Tu vida tu mejor negocio. Salvador Alva

Tu vida tu mejor negocio - Salvador Alva


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importar su éxito, ante los demás mostraban una actitud fresca de apreciación; una habilidad para ver las cosas, incluso las ordinarias, como preciosas. Por consiguiente, eran creativos, inventivos, originales y trataban de vivir todas las experiencias con mayor intensidad que el resto de las personas; no perdían su capacidad de asombro. Estas cualidades tienden a dejar una huella sobre las personas que las viven. Algunos las llaman experiencias místicas porque no entienden su significado, pues vienen del interior del ser y no de factores externos o necesidades de déficit.

      Maslow observó también que no eran individuos perfectos: algunos experimentaban actitudes de ansiedad y culpa, pero estas no eran neuróticas o fuera de lugar. A veces estaban mentalmente ausentes o sufrían de momentos de pérdida de humor, frialdad y rudeza.

      Estoy seguro de que todos podemos hacer de nuestra vida una obra maestra dándole un sentido pleno. Este libro solo pretende sentar las bases para establecer un plan de vida que nos permita avanzar con la misma fuerza y perseverancia que invertimos en nuestras empresas y trabajos. Estoy convencido de que la gente logrará resultados muy positivos en todos los casos. Aquellos que no lo logren será por falta de constancia para seguir luchando día tras día por sus metas y objetivos; con seguridad estos no eran tan poderosos y retadores como para perseverar y se olvidaron muy rápidamente de sus propósitos.

      Aquellos que tienen hijos, pregúntense qué pasa cuando los niños quieren un juguete determinado. Existen dos posibilidades: que se olviden con rapidez de él o que sigan insistiendo todos los días e incluso meses. ¿Qué pasa con aquel que no pierde la esperanza y no acepta una respuesta negativa? Tarde o temprano obtendrá lo que desea. Consideremos los casos en que nuestros niños no lograron sus fines, seguramente encontraremos pocos.

      Está demostrado que aquellos que siguen esta práctica en su vida logran casi siempre alcanzar el éxito. Pero, a diferencia de los pequeños, los adultos perdemos esa lucha que nos caracterizaba y aceptamos fácilmente la derrota. En alguna ocasión leí un experimento que me dejó muy impresionado y que después decidí aplicar en mi empresa: se pidió a un grupo de treinta personas que desarrollaran una propuesta de negocio sabiendo que solo se darían los recursos necesarios para la ejecución de las tres mejores ideas.

      El experimento consistía en no aprobar ninguna de las propuestas, aun cuando fueran buenas, para así desmotivar a todos los participantes por igual. De este modo, se presentaron de manera individual sin que ninguno supiera el plan de los otros; se anotaban los argumentos que daban y todos recibían siempre la misma respuesta: «Creemos que no es una buena idea, ve y trabájala».

      Los participantes se desmotivaron, aunque estaban convencidos de que sus ideas eran increíbles, la respuesta que recibieron les hizo perder el interés en el asunto.

      Seguramente pensaron que tenían muy pocas posibilidades de que su propuesta fuera aceptada ante una respuesta tan mala, sin saber que todos habían recibido la misma. De los treinta, solo diez regresaron por segunda vez con mejores argumentos, aunque siempre conseguían la misma contestación: «Creemos que no es una buena idea».

      Nuevamente se repitió el proceso y solamente regresaron dos con razones aún más sólidas, pero al recibir nuevamente una objeción ya ninguno se atrevió a regresar por cuarta ocasión.

      ¿Qué pasó con ellos? Más del 60% solo hizo un intento y huyó. El 30% realizó una segunda tentativa y únicamente el 6% llevó a cabo un tercer esfuerzo. Nadie probó a presentarse una vez más.

      Decidí aplicar este mismo experimento en la empresa donde trabajaba con el objetivo de ver hasta qué punto la cultura de la pasión y la perseverancia en nuestra gente era diferente. Una de las propuestas que recibí era extraordinaria y en mi interior estaba muy entusiasmado, pero intenté no mostrar mis sentimientos y, con cierta indiferencia, contesté que la idea no me parecía muy buena. La respuesta que obtuve me dejó frío: «Salvador, puede que tengas razón y no sea tan buena», y salió rápidamente de mi oficina.

