Tabú. El juego prohibido. Nicolás Horacio Manzur

Tabú. El juego prohibido - Nicolás Horacio Manzur


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sé… La verdad es que ya no sé lo que siento. La amaba.

      —Nah, el amor está sobreevaluado. ¿Cuántos años tenés?

      —Veintitrés.

      —¡Toda una vida por delante! —exclamé levantando los brazos—. Creeme, vas a pasarla mejor sin ella. Yo te voy a ayudar.

      —A ver, ¿cómo?

      Me levanté. Señalé con la cabeza la pista de baile.

      —Bailemos un rato —dije guiñándole un ojo.

      Titubeó y concentró su mirada en la botella de cerveza.

      —Creo que voy a ir a casa.

      —¿Para qué? ¿Te vas a tirar en la cama?, ¿a ponerte a llorar? Ay, dale chabón. No tenés que darle el gusto. —Tomé aire y moví la cabeza, logrando que las ondas de mi pelo cayeran sobre mi frente, otra de mis armas—. Mirá, me gustás. Aparte, me dedico a esto. Todas las noches vengo a buscar un corazón roto para sacarlo de un fondo depresivo. Es un acto de beneficencia…

      Lo veía un poco asustado. Probablemente sentía cosas que reprimía. No iba a darme por vencido. Lo sacaría del armario y, de paso, me lo llevaría a la cama.

      —Solo un rato —respondió al fin.

      Al igual que Julián, tomó de un sorbo de lo que quedaba en la botella y se levantó. De fondo sonaba una versión remixada de Call me maybe de Carly Rae Jepsen, o como me gustaba llamarla: Carly Call me maybe. Porque, ¿quién se acuerda de un apellido tan raro?

      Lo arrastré de la mano hasta la pista. ¡Pobrecito! Su mano transpiraba, así que le acaricie la palma con un dedo para hacerlo sentir un poco mejor.

      Bailamos durante horas. Poco a poco fue liberando su verdadero yo, aunque las cervezas que pagué también ayudaron a desinhibirlo. Yo no tomé demasiado, quería estar lúcido cuando llegara el gran momento.

      Damián alzó las manos y dio pequeños saltos. Sonreía y mantenía los ojos cerrados. Rodeé su cintura con mis brazos. Lo acerqué. Se sorprendió un poco y puso resistencia por pocos segundos, pero bajó las barreras y se dejó arrastrar por mis deseos.

      Lo miré profundo, esbocé una sonrisa para transmitirle que estaba bien lo que hacía. Acaricié su pelo rubio bajando mi mano hacia su rostro hasta terminar rozando sus labios con el dedo índice.

      Luego, lo besé.

      Damián tenía los labios tensos, aunque fue cediendo hasta colocar sus manos sobre mi espalda. La acarició a medida que yo mordía su boca. Cada beso que le daba trataba de que fuera único. Me gustaba concentrarme mucho en la persona que tenía al frente de mí. Quería ser recordado como el primer hombre de su vida.

      —Guau…

      —Lo sé —contesté riendo.

      Terminamos en su departamento. Un monoambiente simple pero bien decorado en negro, blanco y rojo. Damián, apoyado en la puerta, nervioso y un poco somnoliento.

      —¿Estás seguro de que querés esto? No me ofendo si…

      —No, no —me interrumpió—. Estoy seguro.

      —Pero, recién saliste del armario. Tal vez deberíamos esperar a que tengas más experiencia.

      Damián me tomó de la cintura, me llevó hacia la pared y me besó con pasión, comiendo mi boca como un salvaje, mordiendo mi labio inferior. No tardó en desabotonar mi camisa y sacármela.

      —Se ve que entrenás. —Recorría mi cuerpo con las yemas de los dedos —. Mejor apago la luz.

      Yo le demostraría que no importaba nada. Le devolvería la confianza perdida.

      Lo tomé del centro de la camisa y lo atraje hacia mí. Lentamente fui desabotonándola hasta abrirla por completo.

      —Me gusta.

      Damián sonrió. Nos volvimos a besar y caminamos hacia la cama.

***

      El celular me despertó. Era Julián.

      —¿Qué pasa? —pregunté refunfuñando, con la voz ronca.

      —¿Noche exitosa?

      —Sí. —Damián dormía como un bebé.

      —Bueno, decime dónde estás que paso a buscarte.

      Le pasé mi ubicación por WhatsApp mientras me vestía. Cuando corté, Damián se despertó.

      —Fue una hermosa noche —dijo.

      Me limité a sonreír. Me puse la camisa y busqué mis zapatos.

      —¿Nos vamos a ver de nuevo?

      —Si el destino lo quiere…

      No era la respuesta que él esperaba, pero tenía que cortar esto de raíz.

      Me senté en la cama y le acaricié la mano.

      —Escuchame. Sos nuevo en esto así que no espero que lo entiendas. Nuestro mundo está plagado de hombres como yo. La única diferencia es que yo ayudo, en vez de gozar a costa de los sentimientos de otro, ¿entendés? —Damián asintió—. Necesitabas dejar que la mariposa en tu interior explote, ser vos mismo. Yo solo te ayudé. Ahora vas a tener que seguir el camino solo.

      —Pero, no sé qué hacer.

      —Entrá a Google. Ahí vas a encontrar todas las respuestas. —Damián se rio y miró el piso. Puse el dedo en su mentón, para obligarlo a devolverme la mirada—. Buscá boliches gais y explorá.

      —Sos muy lindo. Ojalá consiga a alguien como vos.

      —No creo —contesté riendo—, soy único. Pero a alguien remotamente parecido puede ser que encuentres. Ese hombre va a tener suerte de tenerte a su lado.

      —¿En serio lo decís?

      —Claro.

      Sonreímos y nos besamos por última vez.

      Salí del edificio. Amanecía. Me agradaba ver el sol asomarse, escuchar los pájaros cantar. Era cursi, lo sabía, pero me gustaba y no me daba vergüenza admitirlo.

      Un auto frenó de forma abrupta. La puerta del acompañante se abrió.

      —Vamos a desayunar algo, estrellita de Hollywood.

      Me subí y abrí la ventana. Quería disfrutar del viento veraniego con los ojos cerrados. Me sentía muy bien.

      CAPÍTULO 2

      Leandro

      El domingo fue de descanso. Invité a Julián a la quinta de mis padres a pasar el día. Tomamos sol, nadamos en la pileta y nos deleitamos con el rico asado que había preparado papá. Por la tarde anduvimos a caballo, bordeamos el country que se encontraba al lado de la quinta.

      —Tengo pensado hablar con mamá hoy mismo —dijo Julián.

      —¿Seguro? Según me contaste, no te fue nada bien la vez anterior.

      —Es que ella tenía muchos problemas en la cabeza. Sabés que me tiene que mantener. Además, todavía sigue pagando sus deudas.

      —¿Por qué no dejás que te ayude?

      —Mamá no quiere. Ya nos ayudaste mucho al pagarnos un par de cuotas del auto usado.

      —Sabés que eso no fue nada, Juli —dije—. Quisiera poder hacer más…

      —Lo sé, pero ya nos vamos a arreglar.

      Nos apeamos de los caballos y bajamos hasta la orilla de un lago artificial para sentarnos a observar al sol ponerse. Julián tenía los ojos cerrados y sonreía. Deseaba poder ayudarlo. Había pasado por mucho, no se merecía tener esta


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