1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo

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de los movimientos sociales. Estos temas originan diferentes concepciones y escuelas: la escuela histórica, la psicofuncional, la de movilización de recursos y la de los enfoques identitarios, que a su vez se dividen en clásicos y contemporáneos. La noción de movimiento social no puede desconocer diferentes asuntos planteados por las escuelas citadas.

      La escuela histórica se ocupa de explicar el surgimiento de los movimientos sociales como reacción a la ruptura de los lazos tradicionales de solidaridad comunitaria en sociedades anteriores al capitalismo. Los cambios acelerados desestructuran ese tejido de lazos, por esa razón las personas no se adaptan a los cambios y terminan organizando movimientos y protestas sociales. La corriente psicofuncional insiste en las motivaciones psicológicas de los miembros de los movimientos que participan en estos; otorga gran importancia a la privación relativa de bienes, y además tiene en cuenta la frustración social que se produce cuando las expectativas no se satisfacen o se percibe el desfase entre lo que se tiene y lo que realmente se puede merecer. Por ser esta concepción en exceso individualista, trata de suplir los análisis enfatizando en la crisis de las normas y valores sociales. Al considerar la acción social colectiva como un asunto relacionado con la emotividad de los participantes, su enfoque es limitado en la comprensión de los movimientos sociales.

      Las corrientes teóricas de mayor aceptación para el estudio de los movimientos sociales son la de movilización de los recursos y aquella que se interesa por la creación de la identidad. Dirigida al estudio de las organizaciones, la primera escuela se pregunta por la manera como se utilizan los recursos simbólicos, logísticos y humanos para alcanzar ciertas metas. Al incorporar algunos planteamientos de la llamada ‘estructura de oportunidades políticas’, también se preocupa por el análisis de las condiciones políticas y sociales que permiten la aparición y desarrollo de los movimientos sociales. Este enfoque trasciende el debate sobre la racionalidad o irracionalidad de las acciones colectivas y reconoce el cálculo que los integrantes de los movimientos realizan para controlar sus recursos en pos de obtener sus demandas y la construcción de organizaciones para conseguir apoyo público.

      Por último, el enfoque identitario se dedica al estudio de la conformación de los nuevos movimientos sociales en el marco de la crisis de las sociedades posindustriales, caracterizadas por el fin del Estado benefactor y la pérdida de legitimidad, credibilidad y confianza de los canales de representación política y del mismo Estado. Uno de los principales autores de esta escuela es Alain Touraine, quien considera a los movimientos sociales como interacciones entre actores enfrentados, cada uno con interpretaciones del conflicto y del modelo social que se pretende defender o cuestionar. Las identidades colectivas se ubican en el centro de la reflexión, por lo tanto, la noción de movimiento social deriva hacia una construcción en términos socioculturales. Para el sociólogo francés, todo movimiento se estructura a partir de tres principios articulados: la identidad, referida a la definición del actor mismo y a la cohesión interna que existe en el movimiento social afectado por un mismo problema; la oposición, que alude al conflicto que se desarrolla con el adversario, situación que fortalece el principio de identidad; y la totalidad, tiene que ver con el proyecto social de conjunto del que hace parte un movimiento social y en el que se presenta la disputa por el poder y el control social.

      El giro identitario en el estudio de los movimientos sociales puede ser aprehendido con más facilidad si se piensa en términos de “viejos” y “nuevos” movimientos sociales. La diferencia está en el tipo de demandas que esgrime cada uno. Los nuevos reivindican valores “posmateriales” y sus miembros no pertenecen a una clase claramente identificada; en ellos predomina la diversidad en su composición. Estos nuevos movimientos presentan un grado mayor de individuación y diferenciación, de ahí que la colectividad se vuelva menos duradera. Desde esta corriente interpretativa todo movimiento social se relaciona con un cambio estructural de la política, lo que implica un proceso de aprendizaje de la sociedad civil a partir de la autorreflexión y la autoorganización en la vida cotidiana.

      En el enfoque de la escuela identitaria se piensan los movimientos sociales como una conjunción de relaciones en forma de red. En particular, en los denominados nuevos movimientos se enfatiza la reivindicación en términos de derechos tanto sociales como de reconocimiento y de control del poder político. Esto conduce a una reformulación en la comunicación entre la sociedad y las esferas de poder a partir de la fragmentación de identidades que experimentan los sujetos. De esta forma, el movimiento social contempla la creación de identidades grupales y de lógicas comunitarias alrededor de causas que defiende, que pueden ser globales y a la vez locales. En este proceso, la creación de códigos culturales y de significados alternativos es relevante, pues se gestan los principios de identidad y oposición en la visibilización del poder, generan un control de este. En otros términos, el estudio de los movimientos sociales, además de tener en cuenta las condiciones estructurales, debe fijar su análisis en las ‘negociaciones de sentido’ que configuran los conflictos. Esto es lo que Villafuerte denomina el enfoque cognitivo.

      En la conceptualización de los movimientos sociales, otra variable remite al grado de cohesión de estos. Hay movimientos que se caracterizan por un alto grado de dispersión y aislamiento, mientras que otros se pueden relacionar con experiencias muy organizadas y centralizadas. En el fondo de este asunto está el nexo o no entre los movimientos, las organizaciones sociales y los procesos de institucionalización de la sociedad civil. Respecto a la centralización de los movimientos, se pueden enumerar la fuerza y la coherencia interna que tienen estos para el desarrollo de sus luchas, lo que se traduce en mayor visibilidad pública e igualmente en la posibilidad de tener un impacto social más fuerte. No obstante, se corre el riesgo de que los aparatos organizativos terminen a la larga suplantando al movimiento, burocratizando la lucha social y desmotivando a sus actores.


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