Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú. Betina Plomovic

Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú - Betina Plomovic


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su silencio? ¿A acompañar su sufrimiento desde donde está ella, sin indignarse porque su respuesta no es la que usted desea?».

      También resulta sorprendente cómo el cuerpo al que se intenta alimentar es, a su vez, un cuerpo desatendido y ausente en el tratamiento. No existe una escucha al cuerpo, un cuidarle, un ejercitarle, un diálogo. Se le alimenta como si no formara parte de la persona y se olvida estimularlo o vestirlo con afecto. Los días son para permanecer quietos en un espacio cerrado, sin un solo momento para sentir el aire fresco o el sol sobre la piel.

      Miedo al cuerpo (…). Quien no tiene más que una consciencia fragmentaria y fugitiva de su cuerpo, quien únicamente lo conoce desde su exterior, se ve obligado a pegar una etiqueta en el embalaje y el término que cree justo para describirse coincide precisamente con el que le asusta por encima de todo.

      Thérèse Bertherat

      Sobre la mala praxis en los hospitales referida a la medicación, aporto una reciente reflexión de mi hija. Escucharla me revuelve el estómago:

      En el desayuno te encuentras el enfermero con un vaso lleno de pastillas. Cuando le preguntas qué es, te dice que si quieres discutir de medicación tienes que hacerlo con el psiquiatra, que él no puede decirte nada. Por su parte, el psiquiatra nunca quiere hablar de medicación y ni siquiera te explica qué te ha prescrito. ¡Ah! Y lo mejor es que no te puedes negar, si te niegas te la inyectan o te atan o lo que sea, pero lo que dice el psiquiatra «va a misa». Yo sé que en algún momento me han dado antipsicóticos y todo, aparte de mil tipos de antidepresivos y ansiolíticos y mierdas. Un tiempo estuve tomando una mierda que se llama Zyprexa en una cantidad muy elevada, que me hacía dormir todo el día. Entonces me obligaban a levantarme, en el Hospital Parc Taulí, y no podía hacer nada porque estaba muy cansada. Y esto continuó cuando estaba ingresada en el centro de ITA, donde había una «terapia» (muy entre comillas) de grupo, y me tenía que poner de pie para sostenerme y aun así me dormía por los efectos de la medicación, que seguro no necesitaba.

      Estoy convencida de ciertos efectos secundarios muy nocivos de la medicación psiquiátrica, algunos de los cuales provocan graves daños. Cuando los efectos son patentes, en vez de dejar de intoxicar a quien la recibe, se sigue la dosis y se administra otra droga para que reduzca el efecto secundario de la primera. Efectivamente, en una ocasión mi hija sufrió también esta praxis médica, y transcribo de nuevo sus palabras:

      El problema muscular que tuve fue una distonía. Es un efecto secundario de algunas medicaciones —no sé cuál exactamente, porque nadie me informaba de nada, probablemente algún tipo de antidepresivo—. Evidentemente, nadie me avisó de lo que podría ocurrirme. Me empezó cuando tú estabas de visita, yo pensaba que era un tirón. Cuando te fuiste no podía poner el cuello recto y me dolía porque los músculos estaban muy tensionados. El enfermero me preguntó qué hacía con la cabeza así, y le dije que no la podía mover. Me dio una pastilla y mejoré un poco, pero al cabo de unos minutos volví a empeorar y entonces me inyectó algo. Me dijo que era un posible efecto secundario de una medicación. En vez de sacarme la medicación, la continuaron y añadieron otra para prevenir la distonía. (…) En el hospital yo intentaba esconder la medicación y no tomármela, pero me revisaban la boca y a veces era difícil. En casa nunca tomé la medicación prescrita. No creo que la medicación o la falta de medicación hubiera podido cambiar nada.

      Sigo con las vicisitudes a lo largo de esos años. El primer ingreso hospitalario de mi hija no trató su enfermedad, se centraba en su índice de masa corporal. Como en los primeros estadíos de la enfermedad no existía infrapeso, semanas más tarde nos entregaron un alta y salimos del hospital con el mismo problema, pero un poco más cronificado. Buscamos enseguida asistencia en un modelo pionero que se declaraba como ITA / Instituto de Trastornos Alimentarios y que forma parte de la red privada de salud de nuestra zona. Con frustración observamos el mismo tratamiento punitivo a unos precios exagerados ofreciendo el mismo modelo terapéutico del sistema público de salud. Seguíamos confiadas en encontrar otros abordajes que escucharan la necesidad de mi hija. Aun así no fue fácil. Conocimos otras clínicas de día y también terapeutas empáticos y profesionales, pero sin acceso a centros de salud cuando el peso se tornaba realmente comprometido y no permitía seguir una vida normal con tratamiento ambulatorio. Todo lo instituido estaba enfocado a «luchar contra la enfermedad».

      Después de reiterados reingresos hospitalarios accedimos a otros enfoques terapéuticos, cada vez más en la línea holística que buscábamos. Mi pregunta sin respuesta es cómo se hubiera beneficiado mi hija si hubiéramos accedido a ellos desde el primer momento: un condicional imposible, que solo me anima compartirlo por si alimenta el cuestionamiento de algún profesional y amplía la esperanza de alguna familia en un tránsito similar. Apuesto a que un ejercicio de reflexión y replanteamiento terapéutico podría replicar en modelos más útiles de tratamiento. Y un ejercicio de eficiencia conseguir no incrementar gastos. Abogo a que todas las personas tengan acceso a los tratamientos


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