Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce

Diplomacia y revolución - Manuel Alejandro Hernández Ponce


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oficiales de su gobierno (The Arizona Republic, 23 de noviembre de 1910: 1), y sus declaraciones eran sólo su apreciación personal.

      A finales de noviembre, Los Ángeles Herald anunció en una nota editorial que “las presentes indicaciones son que la ‘revolución’ mexicana puede terminar antes de que los hombres de las fotografías puedan llegar ahí” (Los Ángeles Herald, 30 de noviembre de 1910: 9). La revolución fue considerada más un problema poselectoral que un levantamiento similar a los casos de Nicaragua, Cuba y Puerto Rico, por lo que se esperó su consumación en cualquier momento.

      No pasaron muchos días para que la revolución tomara tintes políticos dentro de Estados Unidos. Se discutió la necesidad de una intervención armada para asegurar la pacificación y si parte de la culpabilidad por la guerra en México era estadounidense. Uno de los señalamientos más controversiales fue el de Víctor L. Berger, congresista socialista de Wisconsin, quien declaró:

      Morgan y otros tiburones de dinero han promovido la rebelión. Su influencia ha causado que el gobierno respalde a Díaz antes y ahora […] Díaz mantiene su trabajo por un cercano entendimiento con Morgan y otros plutócratas cuyas prácticas él ha impulsado, compartiendo con ellos el botín obtenido (Zinn, 2011: 255).

      Este congresista denunció que Díaz estaba usando el intervencionismo estadounidense sobre Latinoamérica como argumento para legitimarse. Según sus informantes en México, el régimen porfirista acusaba que

      en caso de que los americanos no reconozcan su gobierno, los americanos vendrán y México seguirá el camino de Texas y será anexado a América. Además, se le ha dicho a los mexicanos que la prensa de los Estados Unidos está continuamente insultándolos y que los estadounidenses promedio los miran hacia abajo (East Oregonian, 24 de noviembre de 1910: 1).

      Finalmente, Berger hizo un llamado de emergencia, pues consideró que en adelante “este gobierno no deberá interferir con los asuntos domésticos de México a favor de Díaz y Morgan” (Palestine Daily Herald, 23 de noviembre de 1910: 1). Solicitó que se actuara con prudencia, pues México, por su cercanía y amistad, no era Cuba o Panamá.

      En este mismo sentido, el profesor Bernard Moses, del Departamento de Historia de la Universidad de Berkeley, calificó a la revolución como consecuencia de “la creación de una aristocracia, la amplia proporción de bárbaros en el país, y el descontento de la gente” (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3). El 24 de noviembre en su cátedra semanal sobre Latinoamérica apuntó:

      La raza española parece haber heredado la pasión por la redacción de constituciones y leyes, y cada punto posiblemente esté cubierto en sus documentos. De hecho, está cubierto tan minuciosamente que son a la vez complicados y difíciles de aplicar.

      El ejército es la clave de la situación, pero si se da cuenta que el viejo monarca no les puede dar más, pronto lo pondrán fuera del camino, en espera de otro líder (The San Francisco Call, 24 de noviembre de 1910: 3).

      Es así como desde Estados Unidos se manifestaron voces que culpaban de la violencia en México a los políticos y empresarios estadounidenses. Si había violencia que amenazaba con extenderse a Estados Unidos, era culpa de la “doctrina intervencionista” de la Casa Blanca y el apoyo incondicional a Díaz. Estas declaraciones coincidieron con las denuncias realizadas por el periodista John Kenneth Turner en que la existencia de un sentimiento antiyanqui en México era consecuencia de la ambición empresarial estadounidense. Un ejemplo de ello fue la llamada “diplomacia del dólar”, que al igual que en el caso de Nicaragua creó más problemas de los que resolvió. Los conflictos armados en Latinoamérica amenazaron con multiplicarse, a menos que la doctrina Monroe se cancelara.

      A pesar de las denuncias públicas, en algunos discursos, editoriales y columnas informativas de prensa se desestimó el éxito de la lucha revolucionaria. No obstante, dichos pronósticos llegaron a oídos de Francisco I. Madero, quien afianzó ante distintos medios nacionales e internacionales su decisión de llegar hasta las últimas consecuencias.

