Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú. Betina Plomovic
«por el peso y la figura», «ideas culturales respecto a la salud y la belleza» o «ser perfeccionista», que quizá sean causas reales en determinadas personas diagnosticadas de anorexia. Se trataría del enfoque más popular que dice entender la anorexia como un trastorno de la conducta alimentaria, aunque su superficialidad resulta de alto riesgo para personas que están gravemente enfermas.
Otras definiciones ahondan en otros trastornos psiquiátricos, más consecuencia de ciertos tratamientos que la causa de la patología. Aunque más adelante profundizo en ciertas negligencia médicas, me urge solicitar que se frene el recurrente diagnóstico de depresión vinculado al de anorexia, pues sospechosamente el estado depresivo no fue un síntoma inicial sino que se diagnosticó tiempo después de haberse iniciado el tratamiento hospitalario.
Sigo encontrando más enfoques teóricos. Algunos observan desde la distancia y proponen causas difusas como «problemas alimentarios durante la primera infancia» —ahí surgiría la sombra materna—, causas genéticas, ambientales e incluso líneas totalmente novedosas como la investigada por la Dra. Laura Hill, de Ohio, que más adelante retomaré. Lo que es cierto, es que en todas las primeras definiciones de la enfermedad veo una fijación en el síntoma más evidente, lejos queda el concepto holístico de la medicina humana que refiere que la enfermedad se manifiesta en nuestras distintas dimensiones y requiere de un abordaje integral. Síntomas físicos —adelgazamiento, conducta alimentaria— se funden con síntomas psicoemocionales como el miedo o la ansiedad o inquietudes aún más intangibles, tales como cuestiones sobre culpabilidad o desintegración. Se van añadiendo las consecuencias de necesidades sociales como la atención continuada y la reorganización del día a día en una enfermedad interminable. Lamentablemente, esta medicina centrada en el ser humano resultó muy ausente en nuestra experiencia.
En la mayoría de las definiciones consultadas, la explicación es cerrada y resolutiva en torno a la confusión de los síntomas con la causa y defienden una propuesta terapéutica convencida. Escasean las referencias a que la anorexia aún es una enfermedad enigmática sin explicación definitiva y que, por ende, su intervención terapéutica es bien revisable. En los numerosísimos estudios que apuntan a las posibles causas de esta enfermedad, solo algunos no se focalizan exclusivamente en sus síntomas más obvios.
El sondeo por las definiciones de la enfermedad me revela cierto halo de incomprensión de la misma. Observo líneas de investigación que postulan premisas muy distintas y que de entrada acotan la definición de la enfermedad, y así sus causas y tratamiento. Por el momento, me surge la urgencia de atender y no maltratar a un ser muy frágil y fragmentado, que se está desmoronando. Es importantísimo entender su sufrimiento general y en especial el que también pueda surgir de la sensación de perder su valía al identificarse con su cuerpo, que además efectivamente percibe de forma distorsionada. Como asegura Eckhart Tolle10 refiriéndose a la persona que padece la enfermedad llamada anorexia: «Ya no ve su cuerpo. Lo único que ve es el concepto mental de su cuerpo». Su percepción estaría totalmente dominada por su identificación con la mente, una distorsión que, según Tolle, supondría «la intensificación de la disfunción del ego»: «Si la paciente pudiera mirar su cuerpo sin que interfirieran los juicios de su mente, o al menos reconocer esos juicios como lo que son en lugar de creer en ellos —o mejor aún, si pudiera sentir su cuerpo desde dentro—, eso iniciaría su curación».
Una definición de gran valor para mí es la expresada recientemente por mi hija: «La anorexia es un síntoma, significa simplemente “negación a comer”. Es como decir fiebre, no quiere decir nada por sí misma. Y no existe una razón, cada persona enferma ha llegado a la anorexia de una manera diferente, no se puede encasillar ni etiquetar como tanto les gusta a los psiquiatras. Mi experiencia no tiene nada que ver con la de nadie más, y no tengo la clave para nada. Está claro que el sistema no te da el espacio físico, mental, emocional ni espiritual para hacer un cambio, aun así no hay una receta universal de transformación. Cada uno lidia con sus propios dragones». Sin duda esta reflexión está refrendada por la autoridad de quien conoce muy bien la llamada anorexia. Interpela al respeto, a la humildad y a ser más consciente de que estamos hablando de una afección aún incomprensible.
