Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce
estadounidense esperaron que los disturbios y las manifestaciones callejeras terminaran “después del 1 de diciembre de 1910, fecha en la que el mandatario mexicano iniciaría un nuevo régimen presidencial” (The New York Tribune, 23 de noviembre de 1910: 2), ya que se creía que la renovación del régimen restauraría el sistema de orden y progreso. En principio, el alzamiento maderista no fue estimado como amenaza al orden social y económico prevaleciente, pues “los funcionarios de los gobiernos de México y Estados Unidos estaban convencidos de la estabilidad del porfiriato” (Ulloa, 1997: 21).
No obstante, con el paso de las semanas la prolongación de la lucha armada encendió todas las alarmas. El embajador mexicano en Estados Unidos señaló al secretario de Relaciones Exteriores, Enrique Creel, que existía una “gran preocupación por los movimientos revolucionarios registrados en la nación mexicana”.18 Al mismo tiempo, la prensa estadounidense dedicaba cada día más noticias sobre el movimiento armado. La estabilidad del porfiriato fue puesta en duda por distintos protagonistas de la política estadounidense, desde “el embajador Henry Lane Wilson, en seguida el subsecretario de Estado Huntington Wilson, y, por último, Taft y Knox” (Ulloa, 1997: 23). El gobierno de Washington aclaró públicamente que su respaldo al régimen porfirista era extraoficial.
La única medida oficial que tomó la Casa Blanca fue de vigilancia, pues era conocido por todos que el movimiento revolucionario se orquestaba en California, Nuevo México, Arizona y Texas. Se ordenó al Servicio Secreto que “vigilara cualquier movimiento, así como prevenir la movilización de fuerzas de los Estados Unidos a toda costa […] los Estados Unidos están determinados a prevenir cualquier infracción a las leyes de neutralidad” (The Spokane Press, 19 de noviembre de 1910: 1).
La prensa estadounidense señaló que dicha “neutralidad” poco contribuyó a la paz, ya que era evidente la venta de “grandes cantidades de munición y armas de fuego que ha sido secretamente dispuesta a lo largo de la frontera” (The Spokane Press, 19 de noviembre de 1910: 1). La economía fronteriza repuntó gracias a la venta de armas, por lo que la proscripción afectaría la economía regional. La neutralidad era una cuestión económica más que de respeto a la soberanía mexicana.
La incertidumbre respecto a la revolución creció cuando se rumoró que los enfrentamientos trascenderían la frontera, por lo que Washington recomendó al gobernador de Texas (Campbell) que enviara a los rangers a la frontera para “enfrentar a bandas de mexicanos que se encuentran instalados para iniciar una supuesta invasión de México” (The Spokane Press, 19 de noviembre de 1910: 1). El objetivo fue claro: “todas las precauciones han sido tomadas por las autoridades americanas para prevenir la violación de las leyes de neutralidad en suelo de los Estados Unidos” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).
El 21 de noviembre de 1910 se reportó que el 23º Regimiento de Infantería estaba instalado en los tres pasos fronterizos de Texas,19 con lo que se restringió formalmente el cruce de armas o mexicanos armados que violaran la neutralidad acordada (The Marion Daily Mirror, 21 de noviembre de 1910: 5).20 Un día después, el Departamento de Guerra confirmó haber dispuesto “tropas listas para correr en trenes especiales hacia la frontera” (The Paducah Evening Sun, 22 de noviembre de 1910: 1) en caso de que se necesitaran.
La crítica ante esta movilización militar en la frontera no se hizo esperar. Para la prensa estadounidense la vigilancia era burlada por los revolucionarios con facilidad. Apenas dos días después se señaló que “todos los reportes coinciden en que las tropas americanas y los rangers de Texas que custodian la frontera han fallado en interceptar un cargamento solitario de armas o bloquear el cruce del río Grande por una simple banda de revolucionarios” (The Marion Daily Mirror, 23 de noviembre de 1910: 1).
