Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú. Betina Plomovic

Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú - Betina Plomovic


Скачать книгу
la conocemos y aparece también documentada en textos renacentistas de 15311. En época medieval fue estigmatizada por la visión teocéntrica de occidente, que dio un aura de espiritualidad a esta situación antinatura y responsabilizó a la intervención divina de las prácticas autodestructivas de personas más enfermas que ascetas (anorexia mirabilis, es decir, anorexia maravillosa o sagrada). Sea por origen sobrenatural o humano, parece que la palabra anorexia mantuvo su significado más o menos unívoco hasta 18732, cuando la psiquiatría decidió consumar un flaco favor a ciertos enfermos, y definitivamente confundió una enfermedad con una apariencia. Hasta ese momento, la definición y significado de la verdadera anorexia se había mantenido invariable durante diecisiete siglos3 —como mínimo— refiriéndose siempre a personas que padecen «falta de hambre» como síntoma, tal como la fiebre pudiera ser indicador de gripe o un sarpullido indicar el debut de un sarampión. Lamentablemente la medicina se iría alejando cada vez más de la sabiduría y de la visión holística de la vida y del ser humano. En general lo constatamos en la hiperespecialización que se centra en nuestros órganos y no nos atiende como un cuerpo físico entero, ni mucho menos considera nuestra multidimensionalidad.

      Lejos de ser una enfermedad, la anorexia o aparente falta de hambre sería un síntoma —como existen otros— de un proceso patológico cuya causa y objetivo terapéutico va más allá de su manifestación: si no llamamos «tumor» a una persona que padece cáncer, sería consecuente no etiquetar otras enfermedades con el nombre de su síntoma, especialmente si además es un síntoma mal percibido. Esta precaución se hace urgente en cuanto la mal nombrada anorexia nerviosa aún provoca reacciones de desprecio y prejuicios tan necios como injustos —«son unas caprichosas», el más suave—. Incluso algunos profesionales osan llamarlas despectivamente «las alimentarias» y se les llega a tratar con crueldad dentro de los mismos recintos hospitalarios: se ningunea su sufrimiento, se prescribe un encarnizamiento terapéutico mediante duros aislamientos totalmente innecesarios o se les castiga emocional y físicamente, entre otras barbaridades. Así se ridiculiza lo que no se comprende, y la injustificada contención o el estigma aportan más sufrimiento a una patología terriblemente grave. Además, se confunde a personas que no están enfermas pero se obsesionan con comportamientos insalubres para adaptarse a sus imaginarios —las estrictas dietas de adelgazamiento— con personas que realmente sufren una auténtica enfermedad que ya merece ser nombrada de forma correcta.

      Diario

      Un mes después del primer ingreso

      Cuando busco el significado de la enfermedad que llaman «anorexia» encuentro definiciones superficiales, previsibles y estereotipadas, como moldes. Si se insiste en llamarle «anorexia», el respeto a los enfermos «reales» demanda diferenciar conductas obsesivas o de personas con escasa autoestima —sí, efectivamente influenciadas por los cánones de belleza, modas, cuerpos, medidas— de lo que supone una enigmática enfermedad muy grave, que emana de algo muy profundo y cursa con autodestrucción feroz en caída libre. La «auténtica anorexia» es incomprensible hasta para quien la vive de cerca.

      Después de observar, valorar y volver a mirar, consultar, escuchar, sospesar, me resigno a desterrar la negación y enfrentar la realidad a pesar de tanta oposición. Hay que resignarse y acatar ese nombre estridente para esta situación tan desesperante. Se ha contenido, sin lograrlo, durante demasiado tiempo, tensa espera a poder vencer la crisis mientras un silencioso monstruo se cernía en tu interior.

      Llegamos al hospital y se nos obliga a delegar todo, nos retiran la responsabilidad sobre nuestra propia vida. Queda la custodia celosa del propio agotamiento y el desespero de no poder atender ni poder hacer llegar consuelo a la persona amada.

      Estoy, sigo atenta, no me rindo. Es resignación al momento, a la espera de encontrar cómo entenderte, cómo cuidarte, cómo protegerte de ti misma.

