Las mentiras del sexo. Antonio Galindo Galindo

Las mentiras del sexo - Antonio Galindo Galindo


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que representan los minusválidos. Pero en cambio, en relación con las minorías sexuales –que luego resulta que de puertas para dentro no son tan minoría–, no se hacen esfuerzos remarcables para conseguir su integración social. El hecho de que a sólo unos pocos les gusten ciertas cosas (o eso es lo que parece, porque de hecho hay mucha más vida sexual) no es una excusa para que no integremos en nuestra sociedad las manifestaciones de quienes tienen conductas sexuales diferentes.

      Por eso este libro habla de integración sexual no sólo en la sociedad, sino también dentro de nosotros mismos. Se explica que los llamados problemas sexuales suelen ser una consecuencia de compararnos todo el rato con lo que consideramos que tiene que ser normal, cuando sexualmente lo normal es lo que uno quiere.

      Por eso te animaré constantemente a que tomes tus decisiones y te hagas responsable de lo que sientes y piensas para actuar en consecuencia contigo mismo. No plantearé soluciones concretas, sino que abriré alternativas para que seas tú quien elija. Y aunque en cada capítulo habrá una serie de conclusiones, las decisiones corren de tu cuenta.

      EL AUTOR

       www.asesoresemocionales.com

      INTRODUCCIÓN

      Hace tiempo recibí en mi correo electrónico un mail que, en vísperas de escribir este libro, daba informaciones curiosas –exageradas algunas, pero no lejos de la realidad otras– sobre los beneficios del sexo. Casi parecía que el mail venía a concluir que el sexo es la mejor medicina para la mayor parte de problemas físicos y emocionales de las personas. Había informaciones del tipo:

       Se puede determinar si una persona es o no activa sexualmente por el aspecto de su piel.

       El sexo es un tratamiento de belleza. Pruebas científicas han comprobado que cuando la mujer tiene relaciones produce gran cantidad de estrógeno, lo que vuelve el pelo brillante y suave.

       Hacer el amor suave y relajadamente reduce las posibilidades de sufrir dermatitis, espinillas y acné. El sudor producido durante la actividad sexual limpia los poros y hace brillar tu piel.

       Hacer el amor quema todas esas calorías que acumulaste en esa cena romántica.

       El sexo es uno de los deportes más seguros. Fortalece y tonifica casi todos los músculos del cuerpo. Es más agradable que nadar quinientos metros en una piscina.

       El sexo es una cura instantánea para la depresión. Al liberar endorfinas en el flujo sanguíneo, crea un estado de euforia y proporciona una sensación de bienestar.

      Y estereotipos tales como:

       Mientras más sexo tengas más posibilidades tienes de tener más.

       Un cuerpo activo sexualmente contiene mayor cantidad de feromonas. ¡Este sutil aroma excita al sexo opuesto!

       El sexo es el tranquilizante más seguro del mundo. Es diez veces más efectivo que el Valium.

       Los besos ayudan a la saliva a limpiar los dientes y disminuyen la cantidad de ácido que causa el debilitamiento del esmalte.

       El sexo alivia los dolores de cabeza. Cada vez que haces el amor consigues disminuir la tensión de las venas del cerebro.

       Hacer mucho el amor puede despejar una congestión nasal. El sexo es un antihistamínico natural. Ayuda a combatir el asma y las alergias de primavera.

      Más allá de lo caricaturesco de estas ideas, lo importante para mí es que estas creencias sobre el sexo, que a veces lo sobredimensionan y otras lo menosprecian, empiezan a perfilar una de las ideas que quiero compartir: el sexo es aquello que queremos que sea, y que no son los genitales sino la mente y el corazón los que rigen nuestra sexualidad. Propondré que, más que problemas sexuales –que también–, existen problemas de represión o de falta de aceptación. Y que más vale aprender a situar los temas en su sitio si no queremos sucumbir ante el uso que socialmente se hace de lo que es o no correcto sexualmente hablando, ya que, en el fondo, la sexualidad es un ámbito estrictamente personal, y que compararnos con los demás para identificar si somos o no normales por el tipo de sexualidad que mantenemos, es una trampa mortal.

