Maureen. Angy Skay

Maureen - Angy Skay


Скачать книгу
me acerqué a él plantándome enfrente suyo. Lo miré a los ojos, le acaricié la cara y me puse de puntillas para besarle en los labios. Y respondió. Fue dulce. Posó sus manos en mis costados y las movió. Lo imité, deslizando mis manos por sus costados y las desplacé hasta su espalda. Un seguido de besos carnosos hicieron su agosto.

      —Confío en ti —le susurré.

      —¿Estás segura?

      —Sí. —Aunque yo misma dudaba del momento.

      Desplazó sus manos por el bajo de mi jersey y me lo quitó. Poco a poco fue desabrochando mi camisa y se deshizo de ella con delicadeza. Me acarició los hombros, me los besó y recorrió mi cuello, antes de volver a dirigirse a mis labios.

      Mi sexo llevaba un largo rato mojado, pero aquellas punzadas que comenzaba a sentir no eran normales. Me dirigió a la cama y me tumbó. Se quitó la camiseta y se echó encima de mí. Comenzó a darme suaves besos por el pecho y la cadera. Sin darse cuenta, se alzó de tal manera que noté su sexo, duro. Aquello no tenía marcha atrás y no tuve más remedio que dejarme llevar. Respondí a sus gestos, gimiendo, acariciándole la espalda, moviéndome sin darme apenas cuenta. Me quitó la falda y él hizo lo propio con sus pantalones. Los dos estábamos en ropa interior.

      —¿Estás bien? —susurró sin dejar de besarme los labios.

      —Ajá… —fue lo único que salió de mi boca, a modo jadeante.

      —Si no estás bien o te sientes incómoda, me lo dices y lo dejamos, ¿vale?

      —Mmmm… Sí…

      Pero no tenía intención de pedirle que parara. Aquello estaba gustándome, aunque resultara todo demasiado nuevo para mí.

      Me quitó el sujetador, cosa que al principio me dio algo de pudor, y al hacer lo propio con las bragas, me tocó el sexo. Como suponía, estaba mojado. A él le gustó y el flujo que tenía en sus dedos se lo llevó a la boca para chuparlo. Una sensación rara me invadió, pero mientras asimilaba lo que acababa de ver, él se quitó sus calzoncillos también. Los dos estábamos desnudos. Mi nerviosismo era evidente, por más que intentara disimularlo con besos.

      —No te preocupes —me susurró—. Todo va a ir bien, ya lo verás. Relájate y abre las piernas.

      Obedecí y él se agachó para lamer mi sexo. Tuve que agarrarme a la almohada. Aquella sensación estaba siendo bastante fuerte. Me gustaba, me gustaba y mucho. Succionaba y lamía. Hasta que paró y volvió a besarme. No tenía tiempo para parar a pensar a qué sabían sus besos después de haber lamido mi sexo. Me besaba y me acariciaba.

      Mis piernas, sin darme apenas cuenta, se abrieron más y mi cadera volvió a alzarse. Él separó nuestros labios, me miró, me besó la nariz y alargó su mano al cajón de la mesita de noche. Sacó un paquete plastificado e intuí que era un condón. Lo abrió, se lo colocó y volvió a acercarse a mí.

      —¿Estás lista?

      No contesté, asentí con la cabeza con timidez, por el nerviosismo. Entonces volvió a besarme y mientras nuestras lenguas se juntaban, sentí cómo me penetraba. Un jadeo ahogado salió de mi boca al notar aquello dentro de mí.

      —Tranquila —murmuró—. Déjate llevar.

      Comenzó a hacer leves círculos dentro de mí. Me agarré fuerte a él, mientras gemía despacio en mi oído. Hasta que no me notó más tranquila, no comenzó a embestir. Jadeé tanto como pude, no sin intentar no hacer ruido. Aquello era… ¿Estaba disfrutándolo? La verdad es que al principio me dolió, pero supongo que sentirme mimada por él hizo que olvidara todo lo demás.

