Reescribir mi destino. Brianna Callum
la obra. Bastian explotó. La frustración no estaba dirigida hacia su hermano, aunque él la recibió por daño colateral.
–¡Chocarme contra los muebles es el menor de mis problemas! Nada en este apartamento está preparado para una persona con discapacidad, que es lo que ahora soy. Debería poner pasamanos y barras de seguridad en la ducha, en el dormitorio... ¡Hasta en el baño, de lo contrario no podré ir solo ni a orinar!
–Bueno, Basty, tranquilo, no te pongas así –intervino Daniela con voz calma. Puede que se debiera a sus prácticas de yoga o a las horas que dedicaba a la meditación, lo cierto es que tenía la paciencia de una santa y era necesario mucho más que un exabrupto para hacerla reaccionar de mala manera.
–¿Y cómo quieres que me ponga, Dani? –negó y se llevó las manos al rostro, se apretó los ojos con la intención de advertir a sus lágrimas que marcaran la retirada. La garganta le ardía producto de las intensas ganas de llorar que sentía y de las palabras que se le atascaban allí.
–Antes que nada, debes aprender a manejar tus creencias. Tal vez te parezca una trivialidad, pero no lo es. Lo que afirmas es como te proyectas hacia el universo. Deja de afirmar que eres un discapacitado, de lo contrario quedarás atascado en ese círculo vicioso de autocompadecimiento sin poder avanzar. Eres un ser valioso. Eres fuerte, decidido y tienes una garra increíble. Proyecta eso.
–Ojalá pudiera, pero no es fácil –se justificó.
–¡Claro que no lo es! Y justamente es más sencillo focalizar en lo malo que esforzarse por enfocar lo bueno o lo que realmente deseas lograr –le dijo, y sus palabras fueron como un cachetazo. Directas, simples y tan reales que pasmaban.
–¡No sé qué hacer, me siento perdido! –expuso por fin.
Leandro se acuclilló frente a Bastian.
–No te vamos a dejar solo, en esta estamos metidos los tres.
Bastian negó repetidas veces.
–Yo no quiero transformarme en una carga. Ustedes dos tienen que volver a Ostuni, donde tienen su vida, y yo tendría que quedarme en Roma... –se frotó el rostro con las manos, después se mesó el cabello. Confuso, dubitativo, desnudó lo que sentía respecto a su situación–: Pero acá ya no me queda nada.
–Por nosotros no te preocupes, que si estamos aquí es porque no hay nada que consideremos más importante –intervino una vez más Daniela–. Y respecto a ti, puedes volver a empezar donde sea, pero si dices que aquí ya no te queda nada, entonces vente con nosotros a Ostuni –sugirió.
–¡Claro, Dani tiene razón! –secundó Leandro–. Buscaremos asesoramiento para acondicionar la casa, tal como nos recomendaron. Además, en Ostuni hay hospitales donde podrás hacerte los controles médicos y excelentes centros de rehabilitación como para que puedas continuar allí con tu terapia. No necesitas quedarte en Roma. Te prometo que buscaremos los mejores profesionales.
–No lo sé... Dejé Ostuni con el firme propósito de escalar alto, ¡y vaya que lo había logrado! Había llegado a la cima, parecía que tocaba el cielo con las manos. Tenía todo lo que siempre había querido... ¿Y ahora? Ahora no tengo nada. ¡Soy un fracaso! –una y mil veces volvía a entregarse a la negatividad. Él también, dadas las circunstancias, había pensado en la posibilidad de volver a Ostuni. Lo frenaba la percepción de que, si se iba de Roma, se estaría traicionando a sí mismo. Pero si no queda nada del Bastian que fui, ¿de qué manera me estaría traicionando?, se planteó.
Daniela le tomó las manos. Bastian se veía abatido.
–No lo eres, Basty. ¡No eres un fracaso! –rebatió–. A veces se necesita caer para volver a levantarse con más fuerza, para conocerse de verdad. Eres un guerrero, lo has sido siempre, y lo has vuelto a demostrar en estos últimos días con tus avances.
–¿Qué demostré, Dani? ¿Que no dejo de llorar como un chico o de enojarme? –preguntó con angustia y un poco avergonzado.