      Mientras, miro con desesperación lo que te/nos sucede, voy conociendo más casos silenciados, me adentro en situaciones de un submundo y además me quedo atónita por la incomprensión que me rodea, pues parte de nuestra familia empieza a culpabilizarme de que no te doy de comer o de que «te llevo al hospital» como si fuera una elección deseada. Amigos se retiran y otros simulan que no escucharon lo que te sucede. Profundizaremos, comprenderemos, algún día sabremos qué nos está sucediendo y podremos explicar a los insensibles ignorantes que ni tú ni yo somos culpables.

      De momento estoy aquí y no veo nada. Sé que estás, dentro de ti. Pero te fuiste lejos y te desdibujas cada día más.

      Intento describir qué te sucede. Me imagino como un foso enorme entre tu realidad y los que deseamos estar a tu lado. Un pozo tenebroso donde vive ese monstruo invisible, aquel que se alimenta de la energía y del sol que ilumina el patio vital de tu persona enferma, incapaz ahora de percibir tu preciosa vida, tan viva hasta hace poco.

      ¿Cómo es ese monstruo? Es grande, viscoso, palpitante, crece en horizontal y se desliza pringoso como el petróleo.

      ¿Cómo es ese monstruo? Es cobarde, se esconde detrás de la supuesta normalidad, de tu fachada, de tu talento, de tu hacer lúcido en todo lo que te propones.

      ¿Cómo es ese monstruo? Palpita y crece en cada una de las comidas que dejas de ingerir, en cada vómito, en cada maltrato a ti misma y a los demás, en tu mutismo conmigo, en cada «no».

      ¿Cómo es ese monstruo? Es mudable, se hunde en tus ojos tristes y en tu cuerpo dolido y tembloroso que se resiste a compartir los olores, antes estimulantes, que levitan de las cazuelas risueñas.

      El monstruo es pesante, se traga todas las risas que aún resuenan en casa y exige una atmósfera tensa y vacía.

      1. Diccionario médico-biológico, histórico y etimológico. Universidad de Salamanca. Reconozco que este primer punto de introducción adolece de falta de referencias y citas bibliográficas estrictas sobre los autores mencionados. Ello atiende a la intención de visitar diccionarios y evitar un estudio riguroso sobre la historia médica de esta enfermedad. El interés subyacente es resaltar que la llamada anorexia no es una «enfermedad moderna» como se pretende en ocasiones, sino que la patología se describe desde hace muchos siglos, como mínimo desde inicios de nuestra era.

      2. William Gull (1816-1890), médico británico, llamó a esta enfermedad «apepsia histérica», «anorexia histérica» y finalmente «anorexia nerviosa» (1873). Otras denominaciones se recogen en la interesante tabla histórica presentada en el estudio antropológico presentado por Mabel Gracia Arnaiz y Josep M.Comelles: Inedia Prodigiosa (1646), Nervus Atrophy (1694), Anorexia Mirabilis (1772), Apepsia Hysterica (1868), Anorexia Nervosa (1874), Anorexia Hysterica (1873), Mental Anorexia (1863), Self Starvation (1963), Pubertal Addiction to Thinness (1985) o Anorexia Multiforme (1990), esta en refencia ya a una enfermedad mediada socio-culturalmente. Mabel Gracia Arnaiz y Josep M.Comelles (Eds) No comerás. Narrativas sobre comida, cuerpo y género en el nuevo milenio. Icaria. Observatorio de la Alimentación, 2007. Con esta trayectoria: ¿Podemos decir que la anorexia es una enfermedad contemporánea de una sociedad acomodada?

      3. Historical evolution of the concept of anorexia nervosa and relationships with orthorexia nervosa, autism, and obsessive—compulsive spectrum. US National Library of Medicine. National Institutes of Health. 2016 Interesante consultar la tabla «Historical evolution of eating disorders spectrum», que registra una perspectiva histórica anterior a los DSM y se refiere a la anorexia como «self—starvation».

      4.


Скачать книгу