Anatomía heterodoxa del populismo. Mauricio Jaramillo Jassir
consolidación inacababa de la democracia ecuatoriana
La crisis de la representación y de los partidos políticos y el fracaso de la refundación de 1998
El neoconstitucionalismo: ¿un mecanismo o discurso alternativo para la consolidación democrática?
Los riesgos del populismo como instrumento de la democratización
Uso pero no abuso del populismo como categoría de análisis
Bibliografía
Quisiera agradecer a Dianne Tawse-Smith y Ana Jaramillo, que me acompañaron en este inesperadamente largo proceso y cuyo apoyo fue fundamental. Sin ustedes, jamás lo hubiese terminado. Rescataron algo que estaba del todo perdido. También a mi hermano Iván Jaramillo y a mi mamá Gilda Jassir, por darme ánimo en los momentos más difíciles.
De igual forma, agradezco a quienes con sus comentarios enriquecieron este trabajo y me apoyaron sin condiciones: Diana Quatrocchi-Woisson, Modesta Suárez, Giorgia Macilotti, Diego Cardona Cardona, Rubén Sánchez David, Bernard Labatut, Gabriel Périès y el expresidente Ernesto Samper Pizano. A todos les guardo sincera admiración.
Este libro está dedicado a la memoria de mi papá.
El populismo como práctica política
Ernesto Samper Pizano Expresidente de Colombia y exsecretario general de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur)
La tesis del profesor Mauricio Jaramillo Jassir está llamada a convertirse en un referente obligado para quien quiera entender el papel que ha desempeñado el populismo en la caracterización de la política latinoamericana y la historia reciente de Ecuador, más concretamente durante la administración del presidente Rafael Correa, mandato emblemático del denominado socialismo democrático. La investigación del profesor Jaramillo supera, con creces, su propósito inicial de profundizar en el modelo de Correa, para convertirse en un provocador y documentado estudio histórico sobre el papel del populismo en la historia política de la región.
El populismo, término que fue muy utilizado durante el siglo pasado para referirse en forma peyorativa a los gobiernos de izquierda para descalificarlos por “irresponsables”, hoy se está empleando para cuestionar los de la llamada restauración conservadora por algunas propuestas abiertamente regresivas que se presentan como populares. En su primer aporte a este debate, Jaramillo sostiene que el populismo no es una ideología, ni una propiedad ideológica de ningún partido, sino una práctica política que bien se podría considerar, citando a Pierre Rosanvallon (2006), una alteración perversa tanto de los ideales como de la práctica de la democracia. “Aunque para varios analistas el populismo corresponde a una mala utilización de lo popular para ganar el apoyo de ciertos proyectos políticos por parte de la ciudadanía, no cabe duda de que ha actuado como una política de articulación de reivindicaciones específicas convertido en una narrativa, como sostienen otros” (Laclau 2005, 34).
El momento en el que el populismo estuvo más cerca de ser una realidad ideológica fue cuando las corrientes marxistas lo utilizaron, al comienzo de la segunda década del siglo pasado, para justificar su propuesta de la lucha de clases; y cuando, al terminar el siglo, Fukuyama lanzó su tesis —ideológica como pocas— de que con el fin de la Guerra Fría habíamos llegado al fin de las ideologías. Estas circunstancias no han impedido que el populismo haya sido despreciado, al considerarlo como un epíteto ignominioso (Rouquié 1998) y una forma irresponsable de improvisación política (Di Tella 1974).
Confundido con el promeserismo, el mesianismo y el caudillismo, por las razones que más adelante veremos, con el concepto del populismo ha sucedido algo parecido a la suerte corrida por el neoliberalismo, la palabra más repetida en el discurso progresista regional. Se trata de conceptos que, de tanto utilizarlos para explicar mucho, han terminado por perder su contenido. De allí la utilidad del trabajo del profesor Jaramillo al explorar, con minuciosidad de relojero, el papel desempeñado por el populismo como forma de hacer política en importantes procesos políticos regionales, por ejemplo, la modernización del Estado, el regreso a la democracia y la internacionalización de la economía. En todos estos episodios, el populismo se utilizó para legitimar cambios, administrar conflictos y socializar, con claros propósitos pedagógicos, nuevas narrativas.
El populismo de derecha
En la caracterización del devenir histórico del populismo, el autor presenta interesantes aportes argumentativos sobre lo que podríamos llamar populismo de derecha o neopopulismo, liderado hoy por los nuevos gobiernos conservadores para justificar políticas regresivas en materia tributaria, tipos penales más punitivos para reprimir conductas sociales, posiciones internacionales que aceptan nuevas formas de sometimiento hegemónico internacional y actitudes negacionistas de la integración regional, reducida a la celebración de acuerdos de libre comercio.
El neopopulismo aparecería como una afirmación nacionalista que se distancia del reclamo soberanista que ha caracterizado la figura en América Latina desde la época de la de la Independencia. Ese nacionalismo es el que se ha expresado de manera reciente en los cierres de fronteras, el desconocimiento del concepto de ciudadanía regional y las prácticas xenófobas para contener flujos migratorios, como los de los venezolanos y los haitianos. El cambio de política también se ha manifestado en la aceptación por parte de países centroamericanos de la ignominiosa condición de actuar como “terceros países seguros”, con el fin de detener dentro de sus fronteras las oleadas de migrantes hacia Estados Unidos.
Este populismo de derecha comenzó a finales del siglo pasado cuando algunos gobiernos de la región —Collor de Melo en Brasil, Menem en Argentina, Salinas en México, Gaviria en Colombia, Fujimori en Perú— lanzaron modelos neoliberales de apertura económica que eliminaron aranceles, expusieron a la competencia internacional sectores empresariales vulnerables, revirtieron los logros en materia de industrialización conseguidos hasta entonces gracias a la sustitución de importaciones y redujeron el papel protagónico del Estado para entregárselo al mercado, en sectores públicos estratégicos como la prestación de servicios sociales esenciales.
En los últimos años, como desarrollo del neopopulismo, ha aparecido en la región, en medio de la crisis de representación que la afecta, el populismo virtual, alimentado por las redes sociales y coadyuvado por los medios tradicionales de comunicación, ahora en poder de grandes grupos empresariales. Estos últimos, actuando como poderes fácticos, han convertido el “cambio” en una mercancía política que venden en función de la defensa sus intereses, como parte de un “estado de opinión”, que desconoce los mecanismos democráticos de representación y participación política. La existencia de este nuevo estado de opinión explicaría cómo, a partir de la manipulación mediática y la utilización de las redes sociales, triunfaron consultas plebiscitarias como el Brexit, la elección del presidente Trump, el referendo de la Unión Europea de 1992 en Francia y el rechazo de los acuerdos de paz en Colombia.
La apelación virtual a un electorado manipulado consigue, según Wolfgang Merkel (2015), citado en Jaramillo, que una minoría sea capaz de articular varias demandas y canalizarlas hacia una sola propuesta, con el fin de hacer prevalecer una creencia o visión. Esta forma de democracia negativa aparece confirmada