Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce
la diplomacia. Ninguna aclaración oficial pareció suficiente para disipar en los estadounidenses el temor a la barbarie, y en los mexicanos el sentimiento de rechazo al intervencionismo yanqui.
En el Senado de Estados Unidos se desarrollaron acalorados debates entre demócratas y republicanos. Mientras el senador Stone de Misuri solicitó a Taft que ordenara el envío de tropas a México, el senador Bacon de Georgia “concedió que han muerto algunos americanos inocentes en la frontera de México, pero los Estados Unidos no pueden inmiscuirse en ciertas cosas, pues hay que mirar el futuro y medir los actos” (El Diario, 11 de mayo de 1911: 2). La postura de los republicanos se basó en el necesario envío de una armada para “protección”; por el contrario, los demócratas consideraron que “una intervención ocasionaría una guerra, en la que seguramente habría que lamentar la muerte de miles de americanos y mexicanos” (El Diario, 28 de abril de 1911: 1). Al final, el Senado concluyó que la intervención sería una acción precipitada, con lo que se respaldó la postura del presidente. El embajador Wilson consideró que el triunfo rebelde significaría la “debilidad o desgracia” tanto del gobierno federal como de los intereses norteamericanos (Cosío Villegas, 1961: 392-399).
Por instrucciones presidenciales, el ministro de Estado, P. Knox, solicitó al embajador Wilson que “desmienta los rumores que han circulado relativos a una intervención americana, pues nada está más lejos de las intenciones del Gobierno de los Estados Unidos” (El País, 13 de mayo de 1911: 1). Negada cualquier intervención sólo quedaba esperar que en las próximas semanas se estabilizara la situación en México. La preocupación del Congreso estadounidense se enfocó en la pérdida de bienes, mercados y privilegios adquiridos durante el porfiriato.
El intervencionismo, controversias y discursos estadounidenses
Para los primeros meses de 1911, la revolución ocupó las primeras planas de la prensa estadounidense. Específicamente, el tema fronterizo preocupó a la Casa Blanca, por lo que volvieron a ser noticia las posibilidades de un despliegue militar. Los enfrentamientos armados en México amenazaban la franja fronteriza. Un escándalo ejemplar fue una batalla desarrollada cerca de Douglas, Arizona, en la que “fueron heridos siete pobladores de la localidad por balas perdidas” (Hopkinsville Kentuckian, 20 de abril de 1911: 4); la intervención armada pareció la única manera de asegurar la pronta pacificación.
Los daños sufridos por la población extranjera no se limitaron a la estadounidense, por ello el ministro de España, Bernardo de Cólogan, solicitó la intervención de las autoridades para castigar a los bandoleros que saquearon la hacienda de Atezingo (Chietla, Puebla), pues “se dio muerte de una manera infame a seis españoles que eran empleados de esa propiedad rural” (El Imparcial, 27 de abril de 1911: 1).
La violencia en México no respetó nacionalidades, aunque se culpó al bando rebelde de los ataques a los extranjeros, así como al gobierno que no intervino. Ante el cuestionamiento respecto al asesinato de extranjeros en México, el presidente Taft declaró: “he consultado todo el asunto al Congreso para decidir si la situación es lo suficientemente grave como para la intervención” (Hopkinsville Kentuckian, 20 de abril de 1911: 4). Para el presidente, la intervención iniciaría una costosa guerra, por lo que cualquier acción debía ser cuidadosamente analizada.
Una noticia que causó controversia en Estados Unidos fue la de una posible invasión del Imperio japonés sobre México. De acuerdo con las denuncias de algunos residentes de Alamogordo, Nuevo México, los japoneses que residían en algunas localidades de Baja California eran exmilitares enviados con el objetivo de colonizar América. La magnitud de la amenaza fue “una colonia de seis mil japoneses a lo largo del golfo de California desde la costa […] Algunos dicen que hay mil doscientos rebeldes cerca de Mazatlán, y ochocientos cerca de Culiacán y esas bandas de cincuenta a doscientos vagando por las colinas cercanas para reunir armas y suministros” (The Alamogordo News, 30 de marzo de 1911: 1). Aludiendo al espíritu de la doctrina Monroe se advirtió que, de no movilizar rápidamente tropas a México, o por lo menos a la frontera, en poco tiempo una amenaza nipona tomaría posesión del territorio.
