Repolitizar la vida en el neoliberalismo. Mauricio Bedoya Hernández

Repolitizar la vida en el neoliberalismo - Mauricio Bedoya Hernández


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o rendimiento de un capital” (Foucault, 2007, p. 262). Para Castro-Gómez (2010), desde la perspectiva del neoliberalismo, el trabajo se refiere a todos los aspectos individuales que le permiten a un sujeto producir un flujo de ingresos, el salario, por ejemplo. Así, el trabajo es una máquina, en el sentido deleuziano. Esta es la base de una nueva forma de subjetividad en la cual el individuo se torna activo, calculador y “capaz de sacar provecho máximo de sus competencias, es decir, de su capital humano [...]. Nos encontramos, más bien, frente a una nueva teoría del sujeto como empresario de sí mismo” (p. 205). O como lo sostiene Christian Laval (2004), cuando un empleador contrata a un trabajador está comprando “un ‘capital humano’, una ‘personalidad global’ que combina una cualificación profesional stricto sensu, un comportamiento adaptado a la empresa flexible, una inclinación hacia el riesgo y la innovación, un compromiso máximo con la empresa” (p. 97).

      Al subjetivarse como máquina empresarial, el individuo contemporáneo hace que cada una de sus acciones sea una inversión que busca aumentar su capital humano. Esto concuerda con el hecho de que la mercantilización termina por absorber la totalidad de la vida de las personas, su historia personal y la de su familia, sus relaciones sociales, etc. En otras palabras, la vida misma de los sujetos, y en particular su intimidad, termina siendo considerada como su propio capital humano.

      Coincidimos con Wendy Brown (2017), quien hace una lectura del problema del capital humano, lo lleva más allá de las prácticas que el sujeto realiza para sí mismo y reconoce que el ciudadano del presente no solo es capital humano para sí mismo, sino también para su empresa, ya sea propia o aquella para la cual trabaja, y para el Estado. La autora afirma que, incluso, aunque puesto a funcionar como capital humano en competencia y al servicio de la empresa y el Estado, nada le asegura al individuo el logro de sus metas y, menos aún, la permanencia y el reconocimiento como capital humano importante para estos dos entes.

      No solo somos capital humano para nosotros mismos sino también para la empresa, el Estado o la constelación posnacional de la que formamos parte. Por consiguiente, incluso si se nos asigna la tarea de ser responsables de nosotros mismos en un mundo competitivo conformado por otros capitales humanos, no tenemos garantía alguna de seguridad, protección o siquiera supervivencia en la medida en que somos capital humano para las empresas o los Estados, que se preocupan por su posicionamiento competitivo. Un sujeto que se interpreta y construye como capital humano tanto para sí mismo como para la empresa o el Estado está en riesgo constante de fallar, de volverse redundante y de ser abandonado sin que él haya hecho nada para merecerlo, sin importar cuán diestro y responsable sea (p. 45).

      Lo cierto es que tanto el capital semilla que cada sujeto recibe desde el momento del nacimiento —y que está constituido por todos los aspectos positivos producto de la crianza (el afecto, el cuidado, el reconocimiento, etc.)— como todos los demás aspectos de la vida de las personas son convertidos por el neoliberalismo en variables económicas, para que sean características que puedan ser sometidas al cálculo requerido para su buena gestión (Castro-Gómez, 2010; Foucault, 2007). Para esta racionalidad de gobierno, con su doctrina del capital humano, la estabilidad laboral no representa una preocupación como sí lo es la capacidad del individuo para lograr que todo lo que hace se convierta en ingresos (Laval, 2004; Sennett, 2000). Es que, según Castel (1984), hasta los desempleados pueden sacar provecho de su desempleo, en términos de capital humano, pues, para incluirse en el mercado de trabajo, deben invertir en sí mismos para devenir empleables (capacitaciones, talleres, mejoramiento de su hoja de vida, etc.).

      Como podemos ver, todo el mercado de sí, para efectos de volverse un sujeto empleable, ha tomado lugar en el presente. Pero podemos sostener que ese mercado de sí y de la vida en general ha sido promovido por el deseo de los sujetos de incrementar su propio capital humano. Para ser un buen empresario no basta con tener una idea de negocio o incluso con tener el capital económico inicial. Se requiere un trabajo sobre sí mismo que debe realizar cada individuo para convertirse en su propia empresa, en empresario de sí. Terapias de todo tipo, literatura de autoayuda, consultorías, consejerías, capacitaciones, productos de toda clase para mejorar la imagen personal y un sinnúmero de ofertas hacen parte de este mercado del capital humano. En concordancia con la idea de que el sujeto es el responsable único por su propia empresa de sí y por el incremento de su capital humano, aquel termina por asumir, y pagar, no solo todos los costos que acarrea su supervivencia, sino también los riesgos, las incertidumbres y las contingencias propias asociadas a ella, y desresponsabiliza, de paso, al Estado.

