Sociedad, cultura y esfera civil. Liliana Martínez Pérez

Sociedad, cultura y esfera civil - Liliana Martínez Pérez


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multidimensional de la sociedad.

      Hacia la mitad de los ochenta, cuando el programa fuerte en sociología cultural daba sus primeros pasos, la sociología estaba relativamente sorda respecto de la cultura. Para dar cuenta de los poderosos efectos de la cultura en la vida social, los fundadores del programa fuerte recurrieron eclécticamente a un amplio espectro de autores y sus marcos de interpretación de la cultura. Ferdinand de Saussure, Roland Barthes, Umberto Eco, Clifford Geertz, Mary Douglas, Marshall Sahlins, James Clifford, Victor Turner, Hayden White, Peter Brooks, Kenneth Burke, Fredric Jameson y Paul Ricœur, fueron algunos de los autores que inspiraron a esa primera generación de sociólogos culturales en la Universidad de California de Los Ángeles (UCLA).

      El programa fuerte tuvo en primera instancia un foco marcadamente estructural. Recurriendo sobre todo a la semiótica y a la lingüística estructural, estos sociólogos reconocieron que las estructuras que articulan la cultura siguen una lógica autónoma de la cual específicamente es necesario dar cuenta. Estructuras como los códigos y las narrativas, por lo tanto, conformaron la preocupación central en los estudios producidos en esa etapa. Como más tarde se argumentaba, tales estructuras

      […] constituyen la base de los entendimientos compartidos que definen las realidades ontológicas y epistemológicas de una comunidad y sus confines morales, y proveen un anclaje mítico para sus actividades. Operan como un modelo pragmático para organizar la información existente y para asimilar nuevas experiencias con respecto a formas posibles de ver y de actuar. (Smith, 2005, p. 14).

      Los códigos binarios en particular constituyen sistemas clasificatorios mediante los que las sociedades distinguen entre lo puro y lo impuro, entre lo legítimo y lo ilegítimo; en tanto que las narrativas ayudan a organizar el sentido del flujo de la acción enmarcando en tramas a actores y eventos y asignando responsabilidad moral, causalidad y agencia.

      Desde sus inicios, el programa fuerte en sociología cultural se comprometió a una descripción densa de la realidad social enmarcando “múltiples líneas de datos en un orden pautado”; reconoció que, tomados por separado, no dicen mucho. Sin embargo, “cuando alineamos citas directas sacadas de intervenciones de la esfera pública tan diferentes como discursos, editoriales o cartas, con datos de encuestas y acciones”, es posible revelar la influencia de las estructuras culturales en la sociedad (Smith, 2005, p. 37). No obstante, incluso aproximándose a la vida social como texto, el programa fuerte practicó una hermenéutica estructural que no cedió a la complacencia con la que tradicionalmente esta se ha enfocado sobre lo situacional y lo históricamente específico. Más bien, desde sus albores el programa fuerte intentó identificar el impacto sistemático que ciertas estructuras culturales han tenido a lo largo del tiempo y a través de contextos diferentes.

      El concepto de cultura del programa fuerte en sociología cultural adquirirá una cristalización específica en la noción de esfera civil (Hess, 2009). A partir de una lectura crítica del concepto de comunidad societal de Parsons,2 Alexander (2006) construye el de esfera civil como un espacio que se rige por la lógica del sentimiento de pertenencia y solidaridad. Un campo intermedio de subjetividad y moralidad distinto del mercado y del poder, pero que, a diferencia de Parsons, no resulta en una esfera abstracta de reglas y normas, sino en otra de narrativas y símbolos que se ponen en marcha en la interacción, las relaciones y en las instituciones en momentos y tiempos concretos. Esto se construye a partir de relatos y formas de explicarnos el mundo que expresan cómo damos cuenta de la producción de lo social. Por esta razón, para Alexander, el grado de pertenencia y solidaridad está dado por los códigos culturales profundos que se expresan en las instituciones comunicativas —medios de comunicación, encuestas, discursos de la sociedad civil— y reguladoras —partidos políticos, elecciones, cargos públicos, sistema de justicia— de la esfera civil. En ellas se expresa la solidaridad en la cual los derechos colectivos y las obligaciones se encarnan de acuerdo a la propia normativa y lógica moral de la esfera civil. De este modo, la esfera civil es analíticamente independiente, empíricamente diferenciada y moralmente más universal que el Estado y el mercado.3

