Antequera, su Semana Santa. Agrupación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa de Antequera

Antequera, su Semana Santa - Agrupación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa de Antequera


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por reconocidos especialistas. Mención especial merece el capítulo de los fondos documentales, reflejo de la evolución diacrónica de las corporaciones, de la mano de José Escalante.

      Otro capítulo notable es el dedicado al aspecto sincrónico de la conmemoración secular. Otro notable conjunto de especialistas analizan, día a día, el momento presente de la semana sacra. La obra se cierra con el estudio de la Agrupación de Cofradías, por Juan Campos Rodríguez.

      Estamos ante una obra necesaria, una obra que aborda con éxito la fiesta, en sentido total, más importante de Antequera. Como pregonero de la Semana Santa antequerana y de la Cofradía de los Estudiantes, me siento orgulloso y agradecido por tanto esfuerzo y por los magníficos resultados. No olvidemos que todo P.S.A.

      [3] Aproximación histórica a la Semana Santa de Antequera

      José Escalante Jiménez [Cronista Oficial de la Agrupación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa]

      Introducción

      El Concilio de Trento recomienda la estación de penitencia pública. Además expone los beneficios que se derivan del culto a las imágenes, ya que aquellos que por cualquier causa no entrasen en las iglesias, al encontrarse con las imágenes en la calle, tendrían presente la Pasión de Cristo. Es indiscutible que Trento despertó en el pueblo un gran fervor religioso, influyendo sus doctrinas en la creación de cofradías, imágenes y desfiles procesionales.

      El peso específico de las cofradías crecerá de forma considerable sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVI que es cuando las hermandades penitenciales comienzan a proliferar en todas las ciudades y pueblos de Andalucía, siendo herederas en muchos casos de los antiguos gremios, de cuyo entorno derivarán muchas.

      Las hermandades de Pasión realizarán al principio sus estaciones de penitencia sin tronos ni imágenes.

      Serán las cofradías bajo la advocación de la Vera-Cruz, auspiciadas por los franciscanos, junto a las de la Virgen de la Soledad, las primeras hermandades que darán origen a la Semana Santa. En Andalucía, además se dará un especial desarrollo y contará con una gran devoción el culto a Jesús Nazareno.

      Antequera no será ajena a esta tendencia y seguirá en el patrón general de su entorno, como seguidamente veremos.

      Durante los siglos XVI y XVII, la sociedad antequerana no dejará de sufrir calamidades públicas, epidemias, terremotos, sequías, etc., que provocarán una inseguridad colectiva. Como consecuencia, se crea una angustia continua ante el problema de la muerte y la imposibilidad de comprender, por las estructuras mentales propias del ser humano, el problema del tránsito de la muerte.

      Las cofradías, y más concretamente sus sagradas imágenes titulares, se erigirán en elementos garantizadores que tranquilicen este temor existencial. Este factor será determinante para comprender la evolución que sufrirán las cofradías durante los siglos posteriores.

      Una de las facetas más representativas de las cofradías de pasión antequeranas de este período la constituye su vertiente asistencial hacia los hermanos, bien socorriéndolos en sus enfermedades, bien afrontando entre todos los costos económicos de los actos funerarios: entierros y exequias.

      En las hermandades estaban, por lo general, perfectamente delimitadas las funciones asistenciales a sus miembros. En caso de enfermedad, había unos hermanos encargados de auxiliar al cofrade enfermo cuidando de que fuera visitado por el médico, y de ayudarlo económicamente durante su convalecencia. Con ello, las hermandades van a cubrir esta importante faceta social.

      Asimismo, la cofradía se ocupará de proporcionar al sujeto todos los efectos materiales relacionados con el sepelio, como la camilla para el transporte del cadáver, a modo de catafalco, la mortaja con la túnica penitencial, el féretro, etc. La garantía del sepelio en la bóveda o cripta de la capilla propia de la hermandad, todos la tenían, estableciéndose un paralelismo ideológico entre la permanencia temporal del cuerpo junto al titular de la cofradía y la idea de la permanencia del alma junto a ser divino, representado por la imagen plástica. Pero, sobre todo, la hermandad le proporcionaba la cera. La cera tiene una importancia vital dentro de la hermandad. No olvidemos que la liturgia católica la considera símbolo de la vida que se extingue en honor de Dios prefigurando la vida eterna. Las cofradías la adquieren, la labran y la guardan como si de un auténtico tesoro se tratara. La cera es quemada en los sepelios y, sobre todo, en los cultos internos de las hermandades en cantidades realmente increíbles, y por supuesto, en el acto más importante y vital que toda hermandad tiene, su desfile procesional.