      Mientras tanto, la presencia de Gustavo A. Madero en Washington siguió causando controversia; su insistencia y algunas victorias del ejército maderista le permitieron entrevistarse con representantes de la Casa Blanca. Las autoridades estadounidenses le advirtieron que él y sus correligionarios violaron la neutralidad estadounidense “porque dejaron el país para liderar una revolución contra un gobierno con el que los Estados Unidos estaba en paz” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). Por ello, era imposible ofrecerle alguna relación formal, no obstante, se aclaró que su situación cambiaría sólo si su movimiento triunfaba y se negociaba una amnistía para los porfiristas. En caso contrario, únicamente obtendría “muerte, y la confiscación de sus propiedades” (The Spokane Press, 3 de diciembre de 1910: 1). El todo o nada era lo que el hermano de Madero consiguió en su visita a Estados Unidos; su única victoria fue asegurar que los marines no invadirían el territorio mexicano, por lo menos no inmediatamente.

      A finales de 1910 se perdió toda esperanza de que el movimiento armado en México se extinguiera. La situación parecía ir de mal en peor, no sólo por las noticias sobre los enfrentamientos armados, sino también porque el cuidado de los intereses extranjeros era retórico. Para la clase política y la opinión pública estadounidense no importó si Díaz podía sofocar la rebelión, lo realmente importante fue el impacto de la violencia a los intereses estadounidenses. Mientras algunos periódicos de las zonas fronterizas estaban a la espera de que la revolución contagiara a Estados Unidos, en otros diarios (de entidades alejadas de la frontera) se redactaron columnas de opinión que declararon cierto grado de apatía ante el conflicto:

      La elección ha terminado [presidencial], el campeonato nacional de béisbol ha sido jugado y Yale y Harvard han tenido su combate anual. Así que, ante la falta de excitación, la Revolución mexicana parece muy oportuna. Sin embargo, el público ha sido bombardeado tan a menudo con levantamientos latinoamericanos que la guerra abajo del Río Grande puede no llamar mucho la atención, después de todo (East Oregonian, 22 de noviembre de 1910: 1).

      Para diciembre de 1910, las noticias sobre lo sucedido en México ocuparon espacios marginales en la prensa extranjera, lo que daba la apariencia de que la situación revolucionaria estaba bajo control. En una entrevista para la prensa estadounidense, el ministro de Guerra de México aseguró que “los llamados revolucionarios ahora se han vuelto sólo bandidos o fugitivos y han estado huyendo de las tropas por todos lados” (Morgan Country Republican, 1 de diciembre de 1910: 5). Las columnas editoriales de algunos diarios aseguraron que la guerra pronto terminaría en un fiasco, pues el presidente Díaz tomó fuertes medidas represivas. En consecuencia, “los rebeldes han huido a las montañas y la paz ha sido nominalmente restaurada, aunque la pelea continuará por algunos meses. Nadie ha leído la serie de artículos de ‘México Bárbaro’ sin llegar a la conclusión de que el título es ampliamente reservado” (The Denison Review, 7 de diciembre de 1910: 1).

      Según informes de las autoridades diplomáticas, dentro y fuera de Estados Unidos se desestimó que la Revolución mexicana alcanzaría los niveles de violencia reportados en semanas anteriores. Guy B. Marean, residente de Washington quien durante meses trabajó como ingeniero en México, declaró que:

      A juzgar por los periódicos americanos que he visto, se debe imaginar que tuvimos [en México] una revolución latinoamericana en toda regla por aquí, uno con todos los accesorios habituales, un nuevo presidente, propiedades destruidas, y aunque nos causó considerable excitación, en ningún momento los americanos estábamos en algún peligro (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).

      Marean afirmó que, pese a la revolución, era posible seguir la vida cotidiana, inclusive aceptó haber cargado algunos días su revólver, pero dejó de hacerlo al resultarle inútil e incómodo. Llamó a los estadounidenses a despreocuparse por los acontecimientos en México, pues contrario a otros casos latinoamericanos, la policía no estaba formada por exbandidos, sino hombres leales que no traicionarían al gobierno por favorecer sus propios intereses (The Washington Herald, 11 de diciembre de 1910: 6).

      Para el mes de diciembre, Díaz no dejó de presumir la solidez de su régimen ante la prensa internacional. El día primero, en la


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