Antequera, su Semana Santa. Agrupación de Hermandades y Cofradías de Semana Santa de Antequera
las imágenes de los cristos lleven pelo natural, los bordados de las túnicas, las coronas, potencias u otros adornos de plata, las ostentosas cruces de plata y carey de los nazarenos y las ricas y elaboradas sayas de las vírgenes. En definitiva, Bartolomé Espejo simplemente se entretuvo en refrescar la memoria a los cofrades y recopilar toda la legislación que hasta sus días había dictado la diócesis de Málaga al respecto. El resultado y la suerte que sufrió, en términos generales, fue la misma que la de sus antecesores: no pudo aplicar en toda su esencia la Ley. Las cofradías continuaban desafiantes y ajenas a la nueva realidad.
No sufrirán mejor suerte los ministros de Carlos III, el conde de Aranda y Campomanes, al intentar fiscalizar las numerosas cofradías y hermandades, reformar sus reglas y dedicar sus ingresos a obras de caridad. La lucha contra esta importantísima forma de religiosidad popular solo consiguió que el pueblo se alborotase ante la noticia y la total indiferencia por parte de las órdenes religiosas y, por supuesto, de las cofradías.
El principal ejecutor de estas normas en Andalucía fue su gobernador general Juan Pablo de Olavide, uno de los más acérrimos defensores de la ilustración en España, que como recompensa a su labor solo consiguió que la Inquisición de Sevilla le incoara un proceso sumario que le obligó a huir de España y refugiarse en Francia Es perdonado por Carlos IV y regresa a España, muriendo en 1803 en Baeza. La única consecuencia de este intento reformador fue que algunas cofradías dejaran momentáneamente de hacer estación penitencial y que otras crearan las denominadas bolsas de caridad.
En su intento de racionalizar la religión y sus manifestaciones, los mandatarios tanto civiles como religiosos se dejaron llevar por la imprudencia y no supieron captar la profundidad del arraigo que estas devociones tienen en el corazón del pueblo, sobre todo en nuestra tierra.
Definitivamente, las hermandades entraron ya en el siglo XIX agotadas y exhaustas por las constantes normativas que contra ellas se dictaron. Hecho decisivo fue también la guerra de la Independencia Española, en la que los franceses saquearon su patrimonio mueble y documental. Como consecuencia de la ocupación, los conventos de religiosos son clausurados y las cofradías, disueltas. Este hecho inició el total proceso de disgregación de las hermandades, provocando la ruina económica en la mayoría de ellas.
Derrumbe económico y anquilosamiento de la vida y actividades internas de las cofradías van estrechamente unidos. Las hermandades de Pasión cubrieron penosamente sus gastos normales de mantenimiento y paralizaron cualquier otra empresa que se saliese de lo común. Los desfiles procesionales en Antequera se verán reducidos a Jueves y Viernes Santo, con las Cofradías de la Sangre, Paz y Socorro y, esporádicamente, algún Sábado Santo lo solía hacer la Soledad. No obstante, el resto de las hermandades penitenciales continuaron organizando sus cultos internos. En cuanto a las de Gloria, prácticamente dejaran de existir, salvo las Cofradías del Rosario y de Nuestra Señora de los Remedios.
La tradicional vinculación entre las cofradías de pasión y las órdenes religiosas masculinas, que habían permitido el nacimiento de muchas hermandades y su asentamiento dentro de las iglesias de sus conventos o monasterios, va a ser bruscamente interrumpida por dos medidas de los primeros gobiernos liberales a partir de 1835. Se trata de la exclaustración y la desamortización, promovidas por el ministro de hacienda Juan Álvarez Mendizábal. En Antequera, estas medidas afectaron profundamente a las ya heridas hermandades. Muchas desaparecerán, como son el caso, refiriéndonos solo a las de Pasión, de la Cofradía de las Penas, la de la Humildad, Lágrimas de San Pedro, Clérigos de Menores, Santo Crucifijo, la Congregación del Santísimo Cristo del Mayor Dolor, la silla capitular de la Vera Cruz del Colegio de Santa María de Jesús, la del Consuelo, la de la Misericordia, etc. Sobrevivirán la de Jesús y María, que con el paso del tiempo y a finales del siglo XIX se transformará en la actual Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud y de las Aguas, la de los Dolores, aunque esta desaparecerá prácticamente a finales de siglo, resurgiendo posteriormente, la de la Sangre, que realizará esporádicas salidas procesionales durante los últimos años del siglo XIX y principios del XX, protegida por el marqués de Cauche, y también se salvarán la de la Paz, Soledad y Socorro.
