Las mentiras del sexo. Antonio Galindo Galindo

Las mentiras del sexo - Antonio Galindo Galindo


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para los objetos (experimentación física, química, con animales, con alimentos, etc.), pero cuando se plantea la experimentación con el cuerpo y las relaciones sexuales, volvemos a encontrarnos ante la delgada línea roja que separa lo permitido de lo no permitido, y no tenemos en cuenta que el sexo y el cuerpo son fuente de experimentación permanente: experimentamos hambre, sed, placer, alegría, necesidades, enfermedades, risa, dolor, llanto, goce, amor… La experiencia es la esencia del aprendizaje. La ciencia, de hecho, se desarrolla así, experimentalmente. ¿Por qué experimentar con nosotros en temática sexual se convierte en algo próximo al maquiavelismo o la utilización? ¿Cómo podemos hacer ciencia de nosotros mismos si no es a través de la experiencia propia? Y ello no quiere decir que nos usemos vilmente unos a otros, sino que nos sintamos libres de acceder al conocimiento de nuestros gustos, aspiraciones, deseos y propósitos mediante la vía del ensayo y error con nosotros mismos y con el permiso de los demás.

      Dice Leahey (1998) que el origen de este problema es simple y desde mi punto de vista tiene que ver con la historia de las familias: «Al no contar con los modernos anticonceptivos, las clases medias de la Europa victoriana sufrieron de forma muy aguda los problemas del control de la natalidad. Para crecer económicamente tenían que trabajar mucho y reducir el número de hijos» (pág. 277). Nuevamente hay una causa económica asociada al tema de la reproducción, pero esta vez tiene que ver con la necesidad de reducir el número de hijos por familia y no de aumentarlo. El uso de la sexualidad que se hace en la familia es dependiente otra vez de lo económico. Tenemos como ejemplo el caso de China, donde en los años 1980 se implantó la política de un solo hijo.

      A ello hay que añadir el aspecto de lucha de clases y de división del trabajo. En una carta de Freud a su prometida, Martha Bernays (29 de agosto de 1883; Freud, 1960, carta 18, pág. 50), dice: «La muchedumbre vive sin restricciones mientras que nosotros nos privamos. Los burgueses hacemos esto para mantener nuestra integridad […], nos reservamos para algo, no sabemos qué, y a este hábito de suprimir continuamente nuestros impulsos naturales le otorgamos el grado de refinamiento» (cit. por Gay, 1986, pág. 400).

      Parece que la cultura que heredamos –mediatizada por las religiones– no es muy amiga del placer, el tacto, la sensualidad y las necesidades básicas como el sexo. Y así nos creemos civilizados al renunciar a la parte sensitiva de la vida, a riesgo de dejar de ser humanos.

      La idea de la represión sexual se fundamenta en que la cultura y la religión de la época victoriana (y creo que sigue en parte vigente) se manifestaban en contra de los instintos básicos o naturales, hasta el punto de que el propio Freud ve mayor felicidad sexual entre los más pobres (Leahey, 1998). Pero ¿somos más felices cuando tenemos relaciones sexuales libres? Veamos si podemos responder a esta pregunta según lo revisado hasta el momento:

      1 La falta de experiencia sexual da lugar a inopia sexual, es decir, a la ignorancia y los prejuicios (fantaseo al respecto de lo que no conozco a través del morbo).24

      2 Lo que no se experimenta como propio se convierte en asignatura pendiente, dado que no tenemos desarrollo ni maduración al respecto.

      3 La falta de desarrollo hace que nos limitemos en nuestro crecimiento como personas.

      4 Por otra parte, cuando carecemos de algo, lo buscamos incesantemente. El dinero es un tema constante de preocupación (y un problema) para quien no lo tiene. Y la salud lo es cuando falta. En muchas ocasiones no nos acordamos de la salud hasta el momento en que nos enfermamos. Psicológicamente hablando suele ser la carencia de algo, el no tenerlo, lo que hace que busquemos ese algo.

      5 Al prohibir el acceso a algo provocamos inconscientemente que se busque con ms fuerza: la represión vive de la tentación.

      6 La ley de la represión sera: veto el tema, creo la necesidad de buscarlo, entonces, ya tengo asegurada su incesante búsqueda. Cuanto más reprimo algo, más lo busco después.

