Aprender a preguntar. Carmen Valls Ballesteros

Aprender a preguntar - Carmen Valls Ballesteros


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que el niño pueda ir desarrollando un espacio interno lleno de confianza, cosas buenas e interés por el mundo. El niño necesita sentir que cuenta para otros, que son capaces de guardarlo y contenerlo en su mente. El resultado será que el niño ira adquiriendo la experiencia de que los padres saben hacerse cargo de los diferentes estados emocionales que él va experimentando.

      En la medida en que ellos saben poner nombre y comprender las emociones del niño, dándoles espacio para ser contenidas (en el sentido de ofrecernos una especie de recipiente donde tienen cabida sus emociones), el niño irá aprendiendo a identificar también sus propias emociones. El resultado es que aprenderá a lidiar con ellas e ir modulándolas.

      Lidiar adecuadamente con las emociones significa aprender a sentirlas sin que invadan todo nuestro espacio mental, aprender a no quedar atrapados en ellas. Es decir, significa aprender a entrar y salir de ellas, aprender a ser flexibles. Podemos experimentar una situación que nos haga sentir furia sin quedarnos metidos en ella para siempre, pudiendo experimentar después otros estados emocionales diferentes. Significa adquirir la capacidad de recuperarse.

      Los bebés, por ese estado de vulnerabilidad con el que llegan al mundo, están muy en contacto con la experiencia de tensión o ansiedad. Son los cuidados emocionales de los padres los que los ayudan a calmar esta experiencia de ansiedad que, en la medida en que se va repitiendo, permite que el niño integre esas funciones de calmarse dentro. Lo que inicialmente hacen los padres, poco a poco, lo vamos incorporando dentro, y con ello vamos desarrollando una identidad fuerte. Es el vínculo inicial seguro lo que queda como una base estable en la construcción de la personalidad del niño que se va integrando en la propia personalidad como un organizador interno.

      La experiencia de abrir conversaciones basadas en lanzar preguntas compartidas por el grupo familiar o educativo que proponemos en este libro reproduce este espacio, centrado en dar valor a la experiencia emocional del niño.

      En la medida en que esta experiencia se repite en el tiempo, el niño interioriza la importancia de abrir espacios para comprender, y esto ayuda a desarrollar un hábito: el hábito de enfrentar las situaciones compartiendo lo que uno siente y de pararse a pensar para comprender.

      A lo largo de la infancia, los niños también aprenden algo fundamental: a desarrollarse como personas, a través de sentirse parte integrante de una comunidad. Desde el vínculo que van estableciendo con los padres al principio, y con el resto de los cuidadores, después, los niños van desarrollando las habilidades de empatía, de comunicación, etc. que caracterizan al ser humano. No son capacidades que vienen dadas, sino que van a depender de la calidad de los vínculos emocionales que se vayan estableciendo.

      Un niño que se siente cuidado incorporará la capacidad de cuidar, un niño que se siente comprendido incorporará la capacidad de comprender, un niño que se siente escuchado incorporará la capacidad de escuchar. Para poder dar es preciso primero recibir.

      El vínculo va definiendo las capacidades de pensamiento. Y estas capacidades de pensar y sentir dependerán de la creación de un vínculo genuino donde el otro pueda sentir que es importante. Las emociones son el caldo de cultivo que permite el desarrollo de las capacidades en el niño. Estas emociones surgen siempre dentro de la relación con otros.

      La seguridad, predominante o no, en estas relaciones primeras marcará la diferencia entre personas que se sentirán muy conectadas con su mundo interno, con sus necesidades y con los demás, personas en contacto con sus emociones y su capacidad de expresarlas y comprenderlas, y personas a las que esto no les suceda. Habrá otro tipo de personas más vinculadas con la desconexión emocional: con dificultad para sentir, reconocer, expresar y comunicar emociones, desconectadas de su mundo interno de necesidades y de los demás, con poco contacto emocional con el mundo externo… o personas que quedan a menudo atrapadas en sus emociones, sin capacidad para poder poner pensamiento en ellas.

      El niño que no experimenta ese vínculo imprescindible de seguridad dentro de la relación con otros se retira cuando sus necesidades emocionales básicas no son recogidas y contenidas. Se replegará, romperá el deseo de conexión con otros como parte fundamental de su crecimiento como ser humano.