Albergo la esperanza de que se llegue a comprender bien la enfermedad y se consiga un tratamiento idóneo para quienes la sufren y la acompañan.
7. Así se expresan desde la web del Stanford Children’s health. Lucile Packard Children’s Hospital. Stanford. Único hospital infantil en el norte de California, y una referencia en el país. https://www.stanfordchildrens.org/es/topic/default?id=anorexianerviosa-90-P05664
8. https://www.parcdesalutmar.cat/es/noticies/view.php?ID=866
9. Este trabajo fue realizado en honor de todos los niños con patología mental, recordando a los fallecidos en clara alusión a las altas tasas de suicidio. El diseño está inspirado en las ristras de muñecos de papel, y las figuras dándose la mano representan niños que han recibido ayuda en su enfermedad denominada mental. Los que estan solos, ya no están o permanecen esperando. La creatividad y las artes expresivas son un buen recurso para crear espacios estéticos donde despertar los sentidos y despetrificar la rigidez con algo distinto a los medicamentos. Además de su especial interés para profesionales. Salut Torné. Cosiendo lo invisible. Arteterapia y arpilleras en salud mental. Tesina de Arteterapia Transdiciplinar, 2010 (Trabajo no publicado y facilitado por la autora).
10. Eckhart Tolle (Alemania 1948). Sus dos libros icono han sido de gran ayuda para el equilibrio mental de muchas personas, en todo el mundo. Las citas son de Un nuevo mundo, ahora. RHM, 2006.
3. ANOREXIA, ¿QUIÉN TIENE LA CULPA?
Entre profesionales y según la vox populi de gente bien informada se sugiere con sorprendente frecuencia que la anorexia está vinculada con la relación —que se prejuicia patológica— entre la persona afectada y su madre. Como se confunde una enfermedad con una conducta de restricción de comida, es fácil deducir que lo vincular en trastornos de la alimentación se refiera indiscutiblemente al rol defectuoso de mamá, primera nodriza. Sin duda, la acusación es abrumadora y no existe madre que pueda liberarse de esta presunción de culpabilidad. ¿Y si la llamada anorexia no fuera un trastorno de la conducta alimentaria? ¿También sería entonces la madre la culpable?
Otros enfoques optan por también culpabilizar al padre y señalan etiologías tan dispares como la infancia marcada por la hiperprotección o el abandono. Surgiría entonces la cuestión sobre su debut selectivo, pues hasta la fecha no se enferman colectivamente todas las personas con los mismos condicionantes socioambientales ni hermanos con idénticos progenitores. ¿Todas las personas con diagnóstico de anorexia tienen una cuenta pendiente con sus padres? ¿Todas las personas con un encuadre vital deficitario de amor o con una experiencia infantil de abandono parental son susceptibles de padecer la llamada anorexia? Un ejercicio de sentido común asegura que ni el padre ni la madre, por muy torpes que seamos, somos la causa de la llamada anorexia de nuestros hijos al igual que no somos culpables de su dislexia, de su leucemia o de su brazo roto. Está claro que los padres formamos parte de la constelación familiar donde se origina la enfermedad y somos una de las referencias clave en la vida de nuestra prole, aunque existen muchos más factores en interacción.
Las premisas opuestas, tanto el abandono como la sobreprotección, me han sugerido siempre prudencia ante un fundamento poco sólido. Además, «es muy posible nacer y crecer dentro de una familia cariñosa y atenta y tener una infancia aparentemente normal, y aun así resultar traumatizado11». Parece ser que lo vivido es un constructo subjetivo de la realidad, edificado no solo con los hechos objetivos sino especialmente a partir de la experiencia vivencial de los mismos a través de nuestra sensibilidad, emociones o creencias, cuyo resultado se asemeja más a una versión que a un relato de hechos verdaderos. Todos acertamos en parte y todos adolecemos de la misma trampa de creer que estamos en lo cierto respecto al conjunto, pero la realidad es poliédrica