Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce
cualquier conflicto interno. Denunció que los capitalistas americanos tenían la fuerza para impulsar una acción que “destruirá la última esperanza de México para una existencia nacional […] revolución significa intervención; intervención significa aniquilación; por tanto, revolución significa aniquilación” (Scott County Kicker, 16 de julio de 1910: 9). También declaró que, si estallaba una revolución, podría interpretarse como una conspiración de Wall Street para ampliar su influencia continental.
Durante los primeros meses de 1910 se vivió un clima de agitación política como consecuencia del proceso electoral presidencial; pese a ello, la paz y estabilidad era incuestionable, México seguía considerándose un ejemplo continental. La American Press Asociation declaró en un mensaje editorial que “el gobierno de México es hoy muy diferente de lo que era cuando este estado vivía en estado revolucionario, aún común en América Central. Había un tiempo cuando no era seguro para nadie en este turbulento país. Fue entonces cuando los bandidos florecían” (Montour American, 14 de abril de 1910: 8). Pero con el transcurso de los meses se desmoronó el optimismo estadounidense sobre México, ante la posibilidad de que el conflicto político desembocara en un estallido armado. Las noticias sobre la situación mexicana fueron contradictorias entre los principales diarios estadounidenses; algunos auguraron un negro desenlace para el maderismo, mientras otros lo consideraban el principio de la caída de Díaz.
En resumen, por casi un siglo (desde principios del siglo xix hasta el estallido revolucionario) la diplomacia entre Estados Unidos y México se centró en atender y resolver todas las controversias que había entre los ciudadanos de ambas naciones. El vigor de las relaciones fue consecuencia de una agitada relación diplomática, la cual a principios del siglo xx alcanzó un grado de madurez que ni siquiera un conflicto electoral interno parecía perjudicarla.
Aun cuando la amenaza revolucionaria estaba presente, los cuerpos diplomáticos de Estados Unidos y México mantuvieron una relación estable, pues una interrupción de sus relaciones impactaría en la interdependencia económica y social. Mientras en el norte de México se alzó el maderismo, el gobierno de Díaz procuró atender las promesas, deudas y reclamos formulados por grupos de interés extranjeros. No obstante, entre algunos sectores populares permeó una actitud nacionalista que rechazó cualquier acuerdo con los gobiernos extranjeros, y se tradujo en motines y ataques violentos hacia la población extranjera.
Miradas desde Estados Unidos: entre la barbarie y la incertidumbre
El 8 de noviembre de 1910 una turba de pobladores de la Ciudad de México atacó con piedras las instalaciones del diario The Mexican Herald,12 manifestación que requirió la intervención policiaca porque se temía que impulsara un motín. Este acto causó un escándalo diplomático, pues las oficinas del diario afectado se ubicaban a espaldas del Consulado General de Estados Unidos, por ello el cuerpo diplomático se sintió amenazado (véase imagen 1).
Imagen 1. Croquis enviado por Arnold Shanklin al secretario de Estado mostrando la ubicación del Consulado General estadounidense y The Mexican Herald. Ciudad de México, 27 de mayo de 1911.
Fuente: nara, M275, 812.00, p. 2048.
Los disturbios fueron consecuencia de las noticias que circularon sobre la nula acción gubernamental ante el linchamiento de Antonio Rodríguez en Rock Springs, Texas, el 3 de noviembre de ese mismo año. Este mexicano fue golpeado y quemado tras ser acusado del asesinato de su esposa, una ciudadana estadounidense. Las protestas que se organizaron en México por este caso alcanzaron tintes de violencia, pues se vandalizaron algunas propiedades estadounidenses como muestra de repudio. Algunos sectores de la prensa extranjera difundieron la noticia de los disturbios y acusaron a algunas publicaciones mexicanas, como el Diario del Hogar, de hacer declaraciones xenófobas, caricaturizando en sus páginas a los estadounidenses como “gigantes del dólar, pigmeos de cultura y bárbaros blancos del norte” (The Arizona Republic, 10 de noviembre de 1910: 1).
