Repolitizar la vida en el neoliberalismo. Mauricio Bedoya Hernández
todo, para exigir de sí mismos una actitud de continua adaptación y flexibilidad que asocian con el logro del bienestar.
Por esta vía, el empresario de sí desarrolla dos de las prácticas que mejor lo subjetivan: el mercaderismo y el emprenderismo. Desde luego, el neosujeto deviene sujeto mercader, porque se ve llevado a asumir un cálculo estricto de inversiones y ganancias, pues siente que él mismo es su propia empresa y, al reconocer los riesgos como inevitables, los administra en función de salir fortalecido, incrementando las ganancias para sí mismo. Además, este individuo contemporáneo no solo es consumidor de servicios de aseguramiento, sino que él mismo es creador de estos servicios. En resumen, su inmersión en el mercado es total, lo cual lo lleva a constituir un mercado de sí mismo.
Esta normalización contemporánea del discurso del riesgo ha desencadenado un culto al riesgo, en el sentido de la adopción del discurso del riesgo como organizador de la vida subjetiva de los individuos. Se puede hallar una resonancia de esto en la noción de riesgófilos (Ewald y Kessler, 2000), sujetos dominantes y valientes que son capaces de desasirse del pasado para enfrentar todos los retos que el mundo del presente les impone. Más allá de estas características del riesgófilo, lo que muestra este culto al riesgo es más bien un culto al yo. Efectivamente, el gobierno neoliberal ha usufructuado el riesgo y ha llevado a los individuos a creer que tienen la potencia para enfrentarlo, eliminarlo o gestionarlo positivamente. Esta manera de enarbolar ilusoriamente las potencias del yo es la expresión del culto al yo en la práctica de la individualización contemporánea.
Individualizar para gobernar las vidas
La individualización, como afirma Vázquez (2005b), no es ni una práctica ni un problema solo neoliberal. El discurso de la individualidad y la práctica de la individualización pueden apreciarse en el liberalismo clásico y, concomitantemente, en el origen mismo de las ciencias humanas, como bien lo muestra Foucault (2010). Lo que sucede es que, en el presente, la individualización se ha constituido en estrategia de gobierno de unas formas específicas. Destacaremos tres escenarios en los que resulta justificada la individualización en los tiempos neoliberales. En primera instancia, hallamos el escenario del riesgo, el cual configura lo que aquí llamamos la individualización por el riesgo. Como ya lo mencionamos, aunque el vivir implica riesgos y vulnerabilidad, los Estados neoliberales han individualizado la gestión de esos riesgos, haciendo que cada ciudadano los afronte convirtiéndose en consumidor de servicios de aseguramiento. También es posible apreciar un segundo escenario, a saber, aquel configurado por el modelo empresarial de la subjetividad. Nos encontramos, de este modo, con la práctica de la individualización emprendedora. El empresario de sí tiene que mostrarse competente, autosuficiente, autogestor probado y competidor fuerte en un mundo de la vida convertido en mercado.
Sobre el tercer escenario nos informa Francisco Vázquez (2005b) cuando menciona que si hay algo que caracteriza al sujeto contemporáneo es la pérdida de marcos ontológicos de referencia. Este proceso no es nuevo, pues estamos a más de dos siglos de haberse iniciado, pero se ve cristalizado de manera particular en las últimas décadas. Esta pérdida de marcos ontológicos de referencia es afrontada mediante la creación de un tipo de subjetividad caracterizada por
la tendencia a la estetización de la vida cotidiana, el derrumbe de las fronteras que separan el arte de la vida diaria. Este fenómeno se manifiesta, entre otras cosas, en la promoción de un grupo de profesiones ligadas a la estetización y estilización de lo cotidiano: del cuerpo, la casa, la vida emocional, las relaciones con los otros [...]. [El individuo] busca el sentido en el cultivo de la propia interioridad, en la persecución de la autenticidad de sentimientos, la recolección de sensaciones fuertes y la espontaneidad emotiva. Pero como estos elementos dependen de las resonancias significativas con el mundo externo desprovisto de sentido (declive de los rituales colectivos, de las tradiciones compartidas, convertidas en vestigios de interés turístico, conciencia de “máscara” respecto a las convenciones sociales) el sujeto se ve abocado a una dinámica de “doble enlace”, cuya única salida consiste en proyectar el yo en el mundo, experimentar el mundo como espejo del yo, donde se puede encontrar la propia imagen liberada y enriquecida. Se trata de que, en cada bien consumido, en cada acción efectuada se exprese el significado personal y único de la propia vida. Solo de este modo se considera posible alcanzar la felicidad, configurada en términos psicológicos como bienestar personal, crecimiento interior, calidad de vida, autoestima (p. 14).