      —Muy bien, nena —me animó.

      No supe qué era lo que estaba haciendo bien, lo que sí recuerdo es que nuestros cuerpos sudorosos se rozaban con placer, nublándome. Me dejé llevar como él me había aconsejado. Aidan gimió con fuerza, se introdujo en mí con más intensidad y, al final y con cuidado, se dejó caer sobre mi cuerpo.

      No sabía muy bien cómo había ido. Me lo habían contado mis amigas, habíamos hablado montones de veces de ello, pero para mí era la primera vez y descubrí que la teoría era una cosa, la práctica otra, y que Aidan tenía razón: cada persona es un mundo.

      —¿Estás bien? —consiguió articular.

      —Creo que sí —dije algo confundida.

      —En serio, Maureen. —Alzó la cabeza y se puso serio—. ¿Estás bien?

      —Sí —contesté sin dudar, pero estaba haciéndolo.

      Intenté colocarme bien en la cama y busqué la sábana para taparme. De repente, volvió a darme pudor que me viera desnuda.

      —Siento haber sido una alumna torpe —me excusé.

      —De torpe no has tenido nada. Te has portado muy bien. —Me besó el hombro—. Mira, sé que no era lo que esperabas. A nadie le gusta su primera vez, pero te aseguro que a partir de ahora vas a disfrutarlo cada vez más.

      —¿Más? —me sorprendió.

      —Verás cómo sí. Todavía no has conocido lo que es un orgasmo. En cuanto lo sientas, verás que todo esto vale la pena.

      —¿Tú lo tuviste? El orgasmo… Hoy, me refiero.

      —Por supuesto que sí. —Me sonrió y tranquilizó—. Pero es más divertido cuando las dos personas lo gozan al mismo tiempo.

      —Caray, Aidan. Estás convirtiéndote en todo un maestro del sexo para mí.

      —Podrías practicar conmigo, si quisieras. —Volvió a sonreírme y me acarició la cara.

      No dije nada, pero supuse que, si me invitaba a volver a tener sexo con él, era porque tampoco había sido tan mala, ¿no? Lo miré, le pasé la mano por la mejilla y lo besé.

      —¿Por qué mi hermano no quiere que me relacione contigo?

      —No sé, supongo que mi fama de chico malo no le gusta demasiado.

      —¿Y por qué piensa que eres un chico malo?

      —Digamos que todo el mundo tiene un pasado —respondió levantándose de la cama.

      —Un pasado no demasiado lejano. Hace apenas unas semanas estabas en mi casa herido por un arma blanca.

      —Maureen… No es momento de hablar de esas cosas. ¿Entendido? —dijo antes de entrar en lo que parecía un baño.

      —Entendido. ¿Quién es Taragh?

      La pregunta vino a mí como un resorte.

      —¿Cómo? —No daba crédito a mi pregunta.

      —El otro día cuando te curaba, mencionaste a una tal Taragh. Y ahí tienes un tatuaje con su nombre —le señalé el lugar del grabado.

      —Eso a ti no te incumbe —me espetó, pero reaccionó al instante—. Perdona. No es nadie importante. Es alguien a quien no merece la pena mencionar y esto… —dijo mirando su nombre grabado en su piel—, en cuanto pueda, me lo borraré. Y sinceramente, si esto es una escena de celos…, más vale que lo dejemos aquí.

      —No es ninguna escena de celos —me disculpé—. Era simple curiosidad. Lo siento, no volveré a preguntarte.

      —Será lo mejor. Taragh es pasado, y no quiero que el pasado se interponga en mis planes de futuro. Zanjamos el tema, ¿de acuerdo?

      —Sí, claro. —Asentí, sintiéndome algo ridícula.

      Él tenía razón, aquello había sido un signo de celos, sin motivo, por cierto.

      Cuando salió del baño, sentí la necesidad de entrar yo también. Me enrollé en la sábana, entré,


Скачать книгу