      Contribuimos a que lo niños crezcan emocionalmente sanos cuando nos relacionamos con ellos desde el entorno de la familia y de la escuela, buscando la manera de crear espacios seguros que les permitan sentirse tenidos en cuenta. Esto ocurre cuando generamos conversaciones que abren espacio para compartir lo que uno siente, las emociones que uno experimenta, no solo lo que uno hace; cuando procuramos momentos de conexión emocional en la relación con ellos; cuando nos interesamos por todas las dimensiones que constituyen su identidad: cognitivas, emocionales, relacionales, conductuales, etc.

      Hasta aquí hemos puesto más nuestro foco en lo que ocurre o debería ocurrir dentro de las familias para que los niños crezcan emocionalmente sanos.

      Si nos enfocamos ahora más hacia los colegios, en cómo los colegios cuidan esta parte emocional de los niños, afortunadamente, en el mundo educativo se valora cada vez más la atención a la dimensión emocional de los niños y de los jóvenes como algo esencial en un crecimiento integrado como seres humanos, donde no solo importa la parte intelectual de su desarrollo.

      Cada vez más, los colegios integran en sus programas conceptos de inteligencia emocional e intuición. Atender al desarrollo de la inteligencia emocional será en sí mismo necesario para la vida y, de manera muy especial, para el aprendizaje, ya que el aprendizaje en sí despierta múltiples ansiedades tanto en niños como en adultos.

      En el proceso de aprendizaje surgen numerosas emociones asociadas a la propia tarea de aprender, a las relaciones con profesores y adultos, y con los compañeros de aprendizaje. Por ello, junto al aprendizaje en sí de los contenidos académicos, en el proceso de aprender los niños necesitan desarrollar esta inteligencia emocional para poder nombrar, comprender y trabajar las emociones propias del aprendizaje: alegrías, frustraciones, miedos a no llegar, a no ser aceptados, ilusiones, expectativas, pérdidas, emociones asociadas a los cambios, a los conflictos, rivalidad, soledad…

      El riesgo es que todo este mundo emocional, sin un desarrollo de la inteligencia emocional, bloquee el aprendizaje y, por tanto, el crecimiento. En todas las etapas se hace necesaria la inteligencia emocional, porque todas las edades tienen sus ansiedades específicas. Crecer es ir atravesando cambios y los cambios nos ponen en contacto con una sensación de incertidumbre. Acompañar a los niños en la gestión de sus emociones y a desarrollar la inteligencia emocional los ayudará a nombrar y comprender lo que les ocurre a ellos y a los que les rodean. Se trata de que aprendan a no quedarse atrapados en todas esas emociones.

      En nuestro trabajo acompañando a los centros educativos a desarrollar capacidades y competencias emocionales, observamos que la importancia de desarrollar inteligencia emocional está bastante asumida, al menos en teoría. También es cierto que aún nos encontramos profesores especialistas que nos dicen escépticos: “¿Yo me tengo que ocupar de la inteligencia emocional, si yo soy profesor de Matemáticas?, “no tengo tiempo, si no, no me da para cubrir toda la programación”, “este niño necesita refuerzo en matemáticas”, sin ver si por debajo del bajo rendimiento hay algo que bloquea el aprendizaje de las matemáticas.

      Otras veces nos dicen: “Yo trabajo mucho las emociones: en la asignatura de valores nombramos las emociones y aprendemos a reconocerlas”.

      En ocasiones, es difícil dar a los alumnos y a nuestros hijos algo que quizá a nosotros no nos dieron. Los adultos que acompañamos a los chicos en su crecimiento no siempre hemos tenido este desarrollo de la parte emocional en nuestras familias o en nuestros colegios. Es ahí donde, a menudo, el profesorado y las familias se encuentran con pocos recursos. Ante esto, las reacciones son muy diversas:

      • Enseñar inteligencia emocional a los chicos en la teoría, donde se explica la importancia de expresar las emociones propias, poder pensarlas, comprender las emociones de otros.

      En estos casos puede quedar muy claro qué es inteligencia emocional, pero la gran pregunta es ¿cómo?... ¿cómo la desarrollamos en el día a día?

      • En ocasiones, vemos cómo el trabajo en inteligencia emocional se reduce a la


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