El gobierno mexicano tomó medidas para prevenir que los revolucionarios irrumpieran en los estados fronterizos, por ello “las autoridades mexicanas esta tarde [22 de noviembre] enlistaron americanos con caballos para servir como guardias de la patrulla fronteriza” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1). El pago ofrecido era de 20 pesos diarios, un salario alto que pretendía motivar a que más estadounidenses ofrecieran sus servicios.21
El temor a que la movilización militar generara un conflicto internacional era latente, pero intervenir anticipadamente violaría las leyes internacionales y rompería con el compromiso de amistad y cooperación vigente con el gobierno de Díaz. El gobierno federal mexicano estaba consciente de que blindar la frontera era crucial para evitar que se fortificaran los revolucionarios. Por su parte, Estados Unidos consideró que el peligro de la revolución radicaba en que el estado mexicano no se enfrentaba a un ejército, sino a guerrilleros con objetivos diversos que luchaban por desarticular un régimen reconocido por ser ejemplo de paz y estabilidad latinoamericana. La falta de disciplina de los rebeldes amenazó con provocar que la violencia escalara sin freno, con peligro de alcanzar matices antiestadounidenses.
Las noticias sobre la revolución llegaban a cuenta gotas a Estados Unidos, pues tras la intervención de las comunicaciones telegráficas se generó una “gran dificultad para obtener auténticos reportes sobre los lugares de disturbio […] haciendo que la información auténtica sea difícil de procurar” (Shenandoah Herald, 25 de noviembre de 1910: 2). La llegada de informantes se limitó porque el cruce fronterizo se restringió en un horario de 6:00 a las 24:00 hrs. En consecuencia, los reporteros publicaban noticias atrasadas, la mayoría de ellas “de carácter vago. Aunque [no se tuvo duda que] de cualquier manera la situación es crítica al extremo” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).
En México, el 22 de noviembre las oficinas postales censuraron cualquier periódico americano que hiciera referencia a la Revolución mexicana, lo cual fue calificado como evidencia de la crisis en la que estaba inmersa la administración porfirista. Para disipar los rumores, algunos voceros del gobierno mexicano argumentaron que las medidas restrictivas sólo pretendían el control total de las comunicaciones telegráficas para su coordinación. Con el paso de los días crecieron las sospechas de que “la situación en México es tan seria que el gobierno mexicano dio los primeros pasos para prevenir noticias sobre la rebelión de la mirada del mundo exterior” (Evening Times Republican, 22 de noviembre de 1910: 1).
Aun frente a cualquier explicación, la censura aumentó la incertidumbre entre la prensa estadounidense, por lo que sus páginas se nutrieron con experiencias y declaraciones de estadounidenses y mexicanos que cruzaban la frontera. Los rumores protagonizaron los relatos acerca de la guerra, debido a que la información sobre México era escasa. Los primeros anuncios sobre grandes cantidades de muertos en México —más de trescientos— fueron reportados por “A. G. Springer, un hombre de negocios que llegó esta mañana [21 de noviembre] de Gómez Palacio” (The Rock Island Argus, 22 de noviembre de 1910: 1). Al ser entrevistado declaró: “la nación entera que he recorrido está en armas y en muchos lugares el terror prevalece” (The San Francisco Call, 23 de noviembre de 1910: 1). En otros diarios se publicaron noticias en las que Springer aseguró que “todo está cerrado en Torreón, bancos, tiendas, bares y los negocios están parados” (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1).
Pero así como algunas voces desestimaron la trascendencia del movimiento revolucionario, otros diarios publicaban que México estaba “en pleno proceso de disturbios y los rebeldes balean trenes de soldados” (The San Francisco Call, 23 de noviembre de 1910: 1). Se reportó un ataque a un tren de pasajeros que iba de Chihuahua a Madera, con saldo de 67 muertos (la mayoría civiles); las víctimas estaban a bordo del vagón de segunda clase, el cual fue incendiado, y aunque algunos soldados repelieron el ataque, no pudieron hacer gran cosa. Sin embargo, la información sobre esta tragedia fue limitada pues el control telegráfico impidió que fluyera información al respecto.
Un día después se confirmó la muerte de casi trescientos combatientes, como consecuencia de un ataque con dinamita al puente ferroviario de Madera en la ruta del noroeste.22 Aun cuando nadie se responsabilizó del hecho, se les adjudicó el ataque a los maderistas. Con el paso de los días se magnificó el miedo a la violencia revolucionaria en las ciudades fronterizas, y desde Washington se ordenó que los rangers y “tropas americanas acudieran apresuradamente al río Grande para estar preparados para cualquier emergencia” (Shenandoah Herald, 25