Anatomía heterodoxa del populismo. Mauricio Jaramillo Jassir

Anatomía heterodoxa del populismo - Mauricio Jaramillo Jassir


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ecuatoriano sumándole reivindicaciones ancestrales de conceptos como el del buen vivir y la felicidad como meta, que apuntalaron la identidad como cimiento de la política. Su proyecto, como lo señala aquí el profesor Jaramillo Jassir, incluyó componentes clásicos del populismo regional, como la lucha contra el establecimiento, la movilización popular y las propuestas fundacionales asociadas al mito caudillista que, sumados, configuraron el cuadro del populismo progresista de Correa, muy diferente al populismo mesiánico de Velasco Ibarra y el populismo clientelista de Bucaram.

      Para entender el valor de este aporte, la gente debe saber que la política en Ecuador es volcánica: las fuerzas subterráneas que la mueven se expresan de manera impredecible y tumultuosa, pero, eso sí, de manera muy poco violenta. Correa se convirtió en la más fiel expresión de esta idiosincrasia al desarrollar un “estilo” de gobierno discursivo, dialéctico, controversial, sanguíneo, satírico, pero siempre respetuoso de la contradicción y el desacuerdo, siempre frentero y transparente.

      Un estilo de gobierno del cual parece no haberse enterado su sucesor, el presidente Lenín Moreno, quien consiguió el “milagro” de devolver el país, en materia de avance social, modernización y respeto democrático de las minorías, a la triste condición en que se encontraba al terminar el pasado siglo. Pocas veces Suramérica había presenciado, como hoy en Ecuador, una involución tan dolorosa y costosa de un proyecto político como la que se ha vivido en ese país en el transcurso de los últimos años.

      Para terminar, la profunda transformación del modelo de Correa se adelantó al controvertir duramente a sus enemigos sin incurrir, jamás, en persecución judicial alguna, ni mucho menos política, como sucede hoy en Ecuador, donde se ha acudido a la guerra jurídica (lawfare) para poner la justicia al servicio de los odios del régimen. El cambio conseguido en Ecuador, liderado por Correa con el leal acompañamiento del formidable equipo de Alianza PAIS, fue posible sin disparar un solo tiro.

      Alguna vez le pregunté al presidente Correa cómo se podía explicar que, en las fronteras de Colombia con Ecuador, a pocos metros de distancia que cubría un puente, se presentara la realidad esquizofrénica de dos países hermanos: uno, Colombia, azotado por grupos irregulares alzados en armas, y otro, Ecuador, en completa calma. Correa me contestó sin titubear: “Es que a ustedes les quedó faltando un Eloy Alfaro”. Ese día entendí por qué el primer punto de los acuerdos de La Habana que pusieron fin al conflicto armado colombiano entre el Gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) había sido cambiar el injusto sistema de distribución de tierras por el cual nos habíamos enfrentado durante medio siglo y que Alfaro resolvió con una reforma agraria progresista, tan progresista como el Gobierno de Rafael Correa.

      La Revolución Ciudadana de Rafael Correa en Ecuador

      La ciencia política, en cuanto disciplina y oficio, tiene el deber inaplazable de desmontar el mito de que el populismo es, en todas las circunstancias, una amenaza contra la democracia. Ello implica reconocer que la propia noción de democracia ha perdido en alguna medida su esencia, y su banalización ha conducido a que cada vez se sepa menos respecto de su verdadero alcance y profundidad. Al mismo tiempo, el populismo, al que se han dedicado numerosos estudios, sigue siendo un concepto nebuloso que se debe actualizar, en aras de definir su alcance para entender no solo su impacto en los sistemas políticos, sino concretamente en qué medida afecta, favorece o no tiene incidencia sobre la democracia. El propósito central de este libro consiste en llamar la atención sobre las maneras poco percibidas en las que el populismo puede, en determinadas condiciones, favorecer la democratización, especialmente en los llamados regímenes jóvenes. Para ello, se analiza el caso ecuatoriano durante los diez años del Gobierno de Rafael Correa (2007-2017). Esta exploración responde a la necesidad de complejizar el populismo con una base empírica y evitar tanto las generalizaciones como los sesgos ideológicos que suelen atentar contra la rigurosidad de los estudios dedicados a una práctica cada vez más renovada y controvertida.

