Sociedad, cultura y esfera civil. Liliana Martínez Pérez

Sociedad, cultura y esfera civil - Liliana Martínez Pérez


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tácitas que los constituyen y que los regulan. Por otro lado, los teóricos de los sistemas complejos nos han alentado a llevar a cabo intervenciones y experimentos sociales para entender mejor las dinámicas del sistema. No obstante, para realizar este tipo de intervenciones, los sociólogos culturales tendrán que estar dispuestos a salir de los salones universitarios, entablar nuevas interlocuciones con las agencias del Estado, las organizaciones económicas y las organizaciones de la sociedad civil, profundizar su presencia entre ellas y cultivar en ellas nuevas capacidades analíticas hasta el punto de transformarlas en fuentes de investigación de frontera en sociología cultural. Para los economistas, este horizonte no es sorprendente. En la actualidad, la investigación de punta en finanzas tiene lugar tanto en los bancos de inversión de Londres y Wall Street como en las universidades, así como la economía monetaria de punta se concreta en los bancos centrales y en la academia.

      En conclusión, una sociología cultural que aspira a influir sobre la sociedad parece necesitar de un conocimiento más fino y más cercano a las dinámicas sociales y organizacionales que examina, conocimiento que a su vez parece estar disponible solo a través de un giro en la sociología cultural hacia una epistemología sustentada en la intervención.

      Hacia un giro latinoamericano

      Después de tres décadas, la sociología cultural está llamada a lidiar de manera mucho más directa con el fenómeno de la diferencia cultural; tiene que poder ofrecer conocimiento relevante, influir sobre la dinámica social, y ser capaz de desarrollar un ethos y una epistemología con un fuerte componente de intervención social.

      Estos tres frentes alinean la frontera actual de la sociología cultural, no solo con un aspecto relevante de la experiencia cotidiana latinoamericana y de la identidad histórica de sus habitantes, es decir, la experiencia de la diferencia cultural, sino también con las sensibilidades y las identidades intelectuales que han caracterizado el pensamiento social latinoamericano tanto en las décadas pasadas como más recientemente.

      Tradicionalmente, los pensadores latinoamericanos se han distinguido por su aspiración a incidir en procesos sociales reales y por su disponibilidad a intervenir directamente en la sociedad participando en experimentos sociales concretos. La representación social que, por ejemplo, algunos científicos sociales de Estados Unidos y Europa tienen de América Latina, es que las ciencias sociales latinoamericanas son disciplinas profundamente comprometidas con su entorno social y político. Paulo Freire, Augusto Boal, Pablo González Casanova u Orlando Fals Borda —por citar algunos nombres— ofrecen un ejemplo típico en ese sentido.

      En particular, en las últimas dos décadas, un creciente número de voces críticas a lo largo de América Latina se ha pronunciado en contra de las prácticas de investigación social que parecerían, se argumenta, anteponer la pasión política a la evidencia empírica y el rigor analítico. Estos críticos han venido invocando unas ciencias sociales más empíricas, menos interesadas en ofrecer lecturas generalizadas de los sistemas sociales, y más centradas en vislumbrar nuevas tierras prometidas hacia las cuales las sociedades latinoamericanas deberían transitar. Su propuesta es la de explorar estrategias que permitan analizar la mecánica fina de los procesos sociales en pro de una identificación de senderos viables para la solución de los problemas sociales. Imaginando a los investigadores sociales más como expertos y técnicos y menos como profetas, esta vertiente del pensamiento latinoamericano no ha abandonado la aspiración de incidir sobre la realidad social que la rodea. Lo que ha cambiado es el foco de su influencia, ya no sobre la elaboración de grandes plataformas políticas capaces de convocar de manera masiva a sus conciudadanos, sino sobre el diseño y la puesta en marcha de dispositivos de intervención más acotados capaces de incidir, por ejemplo, en las políticas públicas o dinámicas específicas de mercado.

      La tensión entre estas dos maneras de entender la investigación social caracteriza el lugar en el que se encuentra hoy el pensamiento social latinoamericano. Lograr una síntesis que lleve a recoger lo positivo que puede haber en cada una de estas dos sensibilidades permitirá avanzar en la elaboración de formas de conocimiento social capaces de contribuir a la construcción de pisos comunes entre actores diferentes en nuestro continente. Avanzar en la integración entre actores en conflicto.

