Tabú. El juego prohibido. Nicolás Horacio Manzur

Tabú. El juego prohibido - Nicolás Horacio Manzur


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—pregunté.

      —Un ratito más. Me siento tan tranquilo…

      Tomé su mano y la apreté. Lo quería mucho.

***

      «Sos patético…»

      «¿Pensabas que yo iba a estar con alguien como vos?»

      Risas. De nuevo aquel fatídico día vino a mis sueños y arrebató mi serenidad.

      «Mirá lo que soy yo. Mirá lo que sos vos…»

      Abrí los ojos y me senté en la cama. Tenía el cuerpo empapado de sudor y la respiración agitada. Fui hasta el baño. Al mirarme al espejo me noté las ojeras marcadas y el pelo revuelto. Abrí la canilla y me mojé la cara con la esperanza de borrar las marcas del pasado.

      Volví a acostarme, aunque no logré dormirme. Agarré la tablet que estaba en la mesita de luz. Navegué en YouTube con la ilusión de volver a conciliar el sueño.

      Más despierto que nunca, miré el reloj: las cinco de la mañana. En dos horas tendría que estar listo para comenzar el segundo año de facultad.

      Me levanté, tomé las llaves del auto y me dirigí al gimnasio.

      Hacía tiempo que no sufría esas pesadillas. Creí que las había superado. Después de todo, ahora era una mejor persona.

      Al llegar, estacioné el auto. No habría nadie más que el recepcionista y algún otro loco como yo. Disfrutaba entrenar solo, mi mente tenía tiempo para volver a armonizarse.

      —Lorenzo —saludé—, ¿qué tal?

      —Todo tranqui. Con sueño por tener que abrir el gimnasio a esta hora, pero ahora estoy mejor —contestó guiñándome el ojo.

      Lorenzo todavía albergaba esperanzas de que volviera con él. Lo conocí en la pileta del club y al instante nos llevamos bien. Nos divertimos mirando a los que nadaban. Hasta le hicimos creer al guardavida que nos gustaba. Se había puesto tan tenso que terminó pidiendo el cambio de turno.

      Una noche, después de nuestra rutina, estábamos en la ducha solos. Lorenzo se me acercó y me besó el cuello. No lo pensé dos veces y le devolví el gesto.

      Salimos por dos semanas hasta que no aguanté más, era demasiado celoso.

      Le di la típica excusa de que todavía no me sentía bien para encarar una relación, porque había salido de una muy extenuante y que quería que solo fuésemos amigos. A regañadientes lo entendió.

      —¿Al menos con derecho a roce? —me había preguntado.

      Le dije que sí por las dudas de que algún día lo volviera a necesitar como un caso de emergencia. Sin embargo, dejé de ir a la pileta e iba a entrenar al gimnasio en el turno en el que Lorenzo no trabajaba. Nunca pensé que lo encontraría a la madrugada.

      —Me voy a entrenar.

      Me dispuse a ir a la máquina de pecho cuando alguien entró y robó mi atención. Llevaba puesto una musculosa gris holgada, shorts azules y zapatillas. Parecía ser de mi estatura, aunque su cuerpo era un poco más ancho que el mío. El pelo rubio ceniza estaba lleno de bucles y tenía mentón notable, no era algo que me importara, pero me llamaba la atención.

      Nos saludó con un movimiento de cabeza.

      —¿Quién es? —le pregunté a Lorenzo.

      —Es nuevo. Hace un par de días que viene. Es lo único que sé.

      —Ay, Lorenzo, Lorenzo, Lorenzo… Tendrías que saber más sobre su historial.

      —Dame unas horas. Me pongo en modo FBI y te averiguo todo.

      —¿Su nombre?

      —Gastón.

      Gastón. Como el pretendiente de Bella en la película de Disney. Gastón, sonaba poético. Me gustaba, Gastón… bueno, no iba a ponerme a escribir una poesía justo ahora que se presentaba alguien interesante.

      Le dejé las llaves del auto a Lorenzo y guardé mi celular en el bolsillo. Mi futura conquista estaba trabajando hombros sentado en una máquina. Al llegar a su lado, carraspeé un poco la garganta.

      —Hola, te vi y…

      —Disculpá, no es de mala onda, pero no tengo ganas de hablar con nadie. Me despertaron muy temprano, no pude volver a dormirme. Sinceramente, no estoy de humor.

      Me dejó pasmado. Ni siquiera me había dirigido una mirada y me estaba rechazando.

      —Pero…

      —Por favor. En serio. Quiero estar solo.

      —Es que…

      —¿Cuál es tu nombre?

      —Leandro.

      —Leandro, entendés que cuando uno empieza a tener un mal día quiere estar a solas para poder calmarse, ¿no?

      Asentí.

      —Entonces entenderás también que estoy con mucha bronca, que me la quiero desquitar con las pesas, que no quiero hablar con nadie y que podrías llegar a recibir un buen insulto. ¿Está bien?

      —Entiendo.

      —Genial.

      Me alejé anonadado. Se había presentado ante mí un nuevo desafío. Estaba emocionado por enfrentarlo.

***

      Hacía mucho que no desayunaba pensando en alguien. Gastón se había estancado en mi mente y que me hubiera rechazado me atraía todavía más. Parecía ser un hombre varonil, bien educado, con experiencia. Bueno, en verdad no lo sabía… Me gustaba fantasear que lo era.

      Para ir a la facultad elegí una remera verde ajustada, jeans azul oscuro y zapatillas blancas. Si bien a la noche me gustaba lucirme, durante el día prefería pasar desapercibido. Era como una especie de superhéroe. Esta era mi vestimenta de Clark Kent y a la noche sacaba mi Superman para salir de conquista.

      Al llegar dejé el auto en el estacionamiento. Tuve suerte porque quedaba solo un lugar libre. Hablaría con el encargado y le pagaría para que me lo reserve por el resto del año.

      En la puerta me esperaba Gustavo, un chico morocho, con peinado afro y unos labios carnosos que invitaban a besar. No era mi tipo, su inocencia me causaba tanta ternura que no podía verlo con mis ojos de depredador.

      —¡Hola, hola! —saludó. Se apartó de un grupo de chicas y vino corriendo a abrazarme.

      Gustavo me consideraba su hermano mayor. Al él también lo había animado a salir del armario, pero no tuvimos sexo. El año pasado lo encontré llorando en las escaleras de la facultad y me dio pena. Su padre lo había echado de su casa porque le parecía raro; no podía entender que su hijo amara la comedia musical y a Cher. Su hermano mayor trabajaba con el padre; era igual. Si bien en ese momento Gustavo no admitió ser gay, su padre lo notó raro y no le gustó.

      —¿Cómo estuvo tu verano? Perdón que no pude estar más en contacto —dijo, como si los mensajes diarios hubiesen sido pocos—. Es que el viaje con mi prima a París me consumió mucho tiempo. Recorrí todo, absorbí la cultura de la ciudad. ¡Fue genial! Tendríamos que irnos los dos unas semanitas, ¿no te parece?

      —Podría ser… Disculpame, llegó tarde.

      —Pero falta como media hora para las clases.

      —Sí, es que quiero averiguar un par de cosas antes. ¡Nos vemos!

      Salí corriendo y subí la escalera de a dos escalones. Julián me esperaba en el bar. Su sonrisa lo decía todo.

      —Te odio, Julián…

      —No, me amás ¿Qué tal te fue con tu


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