1968: Historia de un acontecimiento. Álvaro Acevedo
son leídas con devoción científica para transformar la realidad, los textos de ficción cobran un interés inusitado por parte de los lectores colombianos: Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato; El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, La vuelta al día en ochenta mundos y Rayuela, de Julio Cortázar; La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, El llano en llamas, de Juan Rulfo; En noviembre llega el arzobispo, de Héctor Rojas Erazo y Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
En la historia cultural la producción, apropiación y circulación de los textos crean representaciones que dan forma al mundo en el que viven los sujetos y grupos sociales42. Si se parte de esta posibilidad para la comprensión cultural, es posible y pertinente preguntar: ¿cuáles son los textos impresos de mayor difusión en Colombia, quiénes los producen, qué representaciones se difunden en la comprensión de la sociedad, de la política, de las regiones, de las localidades, del Estado-nación? No se trata de agotar el análisis de toda la producción escrita entre 1968-1972 en Colombia, pero sí de seleccionar los principales creadores, las ediciones de libros y las publicaciones seriadas más destacadas por su calidad y divulgación cultural que impactan la cultura intelectual del periodo en estudio.
La historia de la cultura intelectual se reconstruye con las representaciones sociales y las prácticas políticas y culturales que gravitan en un marco de normas, de coacciones físicas o simbólicas y de acciones de poder. Tanto las representaciones como las sociabilidades modeladoras de las experiencias intelectuales son el sustrato para el análisis de la historia cultural. Según la relación con el mundo que tienen los creadores de los textos y sus lectores, los juicios intelectuales y las prácticas cotidianas se expresan en las memorias o las publicaciones de libros y de ensayos. Los textos como constructores de sentido recrean visiones en sí mismas y en los propios lectores. Son el resultado de una clasificación, organización, producción técnica y difusión. La lectura de la producción escrita y la creación o recreación de ideologías, conceptos y temas especializados no son para todo público. Suele ocurrir que la recepción de ciertas obras o ensayos trascienda la restringida circulación hasta abrir espacios en el gran público, que incluso algunas producciones lleguen a convertirse en arquetipos más allá del espacio y tiempo de una época, pero lo cierto es que la lectura es más selectiva que abierta, más elitista que popular, menos democrática y más para el saber de los especialistas o el ocio aristocrático.
Recientes investigaciones demuestran que aun cuando la lectura no es para todo público, tampoco es tan restringida como se presupone. En la Europa de los siglos XVI y XVII quienes no saben leer entran en la cultura como oyentes por intermedio de las voces lectoras. En el Siglo de Oro el vulgo constituye el principal mercado tanto para los textos representados en las tablas como para los romances y las coplas. La imprenta también asegura ediciones baratas, traducciones en lenguas vulgares y la difusión de textos clásicos. Entre los siglos XVIII y XIX, con la alfabetización y la diversificación de la producción impresa, se dispersan los modelos de lectura y aparecen varias comunidades de lectores conformadas por niños, mujeres, obreros. En el siglo XX lectores y oyentes establecen relaciones con los diarios de gran tirada, revistas, horóscopos, folletines, canciones de amor43.
En los años sesenta y setenta del siglo XX en Colombia –e incluso en otras épocas– la relación entre lecturas y públicos trasciende el espacio de los especialistas, universitarios o cultores de la palabra escrita. En este caso, interesa el espacio universitario y cultural de la producción de obras y publicaciones seriadas entre 1968 y 1972. Si bien esta producción se enmarca fundamentalmente en el contexto cultural y político de los años sesenta y setenta, el arco de indagación no excluye el análisis retrospectivo o prospectivo. Se trata de encontrar, en una primera fase, los principales tópicos, contenidos y, en general, las representaciones sociales de las obras editadas y publicaciones en serie de la cultura intelectual de estos años en particular, sin excluir el arco de tiempo de los años sesenta y setenta con sus principales protagonistas y creadores de la palabra escrita. Una escritura que se refiere a las motivaciones políticas e ideológicas del contexto social y económico propio de la época y que permite explicar tanto los principios clasificatorios, organizativos y verificables de la producción textual como los más destacados ensayos y las mejores reseñas de las publicaciones seriadas.
