Descenso a ciegas. James M. Tabor
DESCENSO
A CIEGAS
JAMES M. TABOR
Esta traducción se publica mediante acuerdo con Random House, un sello de The Random House Publishing Group, una división de Random House, Inc.
Copyright de la edición original: © 2010 by James M. Tabor
Título original: BLIND DESCENT. The quest to discover the deepest place on earth
Traducción: Pedro González del Campo Román
Diseño cubierta: Rafael Soria
© 2012, James M. Tabor
Editorial Paidotribo
Les Guixeres
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Primera edición:
ISBN: 978-84-9910-158-7
ISBN EPUB: 978-84-9910-415-3
BIC: WSZV
Fotocomposición: Editor Service, S.L.
Diagonal, 299 – 08013 Barcelona
Este libro está dedicado a la tribu.
Bienvenido a las profundidades, donde lo más
extraño son las personas que conoces.
— Hazel Barton, microbióloga y espeleóloga
Nada hay más poderoso
que la atracción de un abismo.
— Julio Verne, Viaje al centro de la Tierra
ÍNDICE
PRÓLOGO
En los albores del siglo XV creíamos que la Tierra era plana.
En los albores del siglo XXI creemos con la misma certeza que ya han finalizado los grandes descubrimientos en nuestro planeta. Ha pasado casi un siglo desde que Peary pisara por vez primera el Polo Norte y desde que Amundsen llegase al Polo Sur. Hillary y Norgay culminaron la cima del Monte Everest en 1953; Piccard y Walsh bucearon por las profundidades oceánicas en 1960. Armstrong y Aldrin pasearon por la Luna en 1969. Poco después, el hombre jugaría al golf y conduciría un buggy por ese mismo satélite. Es probable que aquello sonara a toque de difuntos para la era de los descubrimientos.
Pero quienes creían a pies juntillas que la Tierra era plana se equivocaron, como también lo hicieron quienes se lamentaron prematuramente del final de la era de los descubrimientos. Ahora que ha iniciado su andadura el tercer milenio, todavía nos aguarda un último gran descubrimiento terrestre: la caverna más profunda de la Tierra. La supercueva.
El mundo de la espeleología extrema es tan emocionante, difícil y peligroso como cualquier entorno de los exploradores de montañas, océanos, regiones polares o incluso el espacio exterior. Cuando empezó a tener noticia sobre el mundo de las supercuevas, Buzz Aldrin afirmó: «Antes creía que no había un entorno más hostil que la superficie lunar, pero ya no». Por tanto, ni Aldrin ni nadie deberían asombrarse de que se hubiera escalado el pico más alto del mundo en 1953, pero que pasara el año 2000 sin que nadie hubiera llegado hasta el fondo del planeta.
Las cavernas son extrañas, insólitas y letales, pero al hablar de las supercuevas no podemos centrarnos sólo en la aventura. A Bill Stone, uno de los dos épicos exploradores de grandes cuevas que aparecen en este libro, se le puso la mosca detrás de la oreja cuando un entrevistador de National Geographic.com le preguntó cómo describiría esta rama de la «aventura».
«Primero, desechemos la etiqueta de aventura –le espetó Stone–, la exploración moderna, y eso es lo que yo hago, es un proceso sofisticadamente tecnológico muy distinto de lo que usted sugiere. El objetivo es ampliar los conocimientos y sus fronteras mediante la adquisición de nuevos datos». Ciencia, de eso se trata, y las cuevas son cornucopias científicas que profundizan en el conocimiento de áreas tan diversas como la prevención de pandemias, la formación de la Tierra, el origen de la vida extraterrestre, la búsqueda de nuevas reservas petrolíferas y la preparación de misiones a Marte.
Y, sin embargo, la exploración de las cuevas más profundas constituye la cima más alta de los relatos épicos sobre descubrimientos y aventuras de la que jamás se haya oído hablar. A pesar de todo su peso dramático, sus peligros y valiosas contribuciones a la ciencia, la espeleología extrema sigue careciendo en gran medida de defensores. Ello se debe en parte a que preferimos que los héroes no se despeinen y sean atractivos. Pensemos en nuestro gran icono en el campo de las exploraciones, Neil Armstrong: inmaculado y puro con su armadura de caballero andante resplandeciendo contra el fondo gris de la Luna y el espacio insondable. Por su parte, a la espeleología le atañe un universo de suciedad, oscuridad y humedad.
Pero hay algo más. Desde el siglo XIX contamos con fotografías de montañeros, y también con películas de ellos desde hace casi el mismo tiempo. Existen buenas películas sobre el mundo submarino desde la década de 1940. Y vimos a Neil Armstrong dar sus primeros pasos en la Luna. Sin embargo, a lo largo de casi toda su historia, la espeleología ha permanecido al margen de nuestro imaginario colectivo. Sólo muy recientemente la aparición de baterías sofisticadas y la tecnología de las imágenes digitales han hecho posible la introducción de cámaras en las grandes cuevas a cientos de metros de profundidad y a lo largo de innumerables kilómetros de galerías. Así, mientras montañeros, submarinistas y astronautas se dejaban mimar por las cámaras, los espeleólogos se batían el cobre en la oscuridad bajo la superficie terrestre.
De hecho, el mundo subterráneo sigue siendo el territorio geográfico más desconocido del planeta, considerado por algunos como «el octavo continente». Se nos han revelado montañas, profundidades