La amenaza no sólo era percibida por la comunidad estadounidense en su país, sino también quienes vivían en México veían con preocupación la presencia cada vez mayor de japoneses. Otro rumor controversial fue la violación de Estados Unidos a la supuesta neutralidad que abanderó, pues se permitió la distribución de armas y municiones a Madero; aunque se advirtió que era una noticia no confirmada ya que “ello fue declarado por un oficial del gobierno y denegado por otro” (The Amarillo Daily News, 30 de marzo de 1911: 1). Ningún argumento fue suficiente para impulsar una intervención armada sobre México.
A pesar de la abierta neutralidad, los rumores sobre una posible intervención armada estadounidense generaron una reacción inmediata de la Casa Blanca. Ante una serie de notas publicadas por el periódico El Diario, el Consejo de Ministros en Washington solicitó a las autoridades mexicanas que “influya para que no continúen apareciendo artículos que exciten al pueblo mejicano [sic] en contra de los americanos” (El País, 30 de abril de 1911: 1). Se temió que este tipo de noticias sensacionalistas provocaran atentados a la vida de los ciudadanos de Estados Unidos que habitaban el país.
La intervención como estrategia de paz continental
Conforme avanzó el año de 1911 se fue desvaneciendo la esperanza del Departamento de Estado respecto a la recomposición del caso mexicano, especialmente tras las crecientes noticias sobre daños a extranjeros. Entre los informes sobre el movimiento de tropas estadounidenses en la frontera, destacaron los rumores sobre una supuesta solicitud del gobierno alemán para que la Casa Blanca enviara tropas a México. Sin embargo, a los pocos días se emitió un comunicado desde Berlín a la Prensa Asociada de Estados Unidos en el que el barón Von Kiderie Wanscheter aclaró que “Alemania no ha hecho representaciones a Washington sobre el asunto [la intervención armada], y ni se propone tomar medida alguna a ese respecto” (El Imparcial, 12 de marzo de 1911: 12). Además, señaló que ninguno de sus cónsules en México consideró hasta el momento que la situación ameritara una medida intrusiva.
La intervención fue nuevamente negada por las autoridades estadounidenses, alemanas y mexicanas. No obstante, los rumores no se desvanecieron; la intervención para algunos periódicos mexicanos parecía probable, pues las explicaciones de Taft respecto al movimiento de tropas en la frontera eran poco convincentes, y a ello se sumó el hecho de que Henry Lane Wilson salió del país, poniendo en duda su regreso.26
Para mantener la situación diplomática bajo control y desmentir los rumores sobre el intervencionismo, el secretario de Estado, Knox, instruyó al cónsul Alexander V. Dye en Nogales, Sonora, para que negara todas las falsas historias de intervención. Los diplomáticos estadounidenses fueron encomendados para refrendar la amistad con los mexicanos, “esperando que pronto regresaran las bendiciones de paz” (The Border Vidette, 13 de mayo de 1911: 4). Lo único que estaba claro era la prioridad de garantizar la protección de las vidas estadounidenses.
Ante los rumores de una posible intervención, algunos sectores de la sociedad mexicana en Estados Unidos decidieron organizarse y protestar. Una de las manifestaciones más importantes fue convocada por Gil Blas, quien llamó a la “causa patriótica” para manifestarse frente a la embajada de México en Estados Unidos. La movilización sucedió un día antes de la celebración de Navidad, expresándose “en contra del maltrato de mexicanos a lo largo de la frontera, incluyendo la detención de quienes hubiesen violado las leyes de neutralidad” (The Arizona Republic, 24 de diciembre de 1911: 1). Este episodio fue uno de los múltiples actos públicos que se alzaron en contra de la supuesta neutralidad estadounidense.
Se acusó a la Casa Blanca de simpatizar con el maderismo, una conspiración que abiertamente contravenía a las políticas de neutralidad internacionales.27 De la misma manera, algunos periódicos estadounidenses fueron tachados de prointervencionistas y se les acusó de publicar rumores sobre supuestas intenciones de los rebeldes de volar los puentes al sur de Laredo, México; ello se consideró una “invención de los reporteros de la prensa amarilla, […] porque es bien sabido que hasta ahora no se tienen noticias de grupos maderistas sobre la línea del ferrocarril nacional” (El País, 19 de marzo de 1911: 1). En México