Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú. Betina Plomovic
e intentar resolver una terrible situación, el mal sueño de toda madre, la frustración máxima de ofrecer reiteradamente salidas a una hija adolescente que ha decidido morir a cámara lenta, día tras día anunciándome que nada ni nadie puede ayudarla porque su macabra decisión de acabar consigo misma está en marcha irreversible. Primero dejó de hablarme. Después dejó de comer. Seguidamente dejó sus amigas y sus estudios. Pronto se desinteresó de cuidar su imagen, sus relaciones, su espacio activo en el mundo. Algo así como una atrofia vital se apoderó de ella y su falta de respeto por sí misma la recluyó en la isolación reiterada en salas de hospital. Un cuerpo menguado, insostenible, cubierto por una ropa holgada, como si nadie la habitara, repite como un mantra que quiere morirse, que nadie le interfiera, que se va.
Una lucha estéril entre el amor incondicional de salvarla y la militante decisión de morir. Mientras, pasan los años y la vida de la adolescente se desdibuja entre la bruma del no hacer nada más que esperar que su masa corporal merme hasta la caquexia, que todo se acabe, que nadie la moleste, que pueda finalmente celebrar el éxtasis de su desaparición.
Cada vez que salgo del hospital, mi mente planea nuevas iniciativas, crea opciones, imagina seducirla con paisajes vitales desconocidos para expandir sus horizontes, como dibujarle la oportunidad de viajar, comprometerse —de verdad— en algo solidario, sentir otros aromas, conocer otras realidades, abrir su vida adulta aún por estrenar. Me escucha como cuando en un primer viaje a la India nos sorprendió escuchar el tamil, algo así como una música, un movimiento, una presencia de otro mundo: me responde como si hubiera presenciado una performance, sabiendo que su realidad es otra.
En ocasiones me pide ayuda. Entonces se movilizan todas mis células para estar disponible, para escucharla, para proporcionarle aquello que necesita: un cambio, un libro, aceptarle servilmente su sistema obsesivo de pesar y controlar absolutamente cada una de las calorías que ingiere, una matrícula de estudios, un nuevo círculo de amistades, paseos diarios por el parque, renovar sus viejas ropas por las camisetas más baratas del mercado, comprar un abono de transporte para que salgan a cuenta sus innumerables viajes a la ciudad donde pasa desapercibida su alocada carrera para perder peso. Cualquier cosa es aceptada como depósito de garantía de que viva un poco más, de alguna manera resuena a que hay algo que le interesa y que quizá es suficientemente preciado para enlazarla a la vida. Le digo que estoy, que no está sola, que nadie está solo, que todos necesitamos apoyo en la resolución de nuestros conflictos y carencias. Le digo que la quiero, que estaré para acompañarla siempre que lo necesite. Ella lo sabe, y su silencio le permite sedimentarse en su poder absoluto, en su loca creencia de que su propia sentencia de muerte es el fracaso de los demás, de todos los que la acompañamos y pretendemos retenerla, para que no se vaya aún.
Propuesta tras propuesta es aceptada, y con diligencia preparo requisitos, matrículas, espacios, pregunto, escribo, viajo y acuerdo cada una de las opciones que, en algún momento, ella ha aceptado. Una tras otra las opciones se esperan, se marchitan, se desaprovechan, se destruyen. En el fondo aparece su control, su poder devastador, su incontrolable sarcasmo de que no hay nada que vaya a hacerle cambiar de opinión, ni ninguna ayuda suficientemente efectiva y tentadora que le desvíe de su intencionada idea de deslizarse en su muerte prematura, si los demás la dejamos.
De manera sigilosa el hospital se ha transformado en su vivienda principal, donde cada vez más se estabiliza su vida. Se pasó la época del primer ingreso y los sucesivos reingresos a través de la puerta giratoria. Ahora su vida transcurre desde un control más suave a la invasora sonda nasogástrica, quizá en ocasiones conectada a aparatos de control vital.
