Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú. Betina Plomovic
su silencio? ¿A acompañar su sufrimiento desde donde está ella, sin indignarse porque su respuesta no es la que usted desea?».
También resulta sorprendente cómo el cuerpo al que se intenta alimentar es, a su vez, un cuerpo desatendido y ausente en el tratamiento. No existe una escucha al cuerpo, un cuidarle, un ejercitarle, un diálogo. Se le alimenta como si no formara parte de la persona y se olvida estimularlo o vestirlo con afecto. Los días son para permanecer quietos en un espacio cerrado, sin un solo momento para sentir el aire fresco o el sol sobre la piel.
Miedo al cuerpo (…). Quien no tiene más que una consciencia fragmentaria y fugitiva de su cuerpo, quien únicamente lo conoce desde su exterior, se ve obligado a pegar una etiqueta en el embalaje y el término que cree justo para describirse coincide precisamente con el que le asusta por encima de todo.
Thérèse Bertherat
Así, pocas semanas más tarde ya no reconocía a mi hija junto a otros enfermos adormecidos todo el día o a ratos realizando alguna actividad manual de forma autómata. Como alexitímicos, en ropas raídas o en batas idénticas permanecían sentados durante todo el día, días y días sin sentir nada. Todo se centra en estar al servicio de una enfermedad, que engulle cada vez más. Nada confluye para estimular la salud. El cuerpo tiene sus razones, como decía Thérèse Bertherat16, pero es un gran ausente en la terapia. Y sin sentir no se puede crear otras realidades.
Otro tema es lo referente a la irrupción de los fármacos. En referencia al asunto de medicar la anorexia no existe consenso médico, aun así transcurrido un tiempo desde el ingreso —nunca a inicio de la hospitalización— se impone un tratamiento farmacológico que no se explica ni se justifica. Resulta un tema de importantísimas implicaciones, que retomo en el apartado que reflexiona sobre el decisivo poder de la industria farmacéutica en psiquiatría17 en particular, y en general en la vida de las personas «normales».
Muchos tratamientos abogan por medicar como protocolo, una vez pasado un tiempo, pero otros equipos médicos cuestionan los medicamentos para la llamada anorexia. Así, el especialista en psiquiatría Dr. Joaquín Díaz Atienza afirma18: «Efectivamente, no hay ningún tratamiento “específico” farmacológico para la anorexia nerviosa. La mirtazapina, que yo mismo suelo prescribir cuando hay alteración del sueño, está indicada pero con la intención de mejorar la patología del sueño, indirectamente algo el apetito y si hubiera síntomas depresivos, mejorar el estado de ánimo. Es decir, es un tratamiento solo sintomático». Aun el cuestionamiento sobre la medicación, es cierto que «la única salida a largo plazo consiste en normalizar el peso, teniendo en cuenta lo que sería su peso ideal y, normalmente, quedándonos en un 10-15 % por debajo del mismo. Nunca menos y, por supuesto, con normalización de la regla. Esta situación ponderal hay que mantenerla en el tiempo ya que contribuye muy significativamente a mejorar todos los aspectos cognitivos relacionados con la imagen corporal, así como la obsesividad». Cierto, es obvio que un infrapeso de gravedad es un objetivo urgente. Totalmente de acuerdo en «que solo a través de la recuperación del peso y de un mínimo de normalización de la ingesta alimentaria, se podrá salir de ella». Por supuesto, necesitamos una masa corporal determinada para transitar la tierra. Sí, pero ¿qué conduce a esta situación de inanición autoimpuesta y por qué se reproduce? ¿Son necesarios los medicamentos para curar la llamada anorexia u otra enfermedad llamada «mental»? En la misma referencia, el Dr. Díaz Atienza se refiere al asunto clave: «En los casos muy resistentes, lo que se propone es la hospitalización hasta conseguir que la paciente tome conciencia de enfermedad y se produzcan los cambios motivacionales suficientes para poder generar un mínimo de adherencia al tratamiento ambulatorio. Mientras esto no suceda lo único a lo que estamos dando lugar es a una cronificación del trastorno». Efectivamente, parte de las personas diagnosticadas de anorexia acatan la intervención terapéutica y mejoran. Pero otras personas siguen agravándose ante protocolos totalmente inútiles para ellas y a pesar de la quimioterapia. Quizá me refiera a los casos que se registran en tristes estadísticas de no supervivencia —por fallo orgánico o por suicidio— porque su gravísima enfermedad es otra que la descrita y resulta totalmente incomprendida por el sistema médico, por lo que no reciben un tratamiento adecuado.