Como puede apreciarse en el diagnóstico hecho por Vázquez, los marcos ontológicos que constituían la base del obrar para los individuos y los colectivos, para los grupos y las sociedades, han desaparecido. El efecto que esto ha traído es un repliegue sobre el propio yo por parte del sujeto. De este escenario vemos entonces desplegarse una tercera forma de individualización contemporánea: la individualización expresiva.2 El neosujeto se preocupa, en este tercer escenario, por la realización de una serie de operaciones sobre sí mismo, con el propósito de introducir una estética particular en su vida. No obstante, ante la ausencia de los marcos que desde siempre le han informado cómo proceder, al sujeto contemporáneo solo le queda el mercado como dador de criterios para vivir. Así las cosas, el mercado, en su triple manifestación (el mercado de consumo que hace del sujeto un consumidor, el mercado de producción que hace del sujeto una empresa que produce para vender y el mercado de sí que hace del individuo una pieza de intercambio), es el que termina por definir las formas de vida para sujetos posibles.
Pero, como lo podemos ver en Han (2012, 2014), Laval y Dardot (2013) y Sennett (2000), la manera en que el neoliberalismo localiza al yo produce sufrimiento en los sujetos y, más comúnmente de lo esperado, los enferma. Aunque estamos de acuerdo con este planteamiento, sin embargo, lo que nos interesa enfatizar es que esta triple individualización contemporánea termina produciendo un sujeto agonístico. Así, proponemos que el neosujeto es un sujeto agonístico, en aparente, y solo aparente, combate continuo consigo mismo; pero no en el mismo sentido de la enkrateia griega, actitud práctica que dejaba ver el combate que el ciudadano libre tenía consigo mismo para lograr el dominio de los placeres y los deseos (Foucault, 1998b). Como dice Foucault, “la enkrateia, con su opuesto la akrasia, se sitúa en el eje de la lucha, de la resistencia y del combate” (p. 62).
La agonística consigo mismo que promueve el neoliberalismo no alude a una lucha continua de la persona para dominar sus placeres y deseos, sino todo lo contrario. El mercado contemporáneo y el neosujeto fabricado por él requieren un despliegue ilimitado de los deseos y del rendimiento. Con toda razón, Laval y Dardot (2013) indican que el neoliberalismo tiene como dispositivo básico el rendimiento/goce. El gobierno neoliberal busca configurar sujetos que se orienten ilimitadamente al lucro económico y al rendimiento, que no le pongan coto a sus deseos y a la búsqueda de los placeres. Para este cometido, requiere del desarrollo de potencias y competencias individuales para ser buenos competidores en el mercado, incluso en el mercado de sí. Vemos aquí los nuevos énfasis de la posición agonística del sujeto en el presente. En este sentido, la agonística subjetiva contemporánea es externalista, puesto que el combate subjetivo no es consigo mismo, sino con los otros, individuos-empresa que amenazan al emprendedor —quien asume su propia vida como empresa—, y que lo llevan a exigirse, a desear y a explotarse ilimitadamente con el fin de incrementar su capital subjetivo.
En resumen, cuando hablamos del gobierno por la inseguridad, o sea, de la conducción de la vida de las personas a partir de la exaltación del discurso sobre la inseguridad y de las prácticas que la producen, vemos aparecer una estrategia individualizadora en la que el discurso sobre el riesgo lleva emparentada la certeza de que cada persona ha de emprender las acciones para enfrentar tales riesgos. El efecto estratégico de ello es la individualización de la vida y la subjetividad. Por una parte, los Estados, las clases dirigentes, el sistema de contratación, de seguridad social y demás se desresponsabilizan y hacen de cada sujeto el único garante de la gestión de la inseguridad, la vulnerabilidad y el riesgo. Por ejemplo, perder el empleo, lejos de ser visto como un problema, es la oportunidad para que el individuo devenga empleable. En otras palabras, el desempleo es una complicación para el sujeto, y para el gobierno, pero solo en la medida en que es el mercado y, en general, la economía los que terminan frenados. Es el propio desempleado el que tiene que ver en esta situación una oportunidad para diversificarse y devenir empleable. Y será él, y solo él, quien pueda gestionar su