Y de nuevo me surge ofrecer más opciones. Ahora le ofrezco mi enfado, mi frustración y mi incomprensión. Le digo que tiene salida, y ella me contesta que ya lo sabe, pero que no quiere otra vida que la que tiene: una vida terminal. Entonces le escribo, le hago un dibujo, le fabrico algo que le promueva un cambio, que deshiele su extrema rigidez, que tambalee su trono, que me mire, que vea más allá de su propio límite. Es un diálogo imposible, una literal pérdida de tiempo acorde a la desesperación por intentar algo más cuando la sentencia es ya inapelable. Ella intentará llevar al extremo su actuación, y cada vez que mejore boicoteará su estado para empeorar lo más rápido y dramáticamente posible. Y así demostrar que su poder es imbatible. Entonces, entonces me pedirá ayuda, y yo caeré de nuevo en la fiebre de complacerla donde sea o como sea, entusiasmada por haber llegado al final de su locura. Entonces, entonces, ella una vez más me escuchará y aceptará mi actuación hasta que tenga ante sí una solución elaborada, cuidadosamente construida, disponible para ella. Entonces, entonces me dirá que no la quiere y en su enfado veré la sonrisa de su monstruosa enfermedad burlándose de mí, en su juego de quererme cerca para destruirme lo más que pueda.
Siguiendo con mi incansable búsqueda, mucho más tarde accedí a explicaciones desde la Medicina Tradicional China43, que aplica la acupuntura y se centra en restablecer el equilibrio del cuerpo y reconectar la mente, el cuerpo y el espíritu en su correcta relación, ya que se considera que el llamado trastorno alimentario se ha desatado por un desequilibrio en múltiples sistemas de energía. Resulta un paradigma muy interesante, en cuanto los trastornos alimentarios son patologías complejas que afectan a todos los niveles del ser, con manifestaciones físicas, desequilibrios emocionales, inseguridades mentales y desafíos espirituales. Su propuesta es permitir la intervención de la acupuntura y la medicina herbaria china junto con el asesoramiento nutricional y la psicoterapia, en línea y cooperación para facilitar herramientas de curación a las personas afectadas. Me resultó tan de ayuda una de estas fuentes, que me atrevo a compartir mi propia traducción del texto, en inglés en el original44:
Uno de los sistemas de energía más comúnmente desequilibrado en un trastorno alimentario es el del bazo y el estómago: representan el elemento Tierra, y una energía de conexión a tierra y de estar centrado. Analizarse demasiado, pensar obsesivamente y preocuparse por la imagen corporal a menudo son indicativos de una debilidad energética de la Tierra. El bazo y el estómago también son nuestra primera línea de procesamiento de alimentos, tanto en la forma física como en una miríada de formas emocionales y espirituales. Cuando las energías de ambos órganos son débiles, no podemos recibir alimento en ninguna de sus formas. Para un paciente con un trastorno alimentario, este es obviamente un círculo vicioso, ya que privar al cuerpo de nutrición física hace que la energía del bazo/estómago sea mucho más débil y mucho menos capaz de aceptar la alimentación emocional. El tratamiento con acupuntura y hierbas puede ayudar a fortalecer esta energía de la Tierra, nuestro centro y nuestro núcleo, para preparar el cuerpo y la mente para aceptar el alimento que merecemos. A nivel físico, este desequilibrio descrito en el bazo y estómago puede manifestarse como hinchazón, náuseas, estreñimiento, diarrea, reflujo, menstruación irregular en mujeres y fatiga inquebrantable, todos los síntomas físicos comunes que experimentan los pacientes con trastornos alimentarios. Otro centro de energía en el que frecuentemente se ven problemas en casos de trastorno alimentario es el sistema de energía del hígado. Los sistema de hígado y vesícula biliar representan el elemento madera, y son una encarnación de la expansión, el crecimiento, la planificación y el movimiento hacia afuera. El hígado controla los ojos y cómo nos vemos. La dismorfia corporal y la imagen corporal distorsionada son síntomas de un desequilibrio en el sistema hepático. La energía de la madera, como el crecimiento de árboles y plantas, es de movimiento hacia arriba y hacia afuera. Es lo que nos permite planificar para el futuro, establecer metas, forjar relaciones, encontrar el coraje para salir de nuestras zonas de confort. Cuando están fuera de balance, los pacientes experimentan cambios difíciles de visualizar y establecen metas, síntomas de ansiedad social, depresión y frustración consigo mismos o con los demás. Los síntomas físicos de un desequilibrio hepático incluyen tensión y tensión muscular, dolores de cabeza y períodos dolorosos. Por lo tanto, el tratamiento con acupuntura y hierbas funciona para calmar las energías del hígado y vesícula biliar, y colocar al paciente en una posición en la que esté listo para dar el siguiente paso en su curación. Debido a que la naturaleza de los trastornos alimentarios requiere que múltiples niveles de nuestro ser se vean afectados, la mayoría de las veces, los centros de energía adicionales también están fuera de balance. La medicina tradicional china trabaja para pintar una imagen de dónde está el paciente, en mente, cuerpo y espíritu, en ese momento particular en el