      Yo me preguntaba si debía o no aprobar la idea. La respuesta fue negativa, porque aun cuando era excelente, en manos de esta persona difícilmente se llevaría a cabo con éxito. Una buena idea es tan solo el comienzo, un 95% consiste en ejecutarla y es ahí donde surgen las dificultades. Mucha gente tratará de bloquearla y ponerle obstáculos, y con la actitud de este hombre difícilmente se superarían.

      Por el contrario, cuando reparamos en aquellos seres en el mundo que hoy recordamos por sus grandes contribuciones, siempre vemos su perseverancia ante la adversidad y la actitud de nunca darse por vencidos. Hablemos de Thomas Alva Edison que inventó, entre otras cosas, la bombilla. Dicen que realizó más de 5,000 intentos o experimentos antes de alcanzar el éxito. ¡Imaginemos que se hubiera rendido en la primera ocasión, o en la segunda, o en la tercera, o en la 4,999! Para él no había límites porque sabía que cada intento no era un fracaso, sino una forma de ir descartando opciones y acercarse cada vez más a la solución. Mientras más avanzaba, más se motivaba.

      ¿Cuántos seres humanos hay como Edison, Miguel Ángel, Einstein o la Madre Teresa? Son muy pocos los que trascienden y dejan huella en este mundo. Nacemos, vivimos y morimos y posiblemente nunca sabremos para qué existimos. Es una frase fuerte, pero refleja el vacío en el que se encuentra el ser humano. Y cuanto más avanza la ciencia, más satisfactores tenemos, vamos a mayor velocidad y, por lo tanto, cada vez más nos preguntamos: ¿de dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestra razón de existir?

      CUANDO observamos nuestra vida en el contexto del tiempo y el espacio, nos damos cuenta de lo insignificante que es nuestro paso por la tierra y, a su vez, de lo pequeño que es el planeta comparado con el universo.

      Veamos en dónde estamos para dar un contexto. Cuando reparamos en el firmamento, lo que podemos ver se denomina constelación de Virgo. Está a una distancia de once millones de años a la velocidad de la luz (300,000km/s). Por cada estrella en el firmamento que podemos ver, hay veinte millones que no alcanzamos a distinguir.

      En la constelación de Virgo hay aproximadamente dos mil galaxias; una de ellas es la Vía Láctea. Ahí está nuestro Sol, pero no es único, hay cerca de cien millones de cuerpos celestes como él. Para darnos idea de la magnitud de nuestra galaxia, basta con saber que tardaríamos aproximadamente cien mil años luz en recorrerla.

      Ahora centremos la atención en lo que hoy conocemos como sistema solar. El Sol es de las estrellas más pequeñas (las hay hasta mil veces más grandes) pero es cien veces más grande que la Tierra; dicho de otra forma, la Tierra es solo un pequeño pedazo de roca volando alrededor del Sol.

      Nosotros vemos pequeño al Sol, pero recordemos que está a una distancia de 150 millones de kilómetros. La Luna, de la que nos sentimos muy orgullosos por su conquista, es casi cuatro veces inferior en su diámetro a la Tierra y está a 384,000 kilómetros de nosotros.

      Esta dimensión de tamaño y distancia nos proporciona una idea de en dónde estamos y de lo que representamos en el firmamento. Por un momento reflexionemos sobre nuestra localización en él; siendo la Tierra una pequeña roca, ¿qué nos queda para nuestros países y ciudades? Esto sin pensar en la casa en la que vivimos.

      Ahora pasemos a la dimensión del tiempo que también es fascinante. La Vía Láctea se formó hace 10,000 millones de años; el Sol hace 4,600 millones, al igual que la Tierra. Se calcula que la primera célula de vida apareció hace más de 4,000 millones de años. Datos sobre los primeros dinosaurios los sitúan hace 228 millones de años, lo que explica por qué se generaron grandes reservas de hidrocarburos. Reservas que, por cierto, estamos casi agotando en muy pocas generaciones.

      El primer ser humano apareció hace dos millones de años, pero veamos lo que esto significa en términos relativos. Supongamos por un momento que el promedio de vida de una persona ha sido de entre 25 y 30 años aproximadamente; esto quiere decir que han pasado alrededor de 70,000 generaciones de seres humanos. Y nosotros somos una de ellas, la última.

      Si ponemos los 4,600 millones de años de historia de la Tierra en un calendario de 365


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