      La frontera actual de la sociología cultural parece exigir al programa fuerte mayor performatividad en la vida social. Al mismo tiempo, el contexto internacional en el que se mueve parece obligarlo a profundizar aún más su énfasis en lo empírico mediante la adopción de un espectro más amplio de metodologías de análisis de datos cualitativos, tanto de corte interpretativo como computacional: un lugar muy cercano al que hoy transita el pensamiento social latinoamericano. Pensar y pilotear nuevas síntesis hacia las cuales quisiéramos dirigir la teoría social en nuestro continente podría tener efectos relevantes en la trayectoria global del programa fuerte en sociología cultural durante las próximas dos décadas.

      En la actual frontera de la sociología cultural hay espacio para una voz latinoamericana. Invocando la articulación de una agenda latinoamericana de investigación en sociología cultural, no buscamos vislumbrar una vez más el establecimiento de la enésima franquicia regional de un paradigma con proyección global, cuya gramática queda irremediablemente diseñada para otro contexto. Dados los desafíos que la sociología cultural actualmente enfrenta, hay márgenes para un giro latinoamericano en la trayectoria global del programa fuerte. Toca a nosotros imaginarlo y dar pasos en esa dirección para realizarlo.

      Un primer paso hacia la realización de una agenda

      En este libro reunimos una primera ronda de contribuciones al programa fuerte en sociología cultural por parte de autores latinoamericanos con casos empíricos que se refieren a la realidad social mexicana, colombiana, cubana y ecuatoriana.8 Lo hemos imaginado como una primera etapa hacia la materialización de la agenda arriba mencionada en la que se abordará la diferencia cultural en procesos sociales específicos donde se traslapan y combinan narrativas, discursos e imágenes. Se analizan estos procesos en cuatro esferas de la vida social latinoamericana que a nuestro entender resultan centrales: el Estado, los medios de comunicación, la educación superior, y la acción de la vida cotidiana en el barrio, la comunidad religiosa o en escenarios de inseguridad.

      Buscamos mostrar en este libro la ductilidad del programa fuerte en sociología cultural como lente analítico capaz de iluminar aspectos relevantes de fenómenos sociales muy diferentes a través de un amplio abanico de espacios institucionales. A eso se debe la variedad de los casos aquí incluidos. Por otro lado, consideramos que este aspecto es una de las razones por las que dicho lente se vuelve relevante para dar cuenta de las múltiples formas, canales y espacios mediante los cuales la cultura influye sobre la realidad social de nuestras sociedades latinoamericanas y no porque los temas y problemas de estudio incluidos en relación con México, Colombia, Cuba y Ecuador se repitan exactamente de la misma forma en otras partes de la región.

      Respecto a la esfera del Estado se presentan sobre el caso mexicano los textos de Javier Arzuaga y Nelson Arteaga, y el de Javier Vázquez. El primero, “Batallas simbólicas del Estado en México: la disputa por el Zócalo y la ceremonia del Grito de Independencia”, analiza las narrativas en disputa entre el gobierno federal y el sindicato independiente de maestros en torno a la ocupación del Zócalo de la Ciudad de México con las que se exigía frenar la reforma educativa que impulsaba, en ese momento, el gobierno de la república. Arzuaga y Arteaga examinan cómo la toma del Zócalo fue relevante por tratarse del centro político nacional y de un espacio estratégico simbólico para plantear demandas políticas y sociales. La lucha contra la reforma educativa adquirió el carácter de una pugna por ese centro simbólico que terminó con el desalojo violento de los sindicalistas y con la ocupación inmediata por militantes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) cuando la fecha de la celebración de la independencia se acercaba. Se analiza cómo el conflicto fue decodificado por los medios de comunicación y la definición que estos hicieron de un campo de batalla simbólico en torno al conflicto, así como la importancia que adquirió en términos tanto del estatus del Grito de Independencia como performance, como para el proyecto político de restauración autoritaria que impulsó el gobierno de Enrique Peña Nieto.


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