Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú. Betina Plomovic

Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú - Betina Plomovic


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modelo de gran impacto positivo en mi hija fue una clínica alemana que se dirigía a enfermedades psicosomáticas en adolescentes. Los pacientes podían salir al aire libre —de hecho era un paseo habitual cotidiano antes de desayunar y después de la temprana cena— o sentarse simplemente a reposar en un banco exterior y descansar bajo los árboles, realizar actividades artísticas para expresar lo que no podían argumentar, participar en psicodramas junto con sus familiares para poder estudiar lo vincular, trabajar creativamente a través del juego simbólico para dramatizar sus procesos y acceder a una más clara comprensión de los mismos o retarse a través de actividades en los espacios públicos —incluso escalar un rocódromo para retar el miedo o promover el dejarse ayudar— . Todo ello vestidos de forma cómoda y digna, no enfundados en batas o ropas raídas que comprometen la autoestima de cualquiera19. Las personas ingresadas, todas menores de edad, tenían cuidado de su espacio y de su propia ropa, accediendo a la zona de lavadoras. Mi hija era escuchada a diario por su médico y era atendida por terapeutas pedagogos —no psicólogos— que se implicaban en su plan personalizado y acompañaban su proceso. En este hospital la medicación era propuesta, informada y solo administrada con el conocimiento y la aceptación de la persona enferma. Según un reciente relato de mi hija: «En Alemania era mucho mejor con la medicación. Me explicaban todo y para qué servía. Y si me negaba, no me forzaban». Los pacientes interactuaban sin estar encarcelados y cuando eran dados de alta el recuerdo de su logro quedaba registrado como un testimonio de recuperación20, que se incorporaba físicamente en el camino de entrada como bienvenida a otros sufrientes. Este hospital forma parte de la red de salud alemana y ofrece un servicio optativo para los contribuyentes, por lo que una atención psiquiátrica de calidad al servicio de las personas no supone ningún privilegio sino es una alternativa general. Ni siquiera es más cara como demuestra que el modelo propuesto es optativo para los niños y adolescentes alemanes21, aunque es cierto que agota los ahorros de quienes no formamos parte de la seguridad social germana. Si en ese país es posible, existe la posibilidad de imitar sus buenas prácticas y expandir un nuevo modelo en intervención psiquiátrica que emule las intervenciones terapéuticas que ya se han validado como oportunas.

      La cuestión es que en este hospital alemán mi hija reaccionó. Por primera vez, me dijo, se sintió escuchada, se sintió persona respetada en su sufrimiento y en su proceso de enfermedad. Es cierto que después de este ingreso hubo otros, pero nunca más mi hija volvió a ser objeto y adoptó otra actitud más activa. Pudo tener el espacio para ir aprendiendo a tomar consciencia de su patología y de que debía transitar un largo y doloroso camino si deseaba curarse.

      Mi Diario

      Saliendo de un hospital en Alemania

      Hoy es once de octubre del dos mil trece. Hoy le dan una nueva alta hospitalaria a mi hija. La primera alta alemana, después de tres meses intensivos. Tres meses de paseos, de prohibiciones, de retos, de incógnitas, de intervenciones, de meetings y de amables capuccinos en el sofá destinado a la familia. Un espacio de colores, un edificio singular en un pueblo de cuento donde nada vibra más allá del silencio y las campanas de la iglesia. Niños y jóvenes entrando y saliendo de la clínica, tratamientos breves e intensos, paso a proyectos de intervención posthospital, dinamismo y operativa para reinsertar a estos jóvenes en la normalidad de una vida que insisten en no saber navegar.

      Estoy aguardando en la sala de espera. Orden en cada sala, cada una tiene su naturaleza, objetivo y actividad. Tras una sesión con el director médico, ya conocemos los siguientes pasos de intervención y de tratamiento ambulatorio para ti. Mi duda detonó su «it’s burnt» contundente, aun así me permitió valorar que hasta ahora nada había funcionado para ti y que esta era una nueva oportunidad.

      Respiro, silencio, esperanza.

      Desde hoy estarás con una profesional que pone a tu disposición un setting terapéutico de desinternamiento hospitalario. Visitas, contactos, preguntas, más viajes, nuevos retos.