      El pleno desarrollo de las hermandades penitenciales lo tendremos en los siglos XVII y XVIII. Durante este período se establecerá el modelo que pervivirá hasta nuestros días.

      El cambio de mentalidad en el hombre y en su gusto estilístico será fundamental para concretizar la esencia de las hermandades y cofradías. Durante estos dos siglos se fundarán prácticamente todas las hermandades que configuran nuestra Semana Santa.

      No podemos dejar nuestro breve paso por el siglo XVII sin hacer un alto y fijarnos, aunque sea de pasada, en uno de los más interesantes personajes de la Málaga de esta época y, por ende de Antequera: se trata de fray Alonso de Santo Tomás. Este controvertido obispo dictó una serie de normas encauzadas a reestructurar las formas y modos de las cofradías, especialmente de las penitenciales. El principio básico que inspira las disposiciones cofrades de este obispo, del que se dice fue hijo natural de Felipe IV, es 1a obligatoriedad de que las autoridades eclesiásticas, obispos, vicarios, párrocos, vigilen y supervisen anualmente la vida de la hermandades, en lo que respecta a las procesiones de Semana Santa, que tenían y tienen como centro el Misterio de la Pasión de Cristo. Tras hacer un retrato desalentador y poco edificante, dicta un serie de normas que pretendían acabar con los abusos más escandalosos, tales como la prohibición de procesiones nocturnas, obligatoriedad de que los penitentes lleven túnicas sencillas, sin bordados ni alhajas, o el llamamiento a las autoridades municipales y reales para que mantuvieran el orden en las calles durante el tiempo de la estación penitencial.

      Eran frecuentes los altercados entre hermanos de distintas cofradías. En Antequera tuvieron tradición, y trascendieron del ámbito local los que se protagonizaban los Viernes Santo, por la mañana entre las Cofradías de Arriba y Abajo, y por la tarde entre la Soledad y el Santo Crucifijo. También prohibían comer y beber dentro y fuera de las iglesias, antes o después de las procesiones, pues existía la costumbre de agasajar a los hermanos de los tronos y a los penitentes, antes, durante y después de la estación penitencial, con abundante comida y bebida.

      Como pueden ver, las cosas no han evolucionado tanto en su cuestión formal como nos podría parecer.

      Bula a la cofradía de la Sangre, concediendo los mismos privilegios y derechos que tiene la capilla de San Juan de Letrán. (Siglo XVI). Pergamino. Detalle

      Del análisis pormenorizado de estas disposiciones, se deduce que el modelo de Semana Santa que Fray Alonso deseaba para su diócesis entraba en abierta contradicción con la especial y festiva manera de entender la religión en Andalucía. Por ello, toda esta estricta normativa sufrirá la misma suerte que sufrieron las anteriores disposiciones desde el obispo Blanco Salcedo en 1571, no teniendo el calado y aceptación que debieran por parte del mundo cofrade.

      Las hermandades continuarán con su ancestral idiosincrasia protegidas y auspiciadas por un clero regular temeroso de perder sus privilegios y buenos ingresos de estas corporaciones y de una nobleza preocupadísima en conseguir el perdón de sus pecados y la salvación de su alma, a través de los legados y suntuosas donaciones a las hermandades, con el consiguiente prestigio social que suponían estas circunstancias.

      Será con la llegada de la ilustración cuando las autoridades, tanto eclesiásticas como gubernamentales, tratarán de una forma tajante de reorganizar y encausar a las hermandades y cofradías. Así, tenemos cómo el obispo Bartolomé Espejo Cisneros promulga un decreto en 1703 con el que pretende encaminar a las cofradías


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