Tabú. El juego prohibido. Nicolás Horacio Manzur

Tabú. El juego prohibido - Nicolás Horacio Manzur


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      Estaba sentado en la escalinata de la salida de la universidad, mirando al piso, tratando de sacar alguna que otra lágrima. ¡Era difícil! ¡¿Cómo hacían los actores?!

      —¿Le sucede algo, señor Méndez?

      Sonreí por dentro.

      —No, nada —respondí en un sollozo fingido—. Déjeme solo.

      Percibí que titubeaba, pero se sentó al lado mío.

      —Aunque sé que no empezamos bien, puede hablar conmigo.

      —Es que… me siento avergonzado…

      —¿Por qué? —Noté que amagó con poner la mano en mi espalda, pero se arrepintió—. ¿Qué lo llevó a sentirse tan mal?

      —Primero, la humillación en la pileta. Usted no sabe lo que fue ser rescatado: yo soy una leyenda en el club.

      —¿En serio? —Noté una pequeña risa. Me ofendió, pero se la dejé pasar—. No lo sabía.

      —Yo iba a salir, usted no me dejó reaccionar a tiempo.

      —Pensé que…

      —Eso no fue lo que más me dolió, sino lo que hizo en la primera clase. Hizo aflorar algo de mí pasado que creía que estaba enterrado.

      —¿Un mal amor? No tiene de qué avergonzarse.

      —Usted no entiende —continué. Gastón me alcanzó un paquete de pañuelitos descartables y rocé sus dedos al tomarlos. Todo salía como lo había planeado—. Usted nunca nos va a entender…

      —¿Por qué no?

      —¿Tiene amigos o familiares gay? ¿Algún conocido?

      —No.

      Giré la cabeza y lo miré.

      —Ahí tiene la respuesta.

      Gastón suspiró.

      —Puede ser que no los entienda, señor Méndez. Pero me gustaría hacerlo…

      Perfecto, picó.

***

      —¡Guau! Había oído de lo espectacular que era este bar —dijo Gustavo mientras entrábamos en Brillantina Glamorosa—, pero nunca imaginé encontrarme con algo así.

      Un mozo pasó a su lado y la mirada de Gustavo se posó en él.

      —Que ni se te ocurra, ¿o querés que llame a tu tía para que te eche de su casa también? Conmigo no vas a venir a vivir —murmuré.

      —Pero, pero… ¿no vinimos a disfrutar acaso?

      —Sos muy chico todavía.

      —¡Tengo diecinueve! Soy mayor de edad.

      —Mi invitación, mis reglas.

      —Está bien…

      Roberto apareció de la nada, maquillado y con una peluca rubia platinada demasiado inflada. Llevaba puesto un vestido de seda color rosa chillón, con un enorme cinturón turquesa. Esa noche era Melody, la famosa drag queen de Brillantina Glamorosa.

      —Veo que no vas a hacer el aquadance hoy.

      —Nah… Ya estoy muy viejo. Decime, ¿quién es tu amigo?

      Gustavo le estrechó la mano.

      —Gustavo —contestó nervioso.

      Melody se rio y le dio una palmada en la cabeza.

      —Tan chiquito. —Se acercó a mi oído—. Es mayor de edad, ¿no?

      Asentí.

      —Perfectoooo. Bueno Gus, te va a encantar lo que tengo preparado. ¿Los llevo a la mesa? No siempre se tiene la suerte de ser escoltado por el dueño del bar.

      Caminamos hacia una mesa situada frente al escenario.

      —Muchas gracias, Roberto —dije.

      —¡No me llames así cuando estoy toda producida!

      Nos sentamos y Gustavo observó la silla extra.

      —¿Esperamos a alguien más?

      —Sí, a mi profesor de literatura.

      Gustavo abrió la boca.

      —¿El potro de tu profesor es gay?

      No respondí. Miré hacia atrás y vi a varias personas entrar, pero Gastón no era uno de ellos. En ese momento me arrepentí de no haberle pedido el celular.

      Después de dos copas de cerveza, me puse impaciente. Oí varios chistidos provenientes del escenario: Melody se asomaba por entre el medio del telón. Su expresión de fastidio me obligó a acercarme.

      —¿Cuánto más hay que esperar? ¡Los chicos están como loca enjaulada!

      —Perdón, no sé dónde se metió.

      Giré de nuevo hacia la entrada y lo vi. Gastón por fin había llegado. Levanté el brazo para que me viera. Cuando lo hizo, sonrió. Pero no venía solo, sino con una mujer. Probablemente su prometida.

      —Ahí está —le dije a Melody—. Dame cinco minutos más.

      —En cinco empiezo, preparalo.

      Volví rápido a la mesa, aunque no me senté hasta que llegaron.

      —Disculpen la tardanza, tuvimos unos problemas con el auto —dijo.

      —¿Qué pasó? —pregunté.

      —Al señor se le había olvidado llenar el tanque —respondió la mujer que lo acompañaba—, así que tuvo que ir con un bidón a la estación de servicio más cercana.

      —¿Y vos sos?

      —Ah, perdón. ¿Dónde quedaron mis modales? —dijo con una sonrisa y un tono de voz suave—. Leticia —se presentó.

      La tomé de la mano y le di un beso caballeroso. La vi ruborizarse.

      Leticia parecía ser una mujer amorosa, algo que me estaba poniendo nervioso porque era un obstáculo más en mi misión. No es que llamara la atención, tenía el pelo oscuro largo y sus ojos eran del mismo color que los de Gastón, sino que sus movimientos tenían cierta sensualidad. Si yo fuera heterosexual, estaría con ella.

      Los invité a sentarse y llamé a un mozo para que tomara el pedido. El guiño que le dirigió a Gastón no fue planificado, pero la diversión parecía haber empezado.

      —¿Qué vamos a ver? —me preguntó Leticia.

      —Sí —dijo Gastón—. ¿Qué esperamos?

      —El mejor espectáculo de la ciudad —respondí.

      Las luces se apagaron. Las cortinas del escenario se abrieron y la banda sonora de Chicago comenzó a sonar. Una luz blanca apareció en el escenario iluminando a Melody, que se había cambiado el vestido por uno negro ajustado que hacían juego con las medias de red y sombrero oscuro. Tenía que admitirlo, se veía muy bien.

      —Vamos ven tomemos la ciudad… y siga del jazz. Con algo más de rouge, mis medias rodarán… —Se inclinó y con sus dedos recorrió la pierna—. ¡Y siga el jazz!

      Varios mozos en el público dispusieron las bandejas en sus costillas, subieron al escenario y se colocaron detrás de Melody. El que le había guiñado un ojo al profesor acarició los hombros de Gastón antes de subir. Leticia, lejos de ponerse celosa, se echó a reír.

      —¡Vamos, ven!, bailemos sin control. Yo llevo en mi sostén las sales y el mentol, por si desfallecés, te quiero en pie otra vez… y siga… el…. Jazz…

      Mientras los bailarines realizaban piruetas


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