      Dentro de la racionalidad neoliberal, el gobierno de la población va más allá de la acción sobre las variables biológicas de los individuos, ampliándose hacia la intervención molecular de la vida de cada individuo, lo que quiere decir que la acción de gobierno se focaliza en la intimidad de los sujetos (Castro-Gómez, 2010; Han, 2014). Esto conduce a que los individuos, en la medida en que se sienten poseedores de un capital humano, hagan que sus elecciones cotidianas sean vividas como estrategias económicas que permitan la optimización de sí mismos como máquinas capaces de producir capital. Laval y Dardot (2013) resumen, de manera plausible, este problema del capital en el presente neoliberal.

      El capital ya no conoce ni fronteras geográficas ni separaciones entre esferas de la sociedad. Es una lógica de la ilimitación que, de este modo, tiende a imponerse en todos los ámbitos. Todo individuo es llamado a convertirse en “capital humano”; todo elemento de la naturaleza es visto como un recurso productivo; toda institución es considerada como un instrumento de la producción. La realidad natural y humana se inscribe íntegramente en el lenguaje matemático de la economía y de la gestión. Ahí reside el resorte imaginario del neoliberalismo, convertido en una evidencia, en una necesidad, en la realidad misma. Esta metamorfosis del mundo en capital no proviene tanto de una ley “endógena” de la economía como de un destino de la metafísica occidental. Es el resultado histórico de una mutación formidable en la forma de gobernar a los seres humanos y las sociedades, producto de una transformación institucional cuyos poderosos efectos sociales, subjetivos y medioambientales empezamos a comprender (pp. 65-66).

      Con base en lo dicho, vemos que la meta biopolítica contemporánea es el gobierno de la intimidad, lo cual produce una infiltración de la forma-empresa cada vez más molecular en todos los aspectos de la vida de los individuos. Esa molecularización de la vida, para efectos de su gobierno, conlleva que la vida misma sea racionalizada económicamente y pensada como nicho de mercado. De esta forma, la vida íntima deviene nicho de mercado. De acuerdo con Castro-Gómez (2010), “el gobierno sobre la intimidad, la biopolítica de la que estamos hablando, supone considerar la vida íntima como un mercado que puede y debe ser autogestionado” (p. 209). En una carrera sin fin, hoy las personas son llevadas a someter su imagen, su personalidad, su alma, su tiempo libre, sus anhelos, sus potencialidades, sus relaciones con los demás y otro sinnúmero de aspectos de su vida íntima a intervenciones que son ofrecidas en el mercado de la intimidad. Es en ese proceso que se ven llevados a transparentarse ante los otros, a exhibirse y exponer su intimidad ante ellos, mientras hacen del capital y la capitalización de sí los nuevos amos (Han, 2013, 2014).

      En resumen, la biopolítica neoliberal se compromete con la creación de un medio ambiente que favorezca la competencia entre empresarios de sí (Castro-Gómez, 2010, p. 208), mediante su estrategia de base, a saber, el desmonte de las seguridades ontológicas a través de los procesos de privatización de lo público e individualización de la vida. En este sentido, la promoción de un ambiente generalizado de competencia e inseguridad se constituye en el fundamento de la existencia de los empresarios de sí, capaces de ser creadores de soluciones a situaciones apremiantes generadas por la inseguridad y la incertidumbre. Mientras que el Estado de providencia asumía una responsabilidad social y buscaba que los individuos desplegaran su creatividad en un ambiente de estabilidad y aseguramiento de las condiciones de vida básicas, el neoliberalismo fuerza hasta el límite la creatividad del sujeto, desfondando el ambiente de estabilidad y gobernando a partir de la idea de la autogestión. Esta racionalidad supone que aquí es donde se gesta la creatividad, la innovación y el emprendimiento del empresario de sí.

      Por esto, no podemos estar más de acuerdo con Lorey (2016) cuando sostiene que un gobierno como el contemporáneo se erige a partir del privilegio y la producción de inseguridad, riesgo e incertidumbre. Esta producción


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