El análisis de esta producción se delimita solo al conjunto de la enunciación. Las formas literarias como estructuras narrativas, tropos retóricos o figuras metafóricas no son tema de indagación. ¿Cómo describir y explicar un contexto cultural de escritores, ensayistas y, en especial, de estudiantes universitarios que leen revistas y obras de quienes escriben en las revistas y periódicos circulantes en la Colombia de finales de los sesenta e inicios de los setenta? ¿Cómo nombrar a aquellas personas que escriben en las revistas de la época? ¿Acaso intelectuales? ¿De qué manera se representa la posibilidad de construir una sociedad sin clases sociales, afirmada con fe y convicción en el ámbito universitario de ese momento y amparada en la idea del socialismo y el comunismo? ¿Cómo se expresa e interactúa la protesta universitaria en el régimen bipartidista del Frente Nacional y en una derivación más de la violencia política en Colombia? ¿Qué dicen las escrituras sobre una sociedad que asiste como espectadora o víctima de las confrontaciones por el poder político en Colombia? Por supuesto, dar respuesta a tantas preguntas no es tarea sencilla; se trata de abrir un primer escenario discursivo de análisis para discusiones posteriores.
El intelectual comprometido de la revolución
En una acepción general se puede nombrar como intelectual a quien trabaja con la inteligencia. De manera que quien escribe habitualmente en los impresos de una época realiza un trabajo intelectual. Un profesor o un estudiante también caben en esta definición. Pero una categoría tan general expresa matices y énfasis ideológicos y culturales a lo largo del tiempo44. Más allá de una definición ahistórica y atemporal, es necesario recordar que no hay un modelo de intelectual para todos los espacios y tiempos, sino que es preciso hablar de intelectuales en concreto, tal y como lo sugiere Gramsci a principios del siglo XX.
Al seguir a Norberto Bobbio, se dice que los intelectuales son aquellos sujetos que dedican su existencia al trabajo simbólico y para quienes la transmisión de un mensaje es una ocupación habitual y consciente. Un intelectual también es aquel quien, a través de ciertas formas de saber –sean doctrinas, principios o códigos de conducta–, ejerce cierta influencia en el comportamiento de los demás, estimulando o persuadiendo a los diversos miembros de un grupo o sociedad a realizar una acción. A diferencia del poder económico o político, el poder ideológico, propio del intelectual, se ejercita con la palabra, y en especial a través de signos y símbolos45. La historicidad y la neutralidad conceptual son dos de los aportes de este pensador italiano en la construcción de una definición amplia y operativa para comprender a los intelectuales de finales de los años sesenta e inicios de los setenta.
Dedicado al mundo del saber y de la manipulación de símbolos y signos, el intelectual pertenece a un contexto específico; es producto de sociedades concretas, condición que no puede conducir a afirmar de manera taxativa qué debe hacer un intelectual o cuál es su posición frente al poder. El intelectual puede ser un crítico permanente del poder per se, pero también un sujeto afín a las estructuras del poder. Al partir de una concepción de cultura no solo como acumulación o recepción de saberes, sino como producción, Bobbio define al intelectual como un hombre de cultura, es decir, no simplemente como aquel erudito que ha acumulado una serie de conocimientos, sino como el que, en medio de su contexto, tiene la capacidad de adquirirlos y producirlos.
Otro de los aspectos sobre los que reflexiona Bobbio es la relación de los intelectuales con el poder. En una obra que sintetiza sus postulados sobre el tema, señala cinco posibles posturas que puede asumir el intelectual frente al poder: 1] los intelectuales mismos están en el poder; 2] los intelectuales intentan influir sobre el poder manifestándose desde fuera; 3] los intelectuales no se proponen otra tarea que legitimar el poder; 4] los intelectuales combaten con regularidad al poder, es decir, son por vocación críticos de este; y 5] los intelectuales no pretenden tener relación alguna con el poder, pues consideran que su papel no pertenece a la esfera mundana46.
Esta tipología plantea la existencia de intelectuales puros o apolíticos,