      Esta definición permite a Alexander (2006) alejarse del tradicional concepto de sociedad civil, que desde su parecer tiene dos limitaciones. La primera, que se encuentra anclado en las formas de organización social fuera del Estado, en particular en los mercados capitalistas y sus instituciones: asociaciones y organizaciones públicas y privadas, y formas cooperativas de relaciones que crean vínculos de confianza. Y, la segunda, que la sociedad civil se entiende regularmente como la mera expresión de los intereses individuales particulares que definen el campo político de la lucha democrática; mientras que la idea de esfera civil apunta, por el contrario, a subrayar los lazos de solidaridad más allá de los acuerdos políticos y los contratos del mercado.4 La esfera civil es el espacio donde se pueden apreciar las “estructuras del sentimiento”, “los hábitos del corazón” y los mundos de sentido moral que dan cuenta de la vida social en su conjunto.5

      De esta forma, es importante prestar atención a los sentimientos compartidos y a los símbolos comunes que dan cuerpo a lo que piensa la gente. Desde esta perspectiva, los grupos establecen sus conflictos y acuerdos mediante normas y códigos culturales, así como estructuras normativas de interpretación que proveen un medio de comunicación entre ellos. Esto significa que las metas y acciones que se consideran meras estrategias pasan por un marco de códigos culturales compartidos. Por ejemplo, desde este posicionamiento el poder debe ser entendido como un medio de comunicación y no solo como la meta de una acción interesada o un medio de coerción; es más bien un código simbólico y no un mero referente material.

      Si la acción es simbólica, entonces se mueve dentro de las tensiones de la organización binaria propia de la clasificación simbólica (Arteaga y Arzuaga, 2016). Para Alexander (2006), la narrativa binaria se construye en tres esferas que clasifican la acción. La primera corresponde a la esfera de los motivos y en esta se tipifica, por ejemplo, si las inspiraciones que están detrás de los actores derivan de un proceso libre y autónomo, o son el resultado de fuerzas que los controlan y manipulan. En la esfera de las relaciones, por otra parte, se categoriza el tipo de vínculos que construyen los actores, definiendo en qué medida son abiertas, críticas y francas, o cerradas, discrecionales y estratégicas. En tanto que en la esfera de las instituciones se clasifica el espacio donde los actores se encuentran inscritos: si están regulados por reglas y normas, si son incluyentes e impersonales, o si predomina el uso discrecional del poder, las lógicas de exclusión y las relaciones personales.6 De este modo la esfera civil opera dentro del medio cultural que define un espacio moral donde se cristalizan los valores sobre lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, lo que merece ser incluido y excluido, o quién es amigo o enemigo.7 Así, la esfera civil es un emplazamiento organizado de patrones simbólicos que los actores comprenden e interpretan de manera diferencial.

      Después de abordar las estructuras culturales como horizontes morales que moldean la acción, el programa fuerte en sociología cultural dirigió su atención —alrededor de los años noventa— hacia los contextos pragmáticos en los cuales eso ocurre. En consecuencia, el ritual se constituyó en el centro de su agenda analítica. De hecho, es a través del ritual que las estructuras culturales adquieren eficacia, y es por su medio que la vida social se escapa de su determinación. Siguiendo la pista de Victor Turner, particularmente en su transición analítica del ritual al teatro, así como del trabajo temprano de Wagner-Pacifici (1986), el programa fuerte empezó a reconocer el papel de los dramas en la vida social. Ya para comienzos de los años dos mil, esa transición se había consolidado en lo que después se llamaría el giro performativo en la sociología cultural. Este último integró tanto la teoría del performance cultural de Alexander como los elementos estructurales y pragmáticos que habían constituido el foco del análisis del programa fuerte en la década inmediatamente previa.

      Desde entonces, cada instancia de la vida social fue abordada por los investigadores del programa fuerte como un performance cultural en el que las estructuras sociales y culturales, por un lado y, la acción, por el otro, se articularían para coordinar a los participantes en cada proceso de interacción en torno a un horizonte común de interpretación y cursos específicos de acción. Cuando esos elementos se fusionan, el performance alcanza


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