Tabú. El juego prohibido. Nicolás Horacio Manzur

Tabú. El juego prohibido - Nicolás Horacio Manzur


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Resbaló y cayó al piso quedando inconsciente. Al principio, muchas personas rieron hasta darse cuenta de que no era una broma. Esa misma noche una pared se quemó y el bar tuvo que cerrar por varias semanas.

      Hoy en día ya no se ofrecían tantos shows y la entrada de dinero no era como antes.

      —Necesito desenmascarar a alguien —le dije.

      —Ah, entiendo. Un gay reprimido, ¿tengo razón?

      —Sí. Es mi profesor de literatura y la verdad es que me irrita mucho.

      —Apa… Eso sería señal de…

      —No es señal de nada. Quiero sacar a la luz cómo es realmente, así me deja en paz.

      —¿Y cómo pensás hacerlo? ¿Qué es lo que necesitás de mí?

      —Tu espectáculo.

***

      Llegué a la facultad justo antes de que comenzara la clase de Marketing. Mientras el profesor anotaba la tarea del día, le conté a Julián lo que tenía preparado para Gastón.

      —Así que dejate libre este sábado, ¿ok? No vas a querer perderte esto.

      —¿Seguro que querés hacer eso? Digo, te salvó la vida.

      —Hubiera salido del agua sin problemas solo, Juli. No me dio tiempo a recomponerme.

      —Seguro…

      —¿Qué querés decir con eso, tarado?

      —¡Nada, nada! En fin, no puedo el sábado. Tengo una cita.

      —Vení con él.

      —No, gracias. Prefiero que sea una velada romántica.

      —¡Dale, che! Sabemos que no podés llevar adelante algo así. Solamente querés tener su tremendo lomo en la cama.

      —Las personas pueden cambiar.

      —No en tu caso.

      —¿Qué me querés decir? —dijo golpeando el banco.

      Todos nos observaron. El profesor nos dirigió una mirada autoritaria para demostrarnos quién mandaba. Me hubiera reído sino hubiera sido por la reacción de Julián. No estuvo bien, por un breve segundo me transportó al pasado, pero me di cuenta de lo que había dicho y quise que la tierra me tragara en ese instante.

      Prestamos atención al resto de la clase sin dirigimos la palabra.

      Cuando finalizó la hora intenté hablar con Julián, pero salió corriendo. Aunque quería arreglar las cosas, no tenía tiempo para perseguirlo.

      Iba hacia las escaleras cuando vi a Gastón salir de un aula. Al reconocerme, se interpuso en mi camino.

      —Hola —dijo. Asentí y esbocé una pequeña sonrisa forzada—. ¿Cómo te sentís?

      —Mejor que nunca.

      —¿Fuiste al médico?

      —¿Por qué? Si me siento bárbaro.

      —Solo quería…

      —No se preocupe, profe. —Le di una palmada en el hombro—. Está todo bien.

      Seguí avanzando hacia las escaleras. Cuando salí de su campo de visión me detuve y bajé la mirada; cerré los ojos de la emoción. Se había preocupado por mí. Eso me gustaba.

      De todas formas, debía que seguir adelante con el plan. Una vez que lo desenmascarara estaríamos a mano y veríamos qué tipo de relación podríamos llegar a tener.

***

      —¿Para qué necesitás ver su archivo? —me preguntó la joven secretaria de admisiones, con una carpeta que contenía toda la información de Gastón en su mano—. Sabés que no puedo mostrárselo a los alumnos.

      Me levanté de la silla, caminé hacia la ventana y cerré las cortinas.

      —Dale, Carla. No podés a negarme este favor…

      Me acerqué hasta quedar a escasos centímetros de ella. Le sonreí y centré mi mirada en la suya.

      —¿Te pensás que tu cara bonita me va a poder convencer? —preguntó.

      Puse un dedo en su mentón.

      —Yo creo que sí.

      —Ay, pero que dulce… —dice dando un paso hacia atrás—. Salí de acá, ¿querés?

      Unos gritos se oyeron en el pasillo.

      —¿Qué es eso…?

      Carla salió corriendo hacia el hall, dejando la carpeta sobre el escritorio. Rápido, saqué el celular y tomé fotos a todas las páginas. Para cuando ella regresó, todo estaba en su lugar.

      —¿Qué pasó? —pregunté haciéndome el preocupado.

      —Unos alumnos se están quejando con el director sobre un profesor que aplazó a todos por una boludez.

      —¿No tendrías que ir a ayudar al director?

      —Es un nene grande. Él puede solo.

      —Ah, ok. Entonces…

      —Lo siento, Leandro. No te puedo dar información confidencial.

      —Está bien, te entiendo —dije antes de irme.

***

      Cerré la puerta de mi habitación con llave para que nadie me interrumpiera. Saqué el celular y empecé a observar las fotos que había sacado. Eran solo cinco páginas.

      La primera constaba de una foto que no le hacía justicia y sus datos personales.

      La siguientes tres, su curriculum vitae. Leí por arriba y noté que Gastón había pasado por varios colegios. Mi universidad era su primer trabajo como profesor de nivel superior. Lo raro estaba en su trabajo anterior: no había conseguido terminar el ciclo lectivo. Renunció cinco meses después de haber ingresado a la institución. Ahí podía encontrar la pista que necesitaba. Anoté el nombre del lugar en el buscador y guardé la página web para hacerle una visita.

      La última página solo era una planilla de contenidos. Sonreí al ver el tema: «Romeo y Julieta. Significado de la obra»

      Estaba emocionado, ahora sí tendría municiones en contra de Gastón. Aún necesitaba conocer los detalles a fondo, pero sabía por dónde empezar.

***

      Llegó el viernes y, con él, la segunda clase de literatura. Gastón sacó un ejemplar de Romeo y Julieta y leyó en voz alta.

      —«El amor, que a inquirir me impulsó el primero; él me prestó su inteligencia y yo le presté mis ojos. No entiendo de rumbos, pero, aunque estuvieses tan distante como esa extensa playa que baña el más remoto Océano, me aventuraría en pos de semejante joya». —Cerró el libro y nos observó—. Hermosa frase, ¿no es cierto?

      Nadie respondió.

      Levanté la mano.

      —¿Sí, señor Méndez?

      —Creo que es una estupidez.

      —¿Perdón?

      —Me refiero a toda la obra. ¿El amor los llevó al suicidio? A mí no me parece que la obra hable de la gran historia de amor de todos los siglos, sino más bien de la gran estupidez de todos los siglos. ¿Cómo van a matarse?

      —Si hubiera leído el libro…

      —Lo hice —Mentí, levantándome de la silla—. No me identifico con la


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