Sobre la mala praxis en los hospitales referida a la medicación, aporto una reciente reflexión de mi hija. Escucharla me revuelve el estómago:
En el desayuno te encuentras el enfermero con un vaso lleno de pastillas. Cuando le preguntas qué es, te dice que si quieres discutir de medicación tienes que hacerlo con el psiquiatra, que él no puede decirte nada. Por su parte, el psiquiatra nunca quiere hablar de medicación y ni siquiera te explica qué te ha prescrito. ¡Ah! Y lo mejor es que no te puedes negar, si te niegas te la inyectan o te atan o lo que sea, pero lo que dice el psiquiatra «va a misa». Yo sé que en algún momento me han dado antipsicóticos y todo, aparte de mil tipos de antidepresivos y ansiolíticos y mierdas. Un tiempo estuve tomando una mierda que se llama Zyprexa en una cantidad muy elevada, que me hacía dormir todo el día. Entonces me obligaban a levantarme, en el Hospital Parc Taulí, y no podía hacer nada porque estaba muy cansada. Y esto continuó cuando estaba ingresada en el centro de ITA, donde había una «terapia» (muy entre comillas) de grupo, y me tenía que poner de pie para sostenerme y aun así me dormía por los efectos de la medicación, que seguro no necesitaba.
Estoy convencida de ciertos efectos secundarios muy nocivos de la medicación psiquiátrica, algunos de los cuales provocan graves daños. Cuando los efectos son patentes, en vez de dejar de intoxicar a quien la recibe, se sigue la dosis y se administra otra droga para que reduzca el efecto secundario de la primera. Efectivamente, en una ocasión mi hija sufrió también esta praxis médica, y transcribo de nuevo sus palabras:
El problema muscular que tuve fue una distonía. Es un efecto secundario de algunas medicaciones —no sé cuál exactamente, porque nadie me informaba de nada, probablemente algún tipo de antidepresivo—. Evidentemente, nadie me avisó de lo que podría ocurrirme. Me empezó cuando tú estabas de visita, yo pensaba que era un tirón. Cuando te fuiste no podía poner el cuello recto y me dolía porque los músculos estaban muy tensionados. El enfermero me preguntó qué hacía con la cabeza así, y le dije que no la podía mover. Me dio una pastilla y mejoré un poco, pero al cabo de unos minutos volví a empeorar y entonces me inyectó algo. Me dijo que era un posible efecto secundario de una medicación. En vez de sacarme la medicación, la continuaron y añadieron otra para prevenir la distonía. (…) En el hospital yo intentaba esconder la medicación y no tomármela, pero me revisaban la boca y a veces era difícil. En casa nunca tomé la medicación prescrita. No creo que la medicación o la falta de medicación hubiera podido cambiar nada.
Sigo con las vicisitudes a lo largo de esos años. El primer ingreso hospitalario de mi hija no trató su enfermedad, se centraba en su índice de masa corporal. Como en los primeros estadíos de la enfermedad no existía infrapeso, semanas más tarde nos entregaron un alta y salimos del hospital con el mismo problema, pero un poco más cronificado. Buscamos enseguida asistencia en un modelo pionero que se declaraba como ITA / Instituto de Trastornos Alimentarios y que forma parte de la red privada de salud de nuestra zona. Con frustración observamos el mismo tratamiento punitivo a unos precios exagerados ofreciendo el mismo modelo terapéutico del sistema público de salud. Seguíamos confiadas en encontrar otros abordajes que escucharan la necesidad de mi hija. Aun así no fue fácil. Conocimos otras clínicas de día y también terapeutas empáticos y profesionales, pero sin acceso a centros de salud cuando el peso se tornaba realmente comprometido y no permitía seguir una vida normal con tratamiento ambulatorio. Todo lo instituido estaba enfocado a «luchar contra la enfermedad».
Después de reiterados reingresos hospitalarios accedimos a otros enfoques terapéuticos, cada vez más en la línea holística que buscábamos. Mi pregunta sin respuesta es cómo se hubiera beneficiado mi hija si hubiéramos accedido a ellos desde el primer momento: un condicional imposible, que solo me anima compartirlo por si alimenta el cuestionamiento de algún profesional y amplía la esperanza de alguna familia en un tránsito similar. Apuesto a que un ejercicio de reflexión y replanteamiento terapéutico podría replicar en modelos más útiles de tratamiento. Y un ejercicio de eficiencia conseguir no incrementar gastos. Abogo a que todas las personas tengan acceso a los tratamientos