–¡Qué ridículo sería pedirte que no lloraras después de lo que estás pasando! Lloras, claro que sí, y es esperable. También luchas y te empeñas por mejorar cada día un poco; yo lo veo. Y porque tengo fe en ti, en tu entereza y en tu determinación, es que sé que volverás a sentir que tocas el cielo con las manos. Solo que ahora tal vez cambien tus objetivos, y la cima que quieras alcanzar sea otra.
–¡Y lo vas a lograr, hermano! Cascasse il mondo. Capito? –reafirmó Leandro con la emoción a flor de piel. Bastian asintió con la cabeza.
–Gracias. Gracias a los dos –las palabras de Bastian quedaron amortiguadas contra el pecho de su hermano. Los tres se habían fundido en un estrecho y cariñoso abrazo que sellaba ese acuerdo que no necesitaba de mayores palabras.
16
Ostuni
Viernes, 17 de febrero de 2017
Una semana después de que a Bastian le dieran el alta médica del hospital, los hermanos Berardi regresaron a Ostuni. Regresaron a casa. Bastian había emprendido ese viaje con un sabor agridulce en la boca. Por tener que dejar el lugar que él había creído le traería el éxito, pero también por tener que dejar atrás a sus amigos, que con lágrimas en los ojos habían ido a despedirlo a la terminal. Solo había faltado Nancy, que desde que lo dejara en el hospital, había desaparecido de su vida por completo.
Su hermana, sentada a su lado en el tren y percibiendo la resistencia emocional que ponía al tener que dejar esa ciudad, le había tomado la mano con fuerza y, con esa sabiduría tan simple que tenía, le había dicho: “Vamos a Ostuni, Bastian. Roma no se irá a ninguna parte. Y cuando te pongas bien, si quieres volver, aquí estará”. Entonces él se había dado cuenta de que ella tenía razón. Roma siempre estaría allí. Desde ese momento empezó a vivir el regreso a Ostuni ya no como una pérdida y se propuso sacarle el máximo provecho.
El reencuentro con el hogar familiar había propiciado también el reencuentro con el Bastian de su juventud. Ese que añoraba los pasteles que horneaba su madre, el que pasaba horas compartiendo juegos con sus hermanos, trepando el paraíso del jardín, y al que le gustaba tanto nadar en el mar. Solo al estar de vuelta en Ostuni fue consciente de cuánto había extrañado las vistas del Adriático. ¡Qué paz le infundía contemplarlo desde la ventana de su habitación y cuánto ansiaba hundir sus plantas en la arena, caminar por la playa, dejar que la espuma le empapara los pies!
Estar en su hogar era también una forma de sentirse protegido. Cobijado en un abrazo inmenso e interminable, como si sus padres, aún en la ausencia de la muerte, lo protegieran y cuidaran como cuando era pequeño. Porque allí, esa ausencia no lo era tanto. En Roma los había sentido muertos; en Ostuni los sentía vivos en cada recuerdo que afloraba a él con vivacidad y nitidez asombrosas.
Tras dejar las maletas en los dormitorios y ponerse ropa cómoda –Leandro había asistido a Bastian en la tarea–, los hermanos se reunieron en la cocina para tomar un almuerzo ligero y resolver los pasos a seguir.
–Basty, ¿te acuerdas de Lola, mi profe de yoga? –le preguntó Daniela.
–Ajá, me acuerdo –confirmó él. Dani conocía a Lola desde hacía más de doce años y siempre habían sido muy buenas amigas además de ser alumna y profesora, por lo que Bastian la recordaba muy bien–. ¿Qué pasa con ella?
–Le conté que volvías a Ostuni y que tenías que completar tu tratamiento, así que hace unos días me pasó el dato y las mejores referencias de un centro de rehabilitación. Dice que los médicos y terapistas son absolutamente profesionales y que el lugar está muy bien equipado. Ella lo conoce bien porque allí la atendieron cuando se fracturó la muñeca.
–Bueno, entonces nos quedamos con ese lugar –estuvo de acuerdo. Llegar al hogar de su infancia, sumado al acompañamiento constante y cariñoso