El siglo XIX supone para las cofradías el fin y el inicio de una nueva andadura, el fin de los conceptos del antiguo régimen, en los que estaban imbuidos, y el resurgimiento de una nueva forma de afrontar el camino, aunque manteniendo las formas barrocas del exorno externo.
Las hermandades abandonan su asistencia en la actividad funeraria al prohibirse los enterramientos dentro de las iglesias, y con ello pierden una de sus más importantes formas de recaudar fondos, y resurge el carácter original, procesional y penitencial.
Durante el siglo XX, muy lentamente, las hermandades volverán a tomar parte activa en nuestra sociedad. En el caso antequerano, las hermandades se verán profundamente beneficiadas por los intereses de una clase política preocupada por la explotación turística, como medio de desarrollo económico, lo que influirá de forma contundente en la reconstrucción de las distintas hermandades y todo el exorno barroco, a fin de reconstruir los desfiles, y vender el “espectáculo” como un producto típico de la ciudad, que atraiga al visitante. Se trata de un fenómeno complicado, pero realmente interesante por las repercusiones que tendrá a largo plazo en la sociedad antequerana.
Las cofradías en Antequera
Las cofradías son las instituciones más características del entorno urbano andaluz desde la Edad Moderna, como hemos ya resaltado, habiendo sabido sobrevivir a los avatares del tiempo, guerras, medidas políticas e implacables intentos de control por parte de la iglesia, que no han conseguido doblegar su espíritu, y están plantando cara al siglo XXI, con la misma fuerza y entusiasmo que en sus orígenes.
Las hermandades son unas instituciones fundamentales dentro de la sociedad en la Edad Moderna, al cubrir una importante labor de carácter social. No podemos olvidar su actividad y funciones asistenciales para con sus hermanos, así como en los aspectos funerarios, elementos determinantes que les confiere ese especial carisma.
Prueba irrefutable de la importancia que las hermandades y cofradías llegan a adquirir en nuestra sociedad es el importante número de ellas que llegan a constituirse, como vemos seguidamente:
Portadilla en libro de Hacienda de la cofradía de Nuestra Señora del Socorro. Dibujo a tinta y lápiz sobre papel, de estilo muy ingenuo representa la insignia de la Santa Cruz de Jerusalén inserta en un cielo pleno de ángeles y serafines, a ambos lados armadillas y en primer término 3 niños ataviados de ángeles portando una pértiga y faroles, precedidos de un campanillero de lujo. Siglo XVIII
Cofradías Sacramentales
Cofradía del Santísimo Sacramento de la parroquia de Santa María, 1517.
Cofradía del Santísimo Sacramento de la parroquia de San Sebastián, 1635.
Cofradía del Santísimo Sacramento de la parroquia de San Pedro, 1567.
Cofradía del Santísimo Sacramento de la parroquia de San Salvador, 1617.
Cofradía del Santísimo Sacramento de la parroquia de San Juan, 1550.
Cofradía del Santísimo Sacramento de la parroquia de San Isidoro, ¿?
Cofradía del Santísimo Sacramento de San Francisco. s. XVII.
Cofradías de Ánimas
Cofradía de las Ánimas Viejas de la parroquia de San Sebastián, 1530.
Cofradía de las Ánimas de la parroquia de San Sebastián, 1653.
Cofradía de las Ánimas de la parroquia de San Pedro, 1657.
Cofradía de las Ánimas de la parroquia de San Juan, 1675.
Cofradía de las Ánimas de la parroquia de San Isidoro, ¿?
Cofradía de las Ánimas de la parroquia de Santa María, 1705.
Cofradías del Rosario
Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, 1580? (Hospital Caridad-Santo Domingo)