Las persianas de muchos negocios, tanto mexicanos como estadounidenses, cerraron a toda prisa ante el estallido de las protestas. Aunque no se tuvo noticia de muertos o heridos, el embajador David Eugene Thompson exigió respuesta de las autoridades, pues la turba dejó “insultos a la bandera americana, y asaltos hechos abiertamente contra ciudadanos americanos en las calles […] ventanas de una docena de negocios americanos rotas” (The Arizona Republic, 10 de noviembre de 1910: 1). Estas noticias llegaron por vía telegráfica a Washington, con el fin de que el cuerpo diplomático fuese instruido sobre cómo proceder.
Durante la noche del 9 de noviembre nuevamente se organizaron protestas en las calles de la capital mexicana; en esta ocasión las oficinas del diario El Imparcial13 fueron el objetivo de la turba. Igual que el día anterior, la multitud apedreó el edificio, y una vez que se rompieron las puertas, esta se abalanzó a su interior. El primer piso quedó devastado; se atacaron las oficinas editoriales “abriendo las puertas con maderas pesadas [a manera de arietes] y esparciendo los restos” (The Arizona Republic, 10 de noviembre de 1910: 1).
Horas más tarde, un grupo de estudiantes de la Escuela Nacional de Medicina reunidos en la Alameda Central lanzaron algunas injurias contra los extranjeros y marcharon por la avenida San Francisco hasta llegar a algunos negocios de propiedad estadounidense. Al intentar saquear algunos establecimientos derribaron y mancillaron una bandera estadounidense izada en el frente de una dulcería. Esta escena fue relatada con detalle en el Diario del Hogar un día después.
Las noticias describieron a una multitud furiosa y sin control, destacando “muchas personas ondeando la bandera hecha harapos” (The Arizona Republic, 10 de noviembre de 1910: 1). El contingente se nutrió de personas que iban caminando, lo que llevó al descontrol de la multitud que exacerbó las muestras de xenofobia afuera del Departamento de Relaciones Exteriores. Los manifestantes a su paso apedrearon las ventanas del hotel San Francisco, y una docena de mexicanos se enfrentó a golpes contra Jack Davis, un mecánico estadounidense que impidió que “intentaran romper el techo de su automóvil y que entraran a su establecimiento” (The Arizona Republic, 10 de noviembre de 1910: 1). El resultado de la pelea fue de varios mexicanos noqueados sobre la acera y la expulsión de la turba del taller. Otros asaltos que destacaron fueron los sufridos por William Marshall, empleado de los Ferrocarriles Nacionales de México, y John Vajen Wilson, hijo del embajador Henry Lane Wilson; ambos fueron atacados a pedradas al ser sorprendidos mientras caminaban por las calles de la capital, como consecuencia Marshall quedó malherido por un golpe contundente en la cabeza.
También la furia de las piedras se descargó al paso de un tranvía procedente de una escuela americana local, que tuvo como consecuencias “un niño golpeado y severamente herido. Las ventanas del carro fueron destrozadas” (The Arizona Republic, 10 de noviembre de 1910: 10). En el trayecto final de la marcha, se unió al contingente el gobernador de la capital, Guillermo de Landa y Escandón, quien, aunque amonestó a los manifestantes por la violencia, les externó su simpatía y les pidió retirarse a sus casas.
Como resultado del tumulto, al día siguiente se reportó una cantidad indefinida de detenidos, así como un manifestante muerto a manos de la caballería local. La violencia en la Ciudad de México causó una fuerte indignación en la embajada estadounidense, particularmente por la parca reacción de las autoridades locales y la explícita simpatía del gobernante. El embajador Wilson envió una nota de reclamo a las oficinas de Relaciones Exteriores de México, en la que expresó su decepción pues pese a que “su oficina advirtió con antelación de las manifestaciones, las autoridades mexicanas no tuvieron, o parecieron no tener intención de actuar” (The Arizona Republic, 10 de noviembre de 1910: 10).
En respuesta, el ministro de Relaciones Exteriores, Creel, declaró que se castigarían a los culpables de insultar a la bandera estadounidense, además de asegurar especial protección a los negocios que lo requirieran. El 11 de noviembre, Wilson llamó a la población estadounidense en México para que estuviese alerta ante cualquier posible acto de violencia. Días después Wilson afirmó su confianza sobre la capacidad del gobierno mexicano para extinguir cualquier otro disturbio. Para Wilson los disturbios parecían terminar, sin embargo, solicitó insistentemente se castigara