Diplomacia y revolución. Manuel Alejandro Hernández Ponce

Diplomacia y revolución - Manuel Alejandro Hernández Ponce


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fuera la ley regente, mismas publicaciones que consideraron que el único antídoto era una acción armada estadounidense.

      El Departamento de Estado priorizó el resguardo de la vida e intereses de sus ciudadanos. Al respecto, el cónsul de Ciudad Juárez, Thomas D. Edwards, declaró estar preocupado por sus representados, dado que después del desarme del 40% de los rurales, se presentaron algunos altercados que aunque “no estuvieron marcados por el sentimiento antiamericano” (El País, 19 de marzo de 1911: 1), sí amenazaron a la población en general.

      El reordenamiento de las fuerzas armadas en México generó que los cónsules solicitaran instrucciones para actuar conforme a la política neutral de Estados Unidos y a su vez garantizar la protección de sus intereses. La esperanza de los diplomáticos se centró en que Madero cumpliera con su palabra, es decir, que “enviara una fuerza adecuada de tropas regulares a Juárez para restablecer el orden y proteger a los residentes americanos” (El País, 2 de febrero de 1912: 1).

      La victoria del maderismo: un nuevo reto para la diplomacia estadounidense

      Desde las primeras semanas de lucha armada pareció latente la posibilidad de un conflicto con Estados Unidos. La violencia e inseguridad llevaron a la capitulación de Díaz, argumentando que el prolongar la lucha generaría una posible complicación internacional. No obstante, durante esta etapa “los revolucionarios y los federales tomaron precauciones para no causar daños […] aun cuando Madero y Díaz estaban dispuestos a vencer también estaban decididos a evitar la intervención de los Estados Unidos” (Cosío Villegas, 1997: 26).

      Después de que el Departamento de Estado evaluó la situación en México, determinó que eran pocas las opciones no militares para impedir que se replicaran los actos antiestadounidenses. No obstante, antes de que se optara por protestar diplomáticamente ante el creciente sentimiento xenófobo, irrumpieron profundos cambios en el panorama político mexicano. El recrudecimiento de los combates en México generó que la prensa vaticinara la pronta intervención estadounidense.

      Para disuadir cualquier rumor, el cónsul en Veracruz, William Canada, señaló: “mi gobierno tiene la más sincera amistad por México y su pueblo a quien se espera pronto regresará la bendición de la paz” (El Dictamen, 14 de mayo de 1911: 1). Por instrucciones de Knox, se aclaró que el gobierno de Estados Unidos no intervendría con la política mexicana, y su única demanda sería que se cuidara la vida de sus ciudadanos.

      Ante las noticias sobre las derrotas del ejército federal, el cónsul estadounidense en la Ciudad de México informó que el 24 de mayo se reunió una multitud en el Zócalo para exigir la renuncia de Díaz. A las pocas horas los protestantes fueron atacados por fuerzas locales que los dispersaron. Al día siguiente, se reportó que a unas cuadras del consulado de Estados Unidos en México se dio otro enfrentamiento entre la guardia local y los ciudadanos, escena que desembocó en una importante cantidad de muertos y heridos.

      Tras la toma de Ciudad Juárez y la renuncia de Díaz, Madero se proclamó por todos los medios posibles “amigo del pueblo de Estados Unidos”. Victorioso, frente a pobladores de El Paso, Texas, prometió que “haría cualquier esfuerzo para suprimir el sentimiento antiamericano y difundiera el espíritu en todo el país de que Estados Unidos es y era el mejor amigo internacional de México” (The Arizona Republic, 25 de mayo de 1911: 1).

      El presidente interino De la Barra se comprometió a indemnizar los daños ocasionados por las acciones maderistas. El maderismo consideró vital ganar la confianza y aceptación tanto de las potencias europeas como de Estados Unidos; sin ello, el gobierno mexicano no tendría la posibilidad de participar en la escena política y económica internacional, por lo tanto, salvaguardar los intereses extranjeros se volvió vital para la vida diplomática mexicana.

      Para Madero, quienes se manifestaron en contra de la revolución no comprendían su significado, y señaló que el sacrificio de los revolucionarios salvó vidas estadounidenses. El excandidato a la presidencia aseguró: “ahora que la guerra ha terminado, podrán apreciar el beneficio de la libertad y cosechar los beneficios de ello en sus relaciones con México” (Hart, 1998: 354). Se olvidaría cualquier sentimiento antiamericano siempre y cuando Estados Unidos respetaran el camino revolucionario.

      El gobierno de Madero: la esperanza al restablecimiento de la paz

      A finales de 1911, una vez que Madero fue proclamado presidente, las críticas a la postura neutral estadounidense se hicieron cada vez más enérgicas. Un caso ejemplar fue el de Juan Leets, político centroamericano, quien con el respaldo del embajador Wilson logró repartir un texto al Congreso y Senado estadounidense donde denunció que el intervencionismo estadounidense no se aplicó con el mismo rigor en toda Latinoamérica, siendo México un caso de excepcional tolerancia.

      Leets explicó que el fracaso del porfiriato se sustentó en la ignorancia mexicana y la complicidad estadounidense. Se consideró que el gobierno de Díaz fue una etapa de progreso y prosperidad, haciendo posible la paz por más de tres décadas; pero al no educar a las masas para disfrutar las libertades políticas, no estaban facultadas para “mantener estos esfuerzos altamente fructíferos, los que se derrumbaron en el primer asalto del huracán revolucionario que barrió al país y que está desgarrando las entrañas en el país” (Leets, 1912: 10).

      De igual forma, Leets señaló que otro culpable de la violencia fue la intervención indirecta de Estados Unidos, pues desde el llamado maderista “la frontera americana fue prácticamente abierta para la introducción de armas a México, y de la capital americana fueron enviadas en abundancia para respaldar la revolución” (Leets, 1912: 11). Esta intervención fue calificada como un juego estratégico, pues a Was­hington le interesó ahondar en la discordia mientras movilizaba tropas que permitirían invadir al país, ello bajo el pretexto de la protección de vidas y propiedades americanas.

      Para 1912, el profesor L. S. Rowe, de la Universidad de Pensilvania, señaló que el movimiento contra Porfirio Díaz no fue coyuntural, sino consecuencia del apoyo preferencial a empresarios sobre las masas obreras, la pobre calidad de la educación y principalmente el federalismo simulado. En general, el poder político del país fue acaparado en la oficina presidencial (Rowe, 1912: 286). La revolución fue comparada con el movimiento


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