombiano. Tales cambios pueden comprenderse relacionándolos con procesos globales e interconectados, no de manera mecánica, sino a través de circuitos y sinuosidades difíciles de rastrear, que son parte de una misma onda revolucionaria cultural que trastoca el orden de cosas hasta la actualidad. Las protestas y movilizaciones estudiantiles que constituyen este movimiento social entre finales de la década del sesenta e inicios de los setenta se pueden comprender y explicar situándolas como parte de un macroacontecimiento denominado Mayo del 68.

      1968: un macroacontecimiento de larga duración

      Los acontecimientos del emblemático año de 1968 no son otra cosa que una revolución de larga duración en las estructuras culturales: el fin del comienzo o la crisis del sueño de la Modernidad, es decir, la pérdida de confianza en que la economía-mundo capitalista y la socialista garantizan las metas de liberación e igualdad para toda la humanidad. Por el contrario, este crucial periodo significa el comienzo de la desestabilización del sistema-mundo ante grandes transformaciones que conducen a una incertidumbre y un miedo permanente sobre el destino del género humano.

      Más allá de la interpretación del corto o largo siglo XX, los acontecimientos de 1968 tienen un impacto profundo en la configuración de la sociedad planetaria. Por ejemplo, el tránsito de una familia nuclear monógama hacia otra en la que el género femenino se libera de ciertos roles y tradiciones patriarcales hasta adquirir identidad y sentido de reivindicación en los movimientos feministas. Las formas del trabajo y de economía, la escuela, los medios de comunicación y los saberes disciplinares modernos también son sacudidos desde sus cimientos. La consecuencia más inmediata sobre la expansión educativa es la aparición de niveles de jerarquía definidos por estándares de calidad educativa según la teoría del capital humano. Esto significa que una educación de calidad, con índices cada vez más crecientes de cobertura, debe incidir en el aumento de la producción económica. De manera que la inversión en educación, con base en controles cada vez más exigentes de eficacia y eficiencia, debe ser directamente proporcional a los retornos económicos en una sociedad con formaciones profesionales útiles y planes de innovación técnicos y tecnológicos para la productividad económica.

      A nivel macro, luego del acontecimiento del 68, el capitalismo entra en etapas episódicas de crisis, pese al auge del neoliberalismo a finales de los ochenta y durante toda la década de los noventa. El Estado sufre una gran transformación, inspirada en los postulados neoconservadores, que lo hunden en cierto escepticismo porque desiste del proyecto de convertirse en el escenario para organizar la sociedad y la economía. La emergencia de un ultraindividualismo viene aparejada con el descrédito generalizado de los partidos políticos y de todo proyecto utópico de carácter reivindicatorio de la humanidad. Carlos Antonio Aguirre Rojas advierte que el mundo después del 68transforma todas las relaciones humanas:


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