      La sexualidad es como la personalidad o el carácter, única e intransferible. Mi tesis es que no existe en sí nada correcto o incorrecto en ella, salvo cuando no somos conscientes de que podemos hacer daño a otros o no somos congruentes con lo que sentimos sobre nosotros mismos. Pero, aun así, en este libro no encontrarás fórmulas para moralizar sobre los actos sexuales, cuáles son “buenos” o “malos”. El ámbito de mi reflexión será el experiencial, es decir, que veamos cuáles son las experiencias sexuales que nos permitimos o nos reprimimos. Y que, tras los llamados “problemas sexuales”, lo que creo que existen son enormes faltas de experiencia o de claridad con nosotros mismos. Por lo tanto, mi objetivo último es comprendernos mejor y sentir si actuamos bajo la libre elección o bajo creencias sociales –que no son propias– de cualquier tipo (de la cultura, los padres, los amigos o los programas de televisión).

      Como psicólogo, he atendido infinidad de casos donde la sexualidad era la punta del iceberg de otras cuestiones internas, y he tratado problemas emocionales que tarde o temprano implicaban el sexo como carencia, exceso o pretexto. Asimismo me he dado cuenta de que en el sexo, como en la vida afectiva y de relaciones, el denominador común suele ser la mentira más que la verdad. Por una serie de mecanismos psicológicos y culturales que iré revelando, la verdad en temas sexuales se presupone, pero se impone la falta de claridad, la ambigüedad, lo confuso antes que la sinceridad y la verdad. La verdad no es para mí un absoluto, sino la verdad personal que normalmente viene disfrazada de emociones: quien te gusta te gusta (pero si estoy en pareja lo niego), si tu pareja te hace algo y te duele, a lo mejor lo disimulas o embelleces cuando, en el fondo, estás realmente enojado por ello; si sientes atracción sexual por algo que la sociedad censura (el sadismo, por ejemplo), no te lo permites o lo vives de manera privada y con altas dosis de culpabilidad… Y todas estas situaciones no excluyen que haya seres humanos que vivan su sexualidad de manera gozosa, abierta y transparente.

      Mentira quiere decir muchas cosas. Quiere decir que digo una cosa, pero quiero otras: digo que me gustas, cuando lo que quiero es tu dinero; digo que busco sexo, cuando lo que deseo es que me quieran; digo que quiero quedar contigo, pero no estoy dispuesto a moverme de mi sitio si no eres tú quien viene a verme; digo que quiero una pareja exclusiva, cuando lo que deseo es ser el centro de las miradas de varias personas a la vez…

      No censuro la mentira. Lo que censuro es la censura sobre la mentira, que la neguemos cuando la hay. Lo que quiero señalar es que la mentira no reconocida nos convierte en manipuladores: manipular quiere decir hacernos creer a nosotros una cosa cuando nuestro objetivo es otro. Y manipular es hacer creer al otro que estamos en una relación sexual (de pareja o no) con un objetivo que a lo mejor ni nosotros mismos nos lo creemos: Por ejemplo: «Estoy contigo porque me siento mayor, no es que me encantes, pero ya no voy a encontrar a nadie mejor que me quiera».

      Digo, por lo tanto, que las trampas y engaños son los mejores detectores de nuestros verdaderos deseos. Que no es malo observar que nuestra mente y nuestro corazón tienden a ocultar lo que verdaderamente quieren. Y que sólo a través de darnos cuenta de cómo en realidad funcionamos en el sexo y en nuestras relaciones, podremos avanzar en las oportunidades que el sexo y la vida nos ofrecen. Es decir, mi método de investigación en estas páginas será el de traspasar las sombras del sexo para vislumbrar la luz y aprovechar la expansión sexual como excusa para crecer y ser. De ahí que me centre –como forma de argumentar los temas– en las dificultades y las carencias de quienes son protagonistas de los múltiples casos que voy exponiendo.1

      Cuando elaboremos nuestras propias experiencias y sintamos que hacemos lo que es congruente con nosotros mismos, entonces podremos empezar a hablar de libre elección. Sólo entonces. Y este principio es aplicable –más allá de la sexualidad– a cualquier dimensión del ser humano. Pero, mientras tanto, tenemos un largo camino que recorrer hasta aprender que:

       Cuando


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