      Esta es la agitación conceptual, los pasos escritos, el camino describible. En el fondo están los sentimientos, las emociones, las preguntas no formuladas, y las sensaciones ocultas relacionadas con experiencias del pasado o con proyecciones hacia un futuro desconocido.

      Sentada, cansada, esperanzada y frustrada a la vez, espero en la sala de espera de la entrada del hospital.

      Hace un rato te acompañé a tu habitación a recoger tu maleta, carpetas, bolsas que nunca han llenado un espacio de dormitorio, que para ti siempre estuvo medio vacío o a medio llenar. Contraste con la zona de tu compañera de habitación, que rebosó su zona de objetos y de ropas, que reposan encima de su cama y se desbordan sobre el suelo de superficie lisa y plástica. Colores amortiguados.

      Cuando lo has tenido todo recogido, me daba la sensación de que aún estaba todo en su lugar, como ayer, como las últimas semanas. Permanecía la misma sensación de vacío, de que nada existe, de austeridad, de que no necesitas nada.

      Hemos recogido las bolsas y hemos cruzado por última vez el pasillo que da al patio, y llamamos al interfono para que nos abrieran la puerta de salida. Mi marido nos espera jugando con un niño—paciente al ping pong, y solas tú y yo hemos ido hasta el coche alquilado para acomodar tu minúscula casa ambulante, que durante tres meses te ha proveído de todo el refugio que dices necesitar. Después hemos regresado a la clínica, y de nuevo me he sentado en la sala de espera mientras mi marido continúa su partida. Y tú, hija, has entrado en la «cantina» —así se llama el comedor del hospital donde se reúnen los pacientes, nada de comidas solitarias en bandeja —, donde vas a deglutir tu siguiente ingesta, la de las once de la mañana.

      Permanezco tranquila, serena, esperando. Me pregunto qué te sucede interiormente, hija. Cómo te sientes, qué te pasa, qué quieres, qué necesitas, qué interpretas, qué anticipas.

      Ahora regresas, y los tres marchamos a acompañarnos a un nuevo reto.

      Sin embargo, el tránsito estuvo repleto de batallas con el monstruo. Cuando parecía que mi hija empezaba a tomar las riendas saludables en su vida, en algún momento se resquebrajaba todo lo construido y de nuevo ninguna ayuda era suficiente. Entrábamos en una rotación desgastante de ingreso y recuperación de peso para llegar a una nueva alta médica e iniciar un nuevo proceso más o menos ágil de depauperación, que sosteníamos al límite evitando un nuevo ingreso que se imponía una y otra vez. Cada vez que me sentaba tristísima en las sillas de plástico de urgencias me imaginaba que sería el último ingreso, sabiendo que vendrían acuerdos llenos de pactos y otras veces en franco conflicto abierto con una hija tozuda y retadora, que me chillaba porque por mi culpa no se podía morir. Vivimos épocas agotadoras que crispaban y agotaban todos mis recursos y casi todos mis ánimos. Vivíamos al borde de lo irresistible.

      Diario

      Estimada hija, te dejé una carta, ojalá pueda acompañarte.

      Otra vez en una cama de hospital.

      Mi vacío en el estómago se revela, se compacta, se intensifica.

      Rabioso, no se puede consolar.

      Seis, siete, ocho, nueve, diez. Y cinco días más.

      Cansancio.

      Frustración.

      Silencio.

      Angustia.

      Sonidos de máquinas.

      Pasillos de hospital.

      Espera.

      Consulta.

      Doctoras.

      Camas móviles.

      Sábanas.

      Silla de ruedas.

      Afortunadamente encontramos personas que nos arropaban y comprendían la terrible pesadilla que vivíamos. Nos dejamos aconsejar por profesionales y conocimos otros centros hospitalarios gestionados por modelos de intervención que se centraban en la persona y le acompañaban, y despacio pudimos distanciarnos de los daños secundarios provocados por el aislamiento en unidades psiquiátricas. Encontramos médicos y terapeutas que efectivamente ayudaron a mi hija a gestionar sus conflictos


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