      Normalmente, cuando se alude al término, se suelen cometer tres errores. En primer lugar, se analiza el populismo como un fenómeno uniforme, al que se explora desde un enfoque abstracto que tiende a debilitar a las democracias o sistemas liberales. En segundo lugar, no se precisan las diferencias respecto de las distintas prácticas populistas según el contexto histórico. Se suele afirmar que el populismo ha afectado históricamente a la democracia liberal (Sartori 1998; Müller 2012, 2017); Pierre Rosanvallon (2006) afirma que “antes que una ideología, el populismo consiste esencialmente en una alteración perversa tanto de los ideales como de las prácticas de la democracia” (269). Para el autor francés, el populismo, en esencia, refleja una tentación constante subyacente en la política y contiene esencialmente un discurso contrademocrático (269); empero, rara vez se distinguen las manifestaciones populistas según el contexto histórico cambiante. Y, en tercer lugar, se omite el análisis de las diferencias según el contexto geográfico, con lo cual se ignoran las protuberantes disparidades entre el populismo que apareció como respuesta a las políticas neoliberales de la Unión Europea, respecto de aquel que emergió en América del Sur a finales de los años noventa. Se trata de fenómenos que, aunque comparten rasgos, presentan diferencias considerables a la hora de entender el origen, el desarrollo y los efectos del populismo sobre el régimen político y la democracia.

      Una de las primeras hipótesis de las que parte el siguiente texto consiste en que el populismo debe analizarse relativizándolo según dos factores: histórico y geográfico. En cuanto al primero, es posible identificar tres momentos en los que ha surgido con fuerza. En América Latina se presentaron los ciclos populistas más emblemáticos en las décadas de 1930 y 1940, que sirvieron de principal referente para que autores como Di Tella (1962), Germani (1978) o Weffort (1967) apuntaran a las definiciones pioneras de un concepto que, desde entonces, no ha dejado de evolucionar. En esta misma corriente, se observa el nacionalpopulismo y el fascismo en Europa como manifestaciones paradigmáticas y, para muchos, como prueba irrefutable sobre la incompatibilidad del populismo con la democracia (Pombeni 1997). En un segundo momento, de forma sorpresiva, el populismo resurgió a finales de los años noventa, cuando se le consideraba como un fenómeno superado y propio de democracias precarias. La Venezuela de Hugo Chávez se convirtió en un atractivo objeto de estudio, pues su aparición no solo refutó la tesis de Francis Fukuyama y Samuel Hungtinton sobre la desaparición de las ideologías (Fukuyama 1992), sino que puso en evidencia dimensiones desapercibidas sobre el populismo. Este no solo se limitó al país andino y caribeño: además se extendió a otras naciones como Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, entre otros. Finalmente, en el último tiempo, tanto Europa como Estados Unidos se han convertido en un terreno de expansión fértil del discurso populista, pero con connotaciones bien distintas del caso latinoamericano.

      Tras la Segunda Guerra Mundial, el populismo reivindicó un papel para los ciudadanos desprovistos de representación y participación, con un fuerte discurso antiestablecimiento. Sin embargo, ese pueblo no ha tenido una sola composición, pues mientras en Europa ha sido más referenciado por consideraciones étnicas, en América Latina el referente por excelencia ha sido la clase socioeconómica. De igual forma, se ha tratado de equiparar al populismo con la demagogia, con el objeto no solo de describirlo, sino para justificar su carácter antidemocrático —en la competencia electoral, se utiliza para desacreditar a políticos, movimientos o partidos rivales—. Este populismo, enraizado en aforismos como “Vox populi, vox Dei” o “Sagrada es la lengua del pueblo” de Séneca, ha despertado el rechazo que puede tener su origen en la dura sentencia de Carlomagno del siglo VIII: “No es cierto que la voz de Dios sea siempre la del pueblo; pero cuando se alza esa voz misteriosa, expresada a través de símbolos enérgicos que a su vez se hallan en la consciencia del pueblo, este declara de forma inmediata y sin dudar que Dios acaba de hablar” (Haréau 1868, 112).

      En esta misma lógica se inscriben voces que denuncian un exceso en la participación, en la medida en que, en determinados contextos, esta ha sido instrumentalizada para fines antidemocráticos.


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