      7 Por eso la sexualidad es un tema que nos preocupa: lo que intento disimular o evitar me vuelve, tarde o temprano, una y otra vez en forma de cualquier tipo de problema sexual.

Moraleja: si llamamos felicidad a estar en conexin con nuestras necesidades, las relaciones sexuales conscientes nos acercan a la felicidad.

      3. ¿CUÁNTOS SEXOS HAY?

      Mi conclusión en este capítulo será que, más allá de las diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a la vivencia del sexo (que puede deberse a una cuestión cultural), las diferencias existen entre seres humanos, independientemente de su sexo. El hilo general de mi argumentación son las personas más que los sexos, es decir, que entre dos hombres ya hay conductas sexuales diferentes y entre dos mujeres también. Por lo tanto, el problema de que haya un modelo sexual imperante afecta a unos y a otros, y ambos están sometidos a un estereotipo cultural (y sexual) que se espera que cumplan para considerárseles hombres y mujeres según la división de roles que nuestra sociedad tiene establecida. Lo que remarcaré es que cada cual (sea hombre o mujer o lo que se considere) viva su sexualidad con la conciencia más grande posible de lo que quiere y puede hacer y hacia dónde quiere ir, independientemente del sexo al que pertenece. La pertenencia a un sexo biológico u otro (ser varón o hembra) puede explicar algunas conductas sexuales, pero lo que explica más cosas en profundidad es el hecho de sentir o percibir como seres humanos diferentes.

      No obstante, aunque el contexto de mis palabras sea hablar de personas y no de sexos diferentes, considero importante dedicar un espacio en este capítulo a plantear si hay diferencias de conductas y manifestaciones diferentes debido a que nuestra genética, nuestra educación y nuestra cultura aborda a ambos sexos de manera distinta. Sigue vigente el esquema de que, en temas psicológicos, se espera de las chicas conductas diferentes a las de los chicos, lo cual afecta la propia salud emocional y mental, así como el comportamiento sexual.

      Las consecuencias de la falta de igualdad todavía pueden verse claramente en cualquier tipo de manifestación educativa o cultural, desde el tipo de juguetes que se anuncian a los niños (que en algunos casos son sexistas). Y en las empresas los cargos directivos siguen siendo mayoritariamente destinados a hombres y no tanto a mujeres.

      Si existen o no diferencias entre hombres y mujeres –en general y sexuales en particular– es un tema trillado y arduo. Hay quienes piensan que hay diferencias sexuales entre hombres y mujeres, otras personas dirán que no tantas. Es decir, cada cual tendrá su propia percepción de los hechos, lo cual quiere decir que éste es un tema controvertido, como lo es la sexualidad en sí. Mi propuesta será presentar algunas paradojas y datos que pueden ilustrar estas diferencias para luego concluir que disfrutar de una sexualidad sana es aceptar las diferencias, no para usarlas en contra de uno u otro sexo, sino para vivir una vida plena, libre y consciente.

      Pero antes de abordar las diferencias quiero hacer mención al propio título que estamos tratando: ¿realmente hay dos sexos o deberíamos mejor hablar de dos realidades sexuales?

      ¿DOS SEXOS O MÁS DE DOS?

      Siempre me llamó la atención que en los carnets de identidad españoles –y en los de otros países también– figurase un epígrafe dedicado a señalar el sexo de la persona, para el que entiendo que sólo hay dos opciones, V o H, en función de si se es varón o hembra. Ahora se usa también M o F para distinguir masculino de femenino.

      Cuando decimos que una persona es de sexo varón, ¿qué quiere decir esto exactamente? ¿Que tiene pene y testículos? ¿Sirve para definir a un ser humano el atribuirle un sexo en base a los genitales? Las investigaciones demuestran que hay excepciones a esta regla, tanto a nivel físico como a nivel mental:25

Síndrome de la insensibilidad androgénica El caso de Anne S. (citado por Pinel, 2001, pág. 343) Anne S., una atractiva mujer de 26 años, solicitó trata­miento debido a dos trastornos relacionados con el sexo: ausencia de menstruación y dolor durante el acto sexual. Solicitó ayuda porque ella y su marido, a lo largo de cuatro años, habían intenta­do, sin éxito, tener hijos, y ella asumía que una parte del problema era la